
Hay quienes todavía creen que la cocina colombiana no tiene potencial, que es más emoción que técnica, más una colección de platos repletos que una serie de narrativas culturales. Pero están equivocados.
Cada vez es más evidente que lo nuestro también se puede contar con orgullo, con historia, con profundidad y con emoción. Y lo comprobé yo misma hace unas semanas en Costa Rica.
San José: entre la selva y el cóctel
En una alianza entre el Hotel Fairfield de Bogotá, el Hotel AC Escazú en Costa Rica y la aerolínea Wingo, se organizó un brunch de comida colombiana en San José.
Y es que Costa Rica, ese país que asociamos con selvas, volcanes y ecoturismo, sorprende por la energía cosmopolita de su capital.
Caminar por Escazú —la zona donde se realizó el evento— es encontrarse con cafés de especialidad, conceptos internacionales y una sorprendente apertura a lo nuevo.
Un domingo de fritanga en San José
Cuando entré a la terraza del hotel AC, la escena me pareció casi surreal: banderas de Colombia por todos lados, mientras un DJ mezclaba canciones de Carlos Vives y Los Hispanos, y los comensales se servían empanadas, lechona, carne oreada, papa rellena, sancocho, brevas con arequipe y merengón.
No era un buffet internacional con estación de omelettes: era un acto de representación. Uno de esos gestos donde un menú es también un manifiesto.
Porque cuando un país empieza a celebrar su cocina en otras latitudes, ya no se trata solo de exportar sabores, sino de reconocerse a sí mismo con suficiente claridad como para ofrecerlo al mundo.
Una cocina que ya no se queda en casa
No es menor que una celebración de la cocina colombiana haya ocurrido en ese contexto. El chef del Fairfield viajó especialmente desde Bogotá, como invitado especial para cocinar en territorio centroamericano.
Esto dice mucho del momento que vivimos, en el que podemos dejar de mirar hacia afuera como si todo lo valioso viniera de lejos, para empezar a contar nuestras propias historias.
La cocina es una forma de habitar el mundo. Y este brunch en Costa Rica fue, para mí, un recordatorio de que comer también es una forma de pertenecer. De que podemos seguir descubriendo el mundo, sin dejar de sabernos profundamente colombianos.
Porque uno no solo viaja para conocer otros países. A veces, viaja para volver a encontrarse con el propio.
Comentarios