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¿Por qué seguimos creyendo que cada viaje tiene que ser una revelación, un despertar? Viajar, en sí mismo, no tiene el poder mágico de cambiarnos. ¿Sabe qué sí nos cambia? La terapia.

 

Es hora de decirlo en voz alta: viajar no nos cambia la vida. Y está bien. Aceptémoslo: la romantización de los viajes como la respuesta a todos nuestros problemas, la promesa de una transformación espiritual o personal profunda con cada tiquete comprado, son mentiras que han ido demasiado lejos.

Personalmente, encuentro dos problemas enormes en esta narrativa. La primera es que nos ha enseñado a esperar algo más de nuestros viajes, como si no fueran válidos por sí mismos. La segunda (y la más grave) es que veo a muchas personas buscando en viajes espirituales y retiros de sanación lo que realmente sólo van a encontrar con un psicólogo o un psiquiatra.

Las redes sociales nos bombardean con historias de transformación, de almas perdidas encontrando su propósito, mientras se toman fotos como si estuvieran meditando en Bali. Pero, ¿quién dijo que viajar tiene que ser una experiencia trascendental? Puede ser solo eso: viajar. Ver un lugar nuevo, disfrutar de una cultura distinta, probar una comida exótica. Y eso, por sí solo, ya tiene un valor inmenso. El viaje por sí solo, ya lo vale.

Pero lo que se busca es sanar heridas profundas, lo más honesto es decirlo: un viaje no sustituye a la terapia. No es justo cargarle a un destino la responsabilidad de arreglarnos la vida. A veces, lo que realmente necesitamos no es un pasaje de avión, sino un espacio seguro donde podamos procesar lo que nos pasa con ayuda profesional. Ir a una playa espectacular no disuelve la ansiedad, subir una montaña no borra el duelo, y cambiar de país no nos hace escapar de nosotros mismos.

Como bien lo dijo el escritor Alain de Botton, «el viaje no es tanto un medio para escapar de la vida, como una manera de ser más consciente de ella». Viajar, entonces, no es la fórmula mágica para ser mejor persona o encontrar nuestro destino. En muchos casos, lo único que hace es darnos perspectiva y, quizás, una o dos historias más para contar en una cena.

Así que dejemos de vender la idea de que viajar es el camino hacia la iluminación. No es un milagro, ni una terapia. No nos cambia la vida, nos da la oportunidad de ver todo desde otro ángulo, y a veces, ni siquiera eso. Viajar no nos convierte en unas personas diferentes, pero sí puede enriquecer nuestra perspectiva si le damos el espacio adecuado. Y si no, está bien también.

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