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A Borges le gusta crear mundos e imaginar lenguajes.

Se da el lujo de hacer lo primero en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (curioso nombre para un relato), narración medio policíaca. Esta que encontré se muestra en paralelo, en español y en inglés. Eso es ilustrativo del estilo de Borges, al leerlo.


Ya había recordado aquí dos idiomas inexistentes, creados en la literatura (éste y éste). Bien, pues encontré uno nuevo, en el relato Funes, el memorioso. Dice así:

“(…) La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele.

Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoléon, Agustín de Vedía. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas… Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los “números” El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, en el siglo xvii, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.

dancastell89@gmail.com

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3 Comentarios
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  1. es cierto, siempre habrá gente que le encanten estos temas. infortunadamente, personajes como borges se van olvidando poco a poco en muchos recintos académicos, y a veces sólo sobreviven en blogs como estos, que generan pocos comentarios sólo porque noes “tan interesante”

    es una especie de oasis, así veo muchos en internet

  2. dancastell89

    stickmaster2004,

    es cierto lo que dice de los adolescentes, pero no creo que se pueda afirmar que a nadie le interesan estos temas. Yo pienso que siempre quedarán estudiosos del lenguaje, escritores o simplemente lectores apasionados, personas comunes y corrientes que lean libros, a los que sí les interese.

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