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Uno de los principios de caballerosidad básica para aprendices es aquel que nos advierte acerca de la bellaquería en la que se constituye el hecho siempre reprochable de cuestionar a los muertos.
 
Así como hay inmunidades religiosas o diplomáticas, existen también las funerarias. No hay cadáver malo ni novia fea, aunque bien lo diría el maestro Alfredo Iriarte, hay futuras esposas horrorosas y difuntos a los que dan ganas de volver a matar.
 
Hoy comenzaré a cometer (y dividida en dos) la herejía de decir lo que siento por Jim Morrison (o mejor aún, por lo que nos han hecho pensar que Morrison fue), en vísperas del muy esperado tributo Riders on the Storm, el próximo 20 de abril en el Downtown Majestic.
 
Sin el ánimo de profanar su descanso en la necrópolis parisina, creo que las voces contrarias al consenso general son saludables.
 
Pocos en mi generación solían pensar en los Doors, hasta aquel día en que Oliver Stone y Val Kilmer hicieron lo suyo. Desde entonces Morrison fue entronizado como una especie de mezcla entre príncipe del mal, Baudelaire y Marlon Brando.
 
Quienes por subjetividades personales o por convicción no gustamos de él hemos tenido que soportarlo contra nuestra voluntad en videobares, mercados de pulgas, expendios de afiches o pegatinas, y en tributos apócrifos, oficiales y profanos. A veces me pregunto si la culpa le corresponde a él o a la boconería de quienes le han convertido en esa especie de divo sobredimensionado que es.
 
Eso no lo despoja de su lugar como uno de los más impactantes frontmen de toda la historia, como un emblema al que muchos, hombres y mujeres procuran imitar, y como alguno de aquellos seres capaces de hacer babear por igual a damas, caballeros, niños y niñas de múltiples condiciones, edades y nacionalidades. Negar su carisma sería un ejercicio insensato. Pero por lo menos igual de desproporcionado me suena el equiparar su aporte a las letras al de Rimbaud.
 
Morrison (o mejor aún, aquel Morrison al que nos han mostrado) es uno de los grandes sobreestimados en el mundo de la música. Una encarnación estereotipada de adonis narcodependiente y alcohólico con delirios autodestructivos y exhibicionistas cuyos valores extramusicales lo llevaron a convertirse en el figurín de lo que representa.
 
Lo más triste de Morrison quizá no sea Morrison mismo, sino el enjambre de imitadores que los años han traído consigo, entre ellos el también idolatrado Enrique Bunbury y su Chispa Adecuada (por cuya mención de seguro seré víctima de atentados contra mi integridad), o el un tanto más simpático aunque algo posudo y muerto también Michael Hutchence.
 
En Colombia, y mayoritariamente entre los que ahora bordean los 20 ó 30, pareciera como si los Doors superaran en popularidad a los Stones o a los Beatles, cosa que no resulta grave, pues las tres bandas tienen su lugar garantizado en los cánones de la música universal, más allá de las discusiones inútiles acerca de quién es mejor.
 
Lo preocupante es que por andar idolatrando a Morrison y su contoneo de rey lagarto nos hemos perdido de acercarnos a los genios de algunos de sus contemporáneos como Brian Wilson, Roger Daltrey o Eric Burdon.
 
Se vienen a mi mente los no muy lejanos días del desaparecido Crab’s, y a mi buen amigo, el talentoso Jose Rodríguez (amante a cual más del señor James Douglas) atendiendo las pronosticables peticiones de clientes en torno a las mismas canciones de Morrison y familia.
 
En aquel desaparecido santuario del rock al que no he dejado de extrañar era cosa frecuente ver a individuos de toda edad, raza y género experimentando algo parecido al clímax mientras observaban a Morrison transpirando o lavándose los dientes.
 
Les acompañaba la misma convicción con la que mostraban una invariable mueca de asco o cuanto menos de desconocimiento o desinterés por los hermanos Ray y Rave Davies o por el incomparable Buddy Holly.
 
