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Nadie duda de las calidades y probidad del señor Juan Carlos Echeverry, el flamante presidente de Ecopetrol.  En tanto economista de la Universidad de los Andes y doctor de la Universidad de Nueva York, su designación como la cabeza de la empresa más grande del país es fruto de una serie de requisitos cumplidos, talento para los negocios, y experiencia específica. Es por esto que sorprende la forma en la que hace poco, en el marco de un debate alrededor del otorgamiento de licencias petroleras en La Macarena, respondió de forma irónica y despreciativa a un contradictor, Oscar Vanegas, ingeniero de petróleos y profesor de la Universidad Industrial de Santander.

En un video dado a conocer el pasado domingo por Noticias Uno, se aprecia que Echeverry desestima los argumentos de su contraparte a partir de su descalificación personal relacionada con su calidad de profesor. Frente al diagnóstico dado por el académico sobre la inconveniencia de adelantar actividades de exploración y explotación en la vecindad de Caño Cristales -una de las maravillas naturales de nuestro país-, el presidente de Ecopetrol asume una actitud ampliamente cuestionable. Primero, se mofa del análisis entregado al decir que “es más factible encontrar, en el motor de búsqueda Google, información sobre humanos secuestrados por extraterrestres que datos sobre acuíferos secos generados por la industria petrolera”. Y para completar, señala respecto de Vanegas que es “una persona que con una tarjeta de profesor viene a decirnos que el agua moja”. Para finalizar, pide que en futuras ocasiones “lo pongan a discutir con personas en pie de igualdad”, en vez de tener como interlocutor a un simple profesor universitario.

La idea de esta columna no es determinar si el profesor Vanegas o el presidente Echeverry tienen razón o no en sus apreciaciones respecto del desarrollo de operaciones petroleras en la Orinoquía. Para eso hay otros espacios. Lo que se quiere mostrar es que las desobligantes palabras del segundo reflejan el nivel de desestimación que hay respecto del papel y la importancia de la academia en nuestro país. En esa medida, el trato secundario que en términos generales se le ha dado a los profesores e investigadores colombianos ha cruzado las fronteras de la falta de apoyo, y ahora incursiona los terrenos de la descalificación personal.

Sorprende que alguien que ha sido educado en prestigiosas universidades, que seguro tuvo la posibilidad de contar con la orientación y el apoyo de grandes maestros, y que incluso se ha desempeñado como profesor universitario, asuma un debate de ideas como una afrenta personal, y que por ende defienda su posición a través de la descalificación de su contradictor. Y peor aún, que esto emane del hecho de que aquel se dedique a educar.

Infortunadamente, a esto nos hemos venido acostumbrando en Colombia. Pareciera ser que las altas dignidades -y el consecuente poder que se les otorga a personajes como el presidente Echeverry- traen consigo la facultad de aniquilar cualquier posibilidad de contradicción basándose en el pedigree, el estatus, o la actividad que alguien asume como medio de subsistencia. Y esto es reprochable porque cuando se tiene la convicción de que lo que se piensa y se dice proviene de una posición racional, no habría necesidad de descalificar al contradictor para lograr convencer a los interlocutores.

Yendo más al fondo, la actitud asumida por el presidente de Ecopetrol refleja la difícil realidad de la academia en Colombia. Ésta es vista como un gremio de segunda categoría y no recibe ni el reconocimiento ni el respeto que sí tiene en otros países, donde su calidad y eficiencia son la base de la pirámide social. Es más, en el imaginario colectivo del grueso de los colombianos yace la idea de que la decisión de dedicarse a enseñar o a investigar es consecuencia de no haber podido conseguir nada más. O peor aún, que aquella está motivada por la falta de talento para lo que supuestamente importa: generar “valores agregados” o riqueza económica.

De igual forma, este tipo de casos muestran el grado de desconexión que hay entre lo que hoy en día se quiere hacer ver como lo “técnico” o la “gestión pública”, de un lado, y las instancias de producción de conocimiento y crítica, del otro. Este es, infortunadamente, un problema endémico. Mientras quien le apuesta a la generación de riqueza -incluso sin importar cómo se genera- es visto como audaz, ingenioso y exitoso, quien ha decidido consagrar su vida profesional a generar conocimiento o enseñar se asume como alguien modesto, frustrado o fracasado. El típico oropel “cuánto tienes, cuánto vales, principio de la actual filosofía”.

¿Qué incentivos puede tener la Academia colombiana para trabajar en y por el país, cuando el presidente de su empresa más importante y uno de los funcionarios públicos más poderosos de la estructura productiva del país se mofa de los argumentos de un par y descalifica sus estudios como soporte de su diagnóstico? Al final, creo que hay que llamar a las cosas por su nombre. Éste es un nuevo caso del endémico mal que nuestra esnobista sociedad padece, y cuyo lema insignia es el famoso “usted no sabe quién soy yo.” Cuando adquirimos una posición social alta, por el motivo que sea, inmediatamente surge en nosotros una natural reacción de discriminación moral del opositor, sólo por el hecho de serlo.

Twitter: @desmarcado1982

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