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celacho.jpgLa cultura corporativa -aquella a la que de sobra conocemos quienes nos hemos visto sometidos, en virtud de las carencias propias de la clase media, a las veleidades del mundo laboral- es, sin duda alguna, un excepcional crisol para la germinación de toda suerte de guayigoladas* de menor y gran calado.

Burdos coloquialismos del tipo ‘echar sopita’, ‘me puse la hebra’, ‘echar bueno’, ‘quiubos’, ‘chaolín pingüin’, ‘el dueño del aviso’ y demás, florecen silvestres entre pasillos corredores y cubículos.

Como un rebaño de borregos obedientes y sometidos, los empleados medios solemos iniciar nuestro día a eso de las 7 en la mañana, momento en el nos procuramos la ingesta de algún cereal con yogurt y zumo de frutas, en el más frugal de los casos; o de caldo de costilla en el más hipergraso y menos vegetariano de los mismos. El objetivo es arribar al despacho a eso de las 8.

Tras abordar los autobuses, pequeños infiernos en los que las peores abyecciones y miserias humanas se condensan, y frente a cuyas ventanas bien pueden contemplarse los gestos amargados de los pocos viajantes con la suerte de haber conseguido una silla vacía, los minutos se desgranan, lentos e incontables, hasta el momento del arribo al lugar de trabajo.

Quienes por decisión autónoma y valiente preferimos hacer uso del servicio de taxis, iniciamos la faena con un déficit diario de 16.000 pesos oro, por cuenta de los honorarios exigidos por el conductor del transporte público.

Invariablemente, y más allá del número de años dedicados por el empleado a trabajar para la firma, los vigilantes, apostados a la entrada de la misma, cumplirán con el mecánico y humillante ritual de hurgar entre las carteras y maletines de los funcionarios, para corroborar que en éstos no haya sido escondido algún tipo de elemento bélico, tendiente a la comisión de un acto terrorista.

Si bien no habré de centrarme en las miserias cotidianas de la vida empresarial (que son muchas y muy complejas), sí me remitiré -como ya lo expresé al inicio del presente circunloquio- a aquellos actos de ramplonería propios de la mencionada cultura corporativa.

Hablo por ejemplo de la triste costumbre de llevar el almuerzo en lo que antaño se llamaba ‘coca’ y a lo que hogaño se le conoce como ‘tupperware’.

Desde la noche anterior, muchas sufridas esposas, empleadas del servicio doméstico, o en el caso de los solteros y solteras, ellos mismos, elaboran sus correspondientes condumios, por lo general conformados por una buena ración de pastas alimentarias de bajo precio (La Muñeca o Doria), tinturadas por algún pigmento amarillo; una ración de carne de res, pollo o (en el más maloliente de los casos) de pescado; el infaltable arroz blanco, y por supuesto las rebanadas de plátano o de patacón.

En cuanto al anterior punto considero esencial recabar en los actos derivados de la hora del almuerzo (sin duda alguna el sumun de la guayigolada corporativa). Me refiero a la salida grupal (un tanto simiesca, por lo imitativo) invariablemente llevada a cabo a la 1 p.m. y culminada a las 2:15.

El contingente de colegas se dirige presto hasta el comedor corporativo, para ir calentando, uno a uno, sus platillos.

En consecuencia, la estratosfera del merendero empresarial, suele al mediodía verse invadida por una combinación heterogénea y variopinta de fragancias procedentes de las distintas vituallas llevadas por los empleados.

No es extraño pues, que la cocina fusión encuentre una de sus más significativas y diversas expresiones en este tipo de sitios.

El aroma de los cubios, en perfecta cohabitación con el de la presa de pollo. El olor dulzón del bocadillo del postre, en admirable maridaje con la cebolla cabezona empleada por el de compras para adobar sus papas chorriadas.

comedor.jpg

El volumen altisonante de las voces de los comensales convierte a dicho lugar en una plaza insana para quienes tengan la salud auditiva entre sus prioridades.

La salida colectiva a fumar es tan infaltable como tóxica, constituyéndose sin duda en uno de los actos más agresivos para quienes estamos libres de adicciones nicotínicas.

Con respecto al anterior punto es vital establecer una significativa diferencia entre quienes llevan su alimento previamente elaborado y aquellos que prefieren asistir a un restaurante.

Aquellos -cuyos ingresos son exiguos- tienen que someterse, necesariamente, a la dictadura del horrendo almuerzo ejecutivo. Toda una afrenta a los mínimos preceptos de cultura nutricional, y un insulto para quienes profesamos el vegetarianismo, dado que todos los menús tienen como base productos cárnicos inadmisibles en nuestra dieta.

Por alguna imbécil razón todas las sopas de verduras en los restaurantes de la mencionada categoría, por ejemplo, son elaboradas con sustancia de ave o de res. No hay, por lo general, platillo fuerte alguno conformado por algún vegetal.

Cuando hay quincena, los empleados medios suelen ir a Crepes & Waffles. No satisfechos con las inhumanas filas a las que deben enfrentarse a diario a la hora de aguardar por los autobuses, se someten con su consentimiento a aguardar por una mesa libre. Y rematan la faena con helado.

La quincena es otra de aquellas abominaciones del mundo corporativo. Una burda forma de pago, agravada por los procedimientos subyacentes a ésta.

La costumbre ordinaria y típicamente colombiana de malgastar la asignación bimensual emborrachándose en alguna sórdida taberna es hábito cotidiano.

Quienes además de revisoras fiscales son vendedoras de Yanbal, aprovechan tales bonanzas para la venta de sus productos, a plazos.

¿Qué decir, por ejemplo, de las dinámicas de integración de fin de año en las que el gerente termina enredándose, en ilícito y espontáneo concubinato, con la contadora? ¿O del reprimido o la reprimida desdoblados por la intoxicación etilica y sus escenas de llanto o de euforia?

Ello sumado, por supuesto, a los juegos de amigo secreto, las convenciones animadas por Bosquechispazos, por algún psicólogo empresarial o por algún motivador de colectivos, cuya sonrisa permanente le hace lucir como si se hubiese sometido a algún tratamiento benzodiacepínico.

Los viernes la cultura corporativa alcanza su más nauseabundo esplendor. Quienes llevan corbata, se abstienen de hacerlo, para lucir un tanto más informales. Los mensajeros hacen acopio de sus reservas monetarias para invitar a las secretarias. Los mismos que en la mañana arribaron puntuales a las 8:05, ahora procuran huir prestos cuando no son las 6.

Puesto que la descripción de todas las minucias relacionadas con la cultura corporativa ameritaría una exposición más extensa, me detendré aquí, con la promesa e retornar pronto, con más reflexiones, acerca de los chismorreos oficinescos, de los actos deslealtad ocurridos en el seno de la cultura corporativa y de algunas otras guayigoladas más.

Que tengan un guayigol fin de semana.

*La definición del término ‘guayigol’ aquí…

http://www.bogotalogo.com/wiki/index.php?title=Guayigol

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