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Cuando se conocieron, en primer semestre de Comunicación Social, una quería ser presentadora de noticias, la otra periodista cultural —especializada en jazz—, y la otra Oriana Fallaci. Hoy, una está aprendiendo japonés, en Japón, gracias a un préstamo. Otra está en Australia, cortando el césped de su campus universitario mientras termina una maestría que, al cabo del primer año, le dejó de interesar. La otra se fue a Buenos Aires, sin ninguna razón aparente. Eran buenas amigas. Eran buenas estudiantes. No buenas: sobresalientes, temibles. Pero algo no funcionó, y así la partida de la una fue animando a la otra. A veces, cuando coinciden sus horarios, se encuentran por Skype, se actualizan, pasan agenda sobre cómo les va a los antiguos alumnos de la facultad: varios ya han salido por televisión. Por ahora —se cuentan— están buscando un trabajo para ahorrar y poder reunirse en algún lugar neutral. Trazan líneas, hacen cálculos. Qué opinan de África…

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