No hay discusión frente a que tres meses es poco para medir la gestión de un gobernador o un alcalde. Como pasa en los matrimonios, los primeros días hay luna de miel entre asambleas, concejos, gobernantes recién electos y ciudadanos. Sin embargo, cuando de destacarse en las encuestas se trata, a veces priman más los esfuerzos de quienes saben comunicar lo que la opinión pública quiere escuchar, que lo que debe hacerse como gobernante (y esto último a veces es impopular, porque hay medidas necesarias que a la gente no le gusta). Esa es la habilidad que cada líder debe ser capaz de administrar.
Por eso, en el reciente informe de CM&, que reconoce la gestión de los mandatarios de 24 departamentos con sus capitales, según la ciudadanía, quienes ocupan los primeros lugares rondan una popularidad del 70 por ciento y los que menos, superan el 53 por ciento. Eso es más de la mitad de la muestra, o sea un nivel de aceptación muy positivo para todas las regiones. La excepción es Bogotá, con 39 por ciento, donde temas como la reserva Thomas van der Hamer le pasaron una fuerte cuenta de cobro al alcalde Enrique Peñalosa.
En el informe les va muy bien, en aceptación, a los gobernadores de Sucre, Nariño, Cesar, Risaralda y Boyacá, que tienen los primeros cinco lugares. Lo mismo los alcaldes de Montería, Medellín, Ibagué, Barranquilla y Santa Marta.
En algunos de los casos, se trata de jóvenes gobernantes, o de antiguos interlocutores del panorama nacional. También se destacan casos como el gobernador del Huila, Carlos Julio González, que adoptó la educación como la meta transversal de mandato –y acierta, porque es el único camino para salir de la pobreza–, o de Cundinamarca, Jorge Rey, donde se hizo un ejercicio de construcción del plan de desarrollo a través de talleres en cada municipio.
También me parece valioso el ejemplo del gobernador del Tolima, Óscar Barreto, que encontró en la interlocución directa con el ciudadano un estilo efectivo de gobierno; con ese esquema se la jugó por llevar a su equipo a todos los rincones del departamento, incluso a lugares donde no suelen llegar los gobernantes. Se trata de un caso muy similar al de Casanare, con Alirio Barrera, donde aún persisten dificultades en materia de seguridad. En los dos ejemplos, son gobernadores que, en medio de la adversidad del conflicto, rodeados de víctimas que reclaman justicia y reparación, han optado por enarbolar las banderas de la paz y la reconciliación, sumándose a la mayoría de los gobernantes regionales del país.
Bogotá, con paciencia y esperanza
El caso de Bogotá, Enrique Peñalosa, es bien particular. Tiene razón cuando advirtió, en la rendición de cuentas, que su mayor logro había sido poner la casa en orden. Como sucedió en otras urbes, este gobierno recibió una ciudad sumida en la desesperanza, desfinanciada y robusta burocráticamente. Aunque es natural comenzar con dificultades, los ciudadanos no quieren ver más espejos retrovisores.
Cumplidos los 100 primeros días de gobierno, el reto de todos es mantener la confianza a través de resultados concretos y comunicación acertada. Habrá que crecer en aceptación, sintonizando el discurso con las expectativas de la población. Solo así los recordarán como los gobernantes más importantes de los últimos 60 años de conflicto armado.
Por: Juan Manuel Ramírez Montero | Analista económico |
www.egonomista.com | Twitter: @Juamon
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