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La historia de Club Colombia y los dos cuadros de Botero.
 
“Te busqué por las calles,
en donde tu madre,
en cuadros de Botero,
en mi monedero, en dos mil religiones”.
 
Shakira Mebarak Ripoll
 
 
Luis Alfredo apuró un sorbo largo de cerveza, con el que pretendía ahogar la sed punzante del Pacífico, en complicidad con su esposa. Era el 15 de enero de 2006. El número de botellas consumidas ya se acercaba a 10. Las impulsadoras de turno en el bar le habían dicho que si seguía haciéndolo podía llevarse un premio único.
 
–Van a rifar un cuadro fino de Botero entre la gente que tome Club. Son poquitos los ganadores. Mire y verá.
 
–Bueno, déme otra.
 
Y esa fue. Una de las escasas tapas repartidas en el territorio nacional era suya. Y hubo entrevistas, y felicitaciones. Y a los periodistas les costaba creer que un hombre pobre y negro y de Buenaventura y de gusto tan tosco consumiera Club. Y él tampoco tenía idea exacta de lo que estaba sucediendo ni quería seguir hablando del asunto. Quizá no podía o no tenía interés o fe suficientes como para creerlo. ¿Y cómo hacerlo?
 
En Colombia las irregularidades suelen ser regulares, y lo anormal es que los procedimientos fluyan con normalidad y transparencia.
 
Hace no mucho tiempo Bavaria decidió premiar a algún afortunado consumidor de cerveza Club Colombia con el original de ‘Hombre fumando’, obra de Fernando Botero, avaluada en cerca de 700.000 dólares, con fecha de 1976.
 
Meritorio hecho por parte de la multinacional surafricana, en principio. Aunque quizá habría sido más oportuno hacerlo con una alusión figurativa a un hombre bebiendo, o a un hombre miccionando, si es que se trataba de ser consistentes con el objeto de la campaña. Pero no recuerdo al maestro antioqueño fundiendo, dibujando o pintando a alguien en semejantes situaciones.
 
Se repartieron varias decenas botellas favorecidas a lo largo de ciertos establecimientos (de los muchos miles en donde se expende el producto), entre bares, supermercados y demás en distintas ciudades.  
 
La rifa habría de efectuarse entre aquellos bebientes a cuyas manos hubiese llegado una de las tapas privilegiadas, seguramente después de haber sometido a sus hígados a dosis navegables de la cerveza ‘perfecta’ y a los embates económicos de lo que implica pagar una Club Colombia en lugares de determinados costos.
 
Quien quiera apreciar la obra del Maestro bien podrá hacerlo con alguna de las muchas generosas donaciones que éste ha entregado al país de trabajos propios y ajenos. De no ser así se haría preciso ir a ver alguna de sus reproducciones de Crepes & Waffles o viajar hasta Seúl o Jerusalén para ponerse al corriente con su trabajo.
 
Las irregularidades regulares comenzaron a aflorar. Algunos personajes influyentes recibieron muestras de la cerveza en su hogar, acompañadas por invitaciones a probar suerte. En los supermercados figuras reconocidas eran abordadas por promotoras a su vez secundadas por fotógrafos listos a documentar el momento de la fortuna.
 
Una noche de diciembre en 2006, en Andrés Carne de Res, el propietario del lugar, cuyo apellido no es, como podría pensarse ‘Carne de Res’ sino Jaramillo (caso contrario al de Harry Sasson, que sí se llama así), detuvo la música en repetidas oportunidades para anunciar que en las heladeras del restaurante estaba uno de los codiciados envases esperando para llegar hasta la mesa de alguno de los comensales.
 
Así fue. Al terminar la faena, Felipe Vallejo, corredor de bolsa de 26 años abandonó el local con la brillante tapa del deseo en sus manos y la convicción de estar entre el exclusivo grupo de elegidos por el azar. Había algo más en común que lúpulo y cebada entre el suertudo financiero y el electricista bonaverense. Jaramillo dijo haber sido alertado por representantes de la empresa en cuanto a la presencia del privilegiado recipiente en sus dominios.  
 
El asunto me recordó al momento en el que Óscar Collazos y Mario Mendoza compartieron honores entre los tres
galardonados, junto a un reo anónimo, en un premio abierto al público de cuento sobre fútbol organizado por la Revista Diners, en el que ‘por unanimidad’ se dividieron primer puesto, cheque y honores entre los dos escritores de renombre. En esa oportunidad no se usaron seudónimos y parecía algo extraño que justo dos de las plumas más sonadas de Colombia se hubieran alzado con la victoria, entre tantos otros candidatos.
 
Creo que la única historia convincente sobre un premio repartido al azar es la de Willy Wonka. Porque ubicar una tapa de casi un millón de dólares no es algo que vayan haciendo así, sin la menor cautela y planeación. Sería absurdo y peligroso.
 
 
Pero de vuelta al asunto de Andrés Carne de Res, el hecho suscitó sospechas en algunos. ¿Tenía sentido y explicación el que los responsables hubieran advertido el suceso al dueño y que éste a su vez hubiera puesto a la concurrencia al tanto del hecho por venir, tratándose de una gestión equitativa y honrosa?
 
 
Como suele ocurrir, Félix de Bedout, en La W, se enojó. Y cuando Félix o el doctor Alberto Casas o ‘Julio’ se enfadan todos terminamos hablando del tema, y haciendo reclamos, y el país entero se pone a imitar y a opinar al son de lo que ellos consideren de interés.
 
 
 
Mauricio Leyva, vicepresidente de Mercadeo de la firma, insistió en que no había nada de truculento en la situación y que al final el ganador sería producto de la aleatoriedad.
 
 
 
“Lo que pasa es que, como parte de la estrategia, la empresa ‘sembró’ las 10 primeras oportunidades en sitios escogidos por ser grandes consumidores de Club Colombia. La idea era impulsar así la promoción”, dijo.
 
 
 
 
Admitió que había sido un error hacer saber de antemano el asunto al restaurante y, aún peor, permitir que tal información se hiciera pública entre la concurrencia.
 
 
 
 
Las declaraciones de Leyva no estaban lejos de lo que suele suceder. Es común que las empresas ‘siembren’ sus premios en determinados puntos por motivos de tipo logístico, comercial y estratégico. Lo que no es tan común es que tales estrategias sean pormenorizadas ni explicadas a los millones de ilusionados clientes, ansiosos ante la posibilidad de ornar las paredes de sus viviendas con la apetecida silueta del rollizo consumidor de tabaco y la firma de Botero.
 
 
 
 
Cosas semejantes debieron ocurrir con el Yo-Yo Rusell de Coca-Cola o con las botellitas lapiceros de Postobón, pero como éstos eran premios de menor valía, y eran muchos más, en ese entonces nadie se molestó.
 
 
 
La Superintendencia de Industria y Comercio inició una investigación. Se determinó que la publicidad del concurso había sido insuficiente y engañosa. SABMiller debió cancelar la ridícula suma de 43′370.000 pesos.
 
 
 
 
Bavaria apeló la multa no sin antes dar la desobligante disculpa de rigor "por cualquier inconveniente o confusión que hubiera podido surgir de una discutible