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Cuando inició mi idea de la vida en el campo y de apostarle a la producción sostenible, decidí que lo más adecuado era tener un espacio propio para experimentar, hacer las cosas mal, o bien, y aprender de mi experiencia y de la de otros.

Sin embargo, parece que lo más viable para tener un buen terreno rural en Colombia es… reencarnar en vaca. No exagero. La desigualdad en Colombia es tan ridículamente alta que, las vacas tienen mejor tierra que muchas familias campesinas.

Un análisis reciente de Oxfam, a partir del Censo Nacional Agropecuario, destaca que «un millón de hogares campesinos viven en menos espacio del que tiene una vaca para pastar».

Y como si esa cifra por si sola no bastara, también revela datos como: «de las 43 millones de hectáreas con uso agropecuario, 34,4 están dedicadas a la ganadería y solo 8,6 a la agricultura»; los monocultivos predominan en los espacios agrícolas (con las consecuencias que esto tiene para el suelo); y «el 42,7 % de los propietarios de los predios más grandes dicen no conocer el origen legal de sus terrenos». Me detengo sobre este último dato porque, mi poca experiencia en el tema me permite pensar que el informe se queda corto.

Hace unos meses, don Víctor, un campesino de unos 70 años, me ofreció su lote en venta. Una herencia que ha cambiado de dueño, pero no de apellido, por cuatro generaciones. El lote no solo tiene un tamaño adecuado para empezar mi proyecto de migración al campo, sino que cuenta con detalles puestos como por pedido: una quebrada, una casa para refugiarse del agua, una inclinación escalonada, árboles nativos y frutales y, como si fuera poco, decoración con una vista a las montañas que podría desbancar el papel del surrealismo en la pintura.

Lo que ni don Víctor ni yo sabíamos era que su lote, en el que vivió toda su vida y con el que ahora esperaba venderle a un citadino que quiere vivir en el campo, para él adecuar su casa en la ciudad, no es de él. Al menos no legalmente.

El dinero que le pagó a un abogado para legalizar su herencia fue utilizado por un sagaz ‘avivato’, simplemente para sacar una escritura con su nombre pero que, al final de cuentas, no es más que una falsa tradición (agradezco si alguien me ayuda a definir el término), con la que lo máximo que puede vender don Víctor, es su derecho sobre una herencia que ya perdió el rastro de a quién le pertenece.

Según el notario que nos explicó el problema, a esta situación, que sucede en cerca del 70% de los predios heredados, se le suma la incongruencia entre los tamaños reales con los registrados en las escrituras, los limites entre vecinos, los derechos a las servidumbres sobre el agua y, claro, los problemas ocasionados por quienes hábilmente corren las cercas para ganar terrenos poco a poco. Sin contar con los que lo hacen a la fuerza.

A propósito de esto último, hay un dato del informe de Oxfam que se me parece mucho a la cifra de la distribución de la riqueza en Colombia: «El 1 % de las fincas de mayor tamaño tienen en su poder el 81 % de la tierra colombiana»… en palabras simples, un porcentaje mínimo de personas tiene el mayor porcentaje de tierra (y/o de riqueza) en Colombia. ¿Coincidencia?

Así que cobra sentido pensar que la reencarnación en vaca es la mejor opción, ¿verdad?

Sin embargo, hay una luz de esperanza. Si bien la situación es lamentable, todas las posibles soluciones está enfocadas (y lo han estado históricamente), hacia el aprovechamiento de los espacios rurales para la agricultura, la redistribución de tierras en función de la productividad, la renovación del campo y, afortunadamente, la agricultura sostenible.

Eso se traduce no en esperar que otros decidan, sino en que cada vez más personas miremos el campo de mejor manera, reconozcamos su valor, el trabajo que implica, su potencial para el desarrollo o, al menos, por ‘ridícula’ que pueda parecer esta recomendación, cuando busquemos adquirir un lote lo hagamos de manera legal…

Así que seguiré en mi tarea de conseguir un terreno tan bueno como el de las vacas y no esperar a que otros por fin se pongan de acuerdo en cómo resolver el problema. Esto mientras planeo la forma de vivir una vida más simple, menos orientada en función del dinero y, claro, en la que leer cifras de informes no me deje tanto sinsabor.

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