En muchos países seguimos siendo el epicentro mundial de la cocaína, la prostitución y la violencia, aunque son referentes en el exterior y muchos se indignan por la realidad contaminada de este país secundario, donde el problema para los incapaces y los indiferentes es el gobierno, esos mismos que son fanáticos de la coprolalia en bares, discotecas, prostíbulos y plaza pública, invirtiendo su dinero en salud y educación como debe ser, según su mundo.
Esas mismas personas que sacan carro de bomberos y se embriagan de la alegría porque un equipo de futbolistas gana un partido, un deportista gana una medalla o una reina gana Miss Universo, todas esas personas en su mayoría provenientes de la región más corrupta, donde los condones y la cerveza se venden más que la leche y los huevos, y la prostitución hace parte del menú para el extranjero.
Un país que burla la situación del país vecino, Venezuela, pero que gusta y exige todos los días pan y circo, aunque en estas tierras muchos comen solo cada 4 años en época de elecciones, temporada de engorde para el “proletariado” y los “asalariados”, que se reproducen como animales y gustan de la ignorancia, los mismos que en Venezuela viven de subsidios y votan por su tirano favorito que los pone en su sitio.
Pero en un país donde las condiciones sociales y económicas son deprimentes para más del 70% de la población, en comparación con una elite política podrida y sumida en la miseria mental que se lleva gran parte de las riquezas del país, en donde por un lado, acuden a un enemigo externo y a la falta de garantías para esconder el barro y la basura que los rodea, mientras que por otro lado, los discursos de igualdad, equidad y educación generan lágrimas en sus copartidarios pero viven como verdaderos capitalistas y neoliberales y vetan de manera violenta al que piensa o dice diferente.
Por su parte, El reciente triunfo de Miss Universo, por ejemplo, es un reconocimiento individual y no colectivo, ni usted ni yo colaboramos en las rutinas de gimnasio de la reina, no la maquillamos, no diseñamos el traje de baño o de gala, es un mérito por el cual ella luchó y soñó por tenerlo, así como lo tienen todas aquellas personas que se forman y alguna vez sueñan con dejar el país en alto, demostrando que a pesar del folclor y los genes de viveza y maldad que muchos colombianos llevan, hay una inmensa minoría que hace algo por este país con hechos no con palabras.
Los goles, las victorias, las escaladas de nuestros escarabajos, hacen parte de la imagen del país pero no cambian la pobre realidad de un Estado que aborta problemas todos los días, o piense cuantas personas asesinan en su ciudad en un día, como es el acceso a la salud, el servicio de transporte público, la pésima malla vial y el infierno vial por los trancones en horas pico, educación arcaica y de garaje en medio de salones para 20 estudiantes pero en los cuales reciben clase 40 – 50 personas, entre muchos otros problemas que demuestran que poco o nada hemos avanzado, a imagen y semejanza de la corrupción y el narcoterrorismo que negocian en La Habana.
Si logramos cambiar la realidad de este país poco a poco la imagen cambiará después, de que nos sirve que en Europa o en Estados Unidos nos vean como un país alegre y fiestero si acá vivimos en estado de naturaleza permanente, buscando sobrevivir y resistir la impunidad y corrupción rampante y vulgar de la que muchos colombianos son cómplices y directos responsables, recuerde que el silencio y la indiferencia pueden llegar a ser peores que las armas y las palabras.
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