Mi esposo no espera que las cosas sean divertidas. Es una gran ventaja, sin duda.
No es un hombre amargado. Simplemente, Camilo no considera que la vida deba entretenerlo.
Me gusta mirarlo cuando se enfrenta a las inevitables circunstancias de la vida que aburren, desgastan, atemorizan.
Hay una neutralidad y una conciencia sobre lo que implica vivir.
Su manera directa y clara de abordar la dificultad, me hace reflexionar sobre el sufrimiento.
Me pregunto qué tanto dolor añadimos al dolor, al resistirlo. Al creer que no debería estar ahí.
Me encantan las enseñanzas budistas sobre el dolor y la evasión.
Buda identificó tres sellos irrefutables de la vida: el sufrimiento, la impertinencia y la insubstancialidad.
También enseñó sobre la libertad; sobre la posibilidad de encontrarla en medio del dolor y del caos.
Desafortunadamente, la sociedad nos enseña a creer que el dolor es opcional. No es. Lo juzgamos como un error y, al hacerlo, inevitablemente, activamos nuestros habituales programas de huida.
No he conocido la primera mujer que tenga conflictos con la comida que no use la comida como intermediario, entre ella y su vida. La comida distrae y protege. Les da la posibilidad de evadir la vulnerabilidad que implica sentirlo todo en esta vida.
Esto lo sé porque observo y me observo. Veo mis propios anhelos por evadir y distraerme.
Entiendo perfectamente lo que se siente cuando aparecen las molestias y solo quiero retirarme.
No es fácil y nadie nos enseña.
Pero hago lo posible por sentirlas y afrontar porque también sé que lo lindo y rico de la vida viene en llave con las incomodidades.
En todo caso, así no podamos dar el salto y confiar en el orden de la vida, podemos llamarle a las cosas por su nombre y eso es, sin duda, un paso adelante.
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