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Corrían las 11:30 en noche de viernes cuando, mientras en compañía de mi buena amiga Anna María dialogaba vía telefónica con mi señora madre, quien reside en Ciudad de Panamá, fui protagonista pasivo de un certero y curioso hurto.
 
Nos desplazábamos a la altura de la carrera 11, entre calles 84 y 83. Un jovenzuelo en bicicleta, que a la sazón no contaría más de 10 años, con aquella habilidad propia de quienes deben apelar a la astucia como único ardid de supervivencia, arrebató de mi mano derecha mi teléfono móvil, y emprendió la retirada, confirmando al tiempo la pésima suerte tecnológica de la que soy víctima por estos días.
 
Yo no hice nada distinto a contemplar la escena absurda. A sentirme un tanto ridículo, a merced de semejante crío cuya edad triplico. A luchar en procura de la conservación de mi apacibilidad.
 
Unos 10 metros más adelante el autor de mi desgracia telefónica miró hacia atrás, como tratando de avizorar el rostro de su reciente víctima. Yo, en lo que me pareció un gesto noble y donairoso le grité: “¡Tranquilo! No pienso perseguirte”. Así creí minimizar un tanto su sentido de hazaña y recuperar algo de mi perdida gallardía.
 
Lo hice entre otras cosas, porque, dado mi avanzado estado de etilización, temí a la posibilidad de caer en la calle, de lucir ridículo ante los demás transeúntes y a la casi segura tentativa de no poderlo atrapar, con lo que al final junto al joven aquel se habría ido no sólo mi teléfono celular sino también lo poco que pudiera quedarme de dignidad.
 
Entonces busqué pretextos para reírme del hecho. Recordé al Lazarillo de Tormes y al Buscón de Quevedo y la tradición picaresca, y creí que el pequeño malhechor era una encarnación contemporánea y criolla de personajes como ellos.
 
Pensé en el largo prontuario profesional que a su corta edad un preadolescente como él ya exhibe con orgullo, lujo que sólo se han dado personajes como Michael Jackson o Mozart. Me pregunté si en esta selva urbana hay gente dotada genéticamente para el hurto, tal como puede haberla para el deporte o la ciencia.
 
¿Acaso su bicicleta sería también el producto de una fechoría similar?, ¿acaso fue pagada a plazos con los réditos constantes obtenidos por la venta en seguidilla de celulares robados? Admiré su destreza y la forma como, sin hacerme daño físico alguno, sin fallar en el acto y sin titubeo alguno pudo quitarme el preciado objeto.
 
Pero luego recordé que, otra vez, como ocurrió hace una semana con aquello del iPod, se iba mi memoria encerrada en una simcard. Y otra vez me culpé por no haber consignado la lista de números en una vulgar y simple tabla de Excel. No obstante sentí luego que al final de la historia, quienes quieran hablar conmigo lo harán, me buscarán, de cualquier forma.
 
El novel criminal debió desilusionarse mucho al detallar su botín. No quiero pensar en la reprimenda de la que nuestra malograda promesa del ciclismo fue objeto debido a la decepción de sus progenitores ante tal panorama.
 
Porque es un dispositivo marca Nokia, de aquellos a los que no se les pueden incorporar ringtones. Porque su cubierta estaba del todo destrozada. Y sobre todo porque alguna vez cayó algo pesado sobre la pantalla de cristal líquido, generando unas imborrables manchas decorativas que dificultan su correcta visualización.
 
Dada su juventud imagino que sus actividades debían ser alentadas por la tutoría pedagógica de sus señores padres, quienes tal vez pertenezcan a una larga línea genealógica de bribonzuelos. Intuyo que él es un ejemplo de profesionalismo, digno de constantes encomios por parte de los miembros de su delincuencial comunidad y que en vista de su éxito profesional debe poseer una liquidez económica atípica para los de su edad.
 
 
Como los problemas suelen atacarnos en batallones llamé de inmediato al operador telefónico para notificarle del luctuoso hecho. Me dijo que no tenía derecho a reposición, pues este número no llevaba en mi poder sino ocho meses y eran nueve los necesarios para poderla hacer efectiva. En fin… Aguardaré a que una vez más sea víctima de la desgracia tecnológica. ¿Cuál será el próximo objeto a extraviar?

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