Pero de retorno al tema de los Doors, una de cuyas disidencias conformada por Manzarek y Krieger, mas otro Morrison sustituto, estará por presentarse en días venideros en Colombia, me parece triste que un genio de las calidades humanas y musicales del mencionado teclista siga viviendo a la sombra de lo que hizo hace 40 años. Y que él mismo no haya sabido ganarse el lugar que con sobrados méritos le correspondería en la historia de la música.
 
Gustavo Gómez Córdoba decía en una de sus sabias apreciaciones con respecto a la industria de la música, que seguía esperando el día en que fuera Manzarek y no Morrison quien figurara en primer plano en alguna de las muchas reediciones que de su obra se han hecho.
 
Es diciente, para no hablar demasiado, el que la mayoría de compilados piratas que expenden en las esquinas con música de Los Doors, no contentos con excluir a los tres integrantes penumbra de la banda, suelen mostrar en sus fundas hechizas a Val Kilmer en lugar del señor Jim.
 
Me voy, de momento, pero prometo en una oportunidad cercana, hablar con más largueza acerca de Manzarek, acerca de Robbie Kriegger, y de la disputa de John Densmore para con sus antiguos compañeros, de la tendencia necrofílica que acompaña a algunos sobrevivientes veteranos del rock, y, por supuesto de los Riders on the Storm en Colombia.
 
Lo que dicen de Morrison:
 
Andrés Durán, programador en Radiónica
 
“Cuando llevaba dos años haciendo El Expreso del Rock y llegó la película de Oliver Stone al país, el 80% de los colombianos se convirtió en fanático y ‘experto’ en The Doors. La película exagera en su drogadicción y no profundiza en su obra”.
 
Astrid Harders, jefe de redacción de la revista Rolling Stone, Cono Norte
 
“Me parece que en países como el nuestro su imagen distorsionada ha servido para darle cuerda a una cantidad de gente con ínfulas de poeta”.
 
Augusto Tamayo, músico
"Excelente showman. Voz mediana, pero suficiente para la idea de los Doors. Conocimientos músicales nulos, pero excelente contraste para la propuesta de Manzarek en la banda".
 
 
Daniel Casas, crítico musical…
 
“Su gran aporte fue su talento poético. Yo no lo calificaría como un hombre brillante. Hubo algo muy importante en él, que fue su figura y su imagen, que lo rodearon de cierto misticismo”.
 
 
Elkín Ramírez, músico
“Me parece un gestor importante del rock sicodélico Escucho y respeto su música, pero no soy uno de sus seguidores”.
 
John García, comentarista musical del blog
http://viajandoenbus.blogspot.com/
 
“Me parece una lástima que por culpa del afán mediático de Jim Morrison y su pseudo-poesía, el verdadero genio del grupo, Ray Manzarek, nunca tuvo el reconocimiento que muchos fanáticos del grupo nunca le conceden. Si los Doors fueron
importantes fue gracias a él y no a Morrison, que sólo supo aprovechar el talento de otros embutido en unos pantalones de cuero”.
 
Jorge Suárez, coleccionista de discos
 
“Tuvo todas las características de una vedette. Sus mayores cualidades son histriónicas. Su voz le ayudó poderosamente. Aparte de eso creo que su aporte a la historia del rock ha sido escaso. Fue un gran lector de algunos escritores de la generación beat”.
 
Juan Carlos Garay, escritor y crítico musical
 
“Para mí es como un Rimbaud californiano. Tiene versos que me gustan mucho. Por ejemplo ‘Riders on the storm” está llena de imágenes muy sugestivas. ‘Like an autor out alone’ es muy Shakesperiano”.
 
Juan Pablo Plata, director www.lamovidaliteraria.com
 
“La creación poética de Morrison es muy alegre. Sus tópicos son las fiestas y el desamor. El suicidio le vino bien”.
 
 
Zohe Vinasco, empresaria musical
“Fue el chamán del rock en los 60. Exaltó la ritualidad del indígena norteamericano dentro de la estética musical contemporánea”.
Una visión muy objetiva sobre el próximo show está en La Caja de Resonancia

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