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Cuando la última clienta que atendió en el día le dijo feliz navidad, se echó a llorar. Esa era la palabra que había utilizado: clienta en lugar de persona, y además en femenino, de acuerdo con los protocolos de atención que le habían indicado. El día no había ido tan mal: apenas un insulto y tres reclamaciones, y ahora esto: ¡Feliz Navidad! Ya casi era la hora. Entró una a una a todas las oficinas para verificar que las ventanas estuvieran cerradas. Los demás departamentos habían salido a mediodía. Al final fue a la caja de control y apagó todas las luces, incluidas las del árbol, puso la alarma y salió, en diez segundos. La calle estaba llena de gente que también salía, bien vestida, con bandejas de comida entre las manos, con afán.

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