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Quien haya leído 1984 tendrá una idea de lo que puede ser una sociedad en la que no hay libertad de expresión. El modo de vida que allí se explica muestra la pretensión (y puesta en práctica) de control absoluto por parte de un gobierno sobre los habitantes de una nación, lo cual se desarrolla de forma tan espeluznante que uno se alegra de vivir en donde vive y no estar en los zapatos de los personajes del libro.

Estaba leyendo esta mañana una de tantas críticas hacia el nuevo Procurador, y me he puesto a pensar, no sin un poco de ironía, en los problemas que tendría que sortear un caricaturista o columnista opositor para dar a conocer su opinión en un mundo como el que se describe en la novela. ¡Sería casi imposible! Además, como es claro, la vida de la persona que opine entraría en una fase de peligro inminente y seguro, de la cual solo saldría cuando fuera capturada y escoltada hacia los calabozos del llamado Ministerio del amor, donde sería torturada…

Si no tiene qué hacer, y tiene mucho tiempo y no sabe qué hacer con él, puede intentar leer la novela aquí. Transcribo una pequeña cita, en la que se muestra hasta qué punto llega la desesperanza en cuanto a llevarle la contraria a lo que dice el Partido se refiere.

O’Brien es un miembro del Partido que está torturando a Winston, el ‘opositor’. La existencia de cierta fotografía que acaba de traer a colación O’Brien es suficiente para probar que el partido modifica las noticias y los archivos para reescribir la historia a su manera, cosa de la que todo el mundo está seguro pero que nadie tiene evidencia con la cual sustentar.
Las cursvias y las negrillas las puse yo.

 «(…) Entre los dedos de O’Brien había aparecido un recorte de periódico que pasó ante la vista de Winston durante unos cinco segundos. Era una foto de periódico y no podía dudarse cuál. Sí, era la fotografía; (…) aquella foto que Winston había descubierto por casualidad once años antes y había destruido en seguida. Y ahora había vuelto a verla. Sólo unos instantes, pero estaba seguro de haberla visto otra vez. Hizo un desesperado esfuerzo por incorporarse. Pero era imposible moverse ni siquiera un centímetro (…) Sólo quería volver a coger la fotografía, o por lo menos verla más tiempo.

-¡Existe! -gritó.

-No -dijo O’Brien.

Cruzó la estancia. En la pared de enfrente había un «agujero de la memoria» (un aparato para destruir documentos). O’Brien levantó la rejilla. El pedazo de papel salió dando vueltas en el torbellino de aire caliente y se deshizo en una fugaz llama. O’Brien volvió junto a Winston.

-Cenizas -dijo-. Ni siquiera cenizas identificables. Polvo. Nunca ha existido.

-¡Pero existió! ¡Existe! Sí, existe en la memoria. Lo recuerdo. Y tú también lo recuerdas.

-Yo no lo recuerdo -diio O’Brien.

Winston se desanimó (…) Sintió un mortal desamparo. Si hubiera estado seguro de que O’Brien mentía, se habría quedado tranquilo. Pero era muy posible que O’Brien hubiera olvidado de verdad la fotografía. Y en ese caso habría olvidado ya su negativa de haberla recordado y también habría olvidado el acto de olvidarlo. ¿Cómo podía uno estar seguro de que todo esto no era más que un truco? Quizás aquella demencial dislocación de los pensamientos pudiera tener una realidad efectiva. Eso era lo que más desanimaba a Winston (…)»

Otra pequeña mención a 1984, aquí, en una entrada anterior.

dancastell89@gmail.com

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