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Contrario a lo que ocurre con la mayor parte de seres humanos, cuyas almas parecen verse invadidas de cierto ánimo filantrópico y conciliador durante estas fechas, resulta ser que en mi caso, diciembre y sus consabidos hacinamientos de temporada terminan por arrancar desde lo más hondo y mezquino de mis entresijos a esa especie inconfesable de misántropo vergonzante que vive en mí.

Suponemos que, para quienes han sido desde tierna infancia cobijados por las doctrinas judeo-cristiano-católico romanas, esta debería ser la época de mayor generosidad, y de menor inclinación a aquellos típicos arrebatos coléricos que durante el resto del año se despiertan para con los de nuestra propia especie.

Pero, por desgracia, es justamente en estos días cuando las evidentes molestias provocadas por la superpoblación terrestre arrecian con toda su odiosa miserableza y se hacen más evidentes que en cualquier otro período del calendario anual.

Me referiré en concreto a la absurda y casi imposible empresa en la que por estos días se constituye la consecución de un taxi vacío durante las festividades navideñas. Por alguna razón que no comprendo del todo, la mayoría de quienes a lo largo del tiempo restante del año prefieren moverse en autobús, en automóvil particular o en cualesquier otra medio de transporte distinto al taxi, se deciden durante estas fechas a sobreocupar la exigua oferta de vehículos amarillos de transporte público que hay en la ciudad.

Entonces, encontrar un taxi disponible en Bogotá durante los tiempos decembrinos termina por convertirse en un propósito aún más difícil que la consecución en Jerusalén de una edición hebrea de ‘Mein kampf’, obra cumbre del Führer, en cuyas páginas el célebre homicida germano expuso las ventajas de su prédica fascista y eugenésica.

Ir por la iluminada Séptima buscando taxi se parece a una carrera nocturna de ratas. Llamar al 4 11111 se convierte también en una tarea frustrante y aburrida, pues las líneas del automático Tax Express, están inusualmente congestionadas, y porque, incluso cuando la comunicación se logra, hay que soportar durante demasiado tiempo los consejos humanistas del discípulo de Duque Linares, con sus refranes de «Oportunidad es una mujer vestida de luna» o de «Si tan sólo diéramos una oportunidad todo sería mejor». Todo esto para terminar con un ‘lamentamos informarle que no hay taxis disponibles en su área’.

Por otro lado, creo que hay pocos momentos en los que nuestro egoísmo y nuestra capacidad de odiar pueda desplegarse con mayor facilidad que cuando alguien que está detrás o delante de nosotros nos gana por segundos en la búsqueda de un taxi.

Creo que en reducidas oportunidades he odiado tanto a un desconocido como aquellas en las que lo veo subirse con facilidad a un taxi, labor para la que, en tales casos, suelo desperdiciar alrededor de 120 minutos de mi vida, tan sólo para ver cómo otros cretinos advenedizos logran en un segundo lo que yo no he podido hacer en dos horas.

Además, muchos de los taxistas que durante todo el año muestran buen ánimo para recogernos y llevarnos a nuestro destino sin cuestionar distancias, rutas e itinerarios, durante diciembre suelen verse invadidos de una arrogancia que no les es usual.

Entonces van por las calles ajenos al más mínimo ningún pudor o al menor reato de compasión, sin siquiera determinar a los infelices pasajeros que extienden su desalentada mano en busca de una pequeña medida de conmiseración y de samaritanismo de su parte, para luego burlarse de su insatisfecha ansiedad. Hacen un malintencionado amago de detenerse, y luego nos dejan esperando, como si nada. 

Por ello el triste cuadro de ver a un ser humano solitario caminando por nuestras calles cargado de paquetes de supermercado o de pesados regalos que nadie agradecerá, padeciendo los rigores de la escoliosis se hace más común que nunca durante la conmemoración a destiempo del nacimiento de un Cristo que como está comprobado, no vino a la tierra en diciembre, o durante los días agonizantes de cada año que termina.

En estos casos pienso en la importancia del control de natalidad y en las notables ventajas de tratar de mantener al mundo despoblado de tanta gente, pues los humanos en exceso terminan comportándose cual pestilente nido de roedores, y como depredadores infames delos recursos.

Hay más gente sedienta y hambrienta, los recursos escasean más, todos los bienes y servicios deben ser tasados en mayor medida, y las posibilidades de abordar un taxi en una noche decembrina de tormenta se hacen nulas.

Todo porque un buen número de representantes de la guacherna, ‘quinceniada’ y financiada por las primas de fin de año, brota desde los más intrincados contornos de nuestra geografía urbana, y decide que ‘coger taxi’ es lo mejor que pueden hacer.

Dice el saber popular que Bogotá en diciembre es un paraíso. Pero El Blogotazo, por su parte, cree disponer de los suficientes argumentos como para contradecir esta incomprensible y del todo falsa aseveración.

Hemos dicho.

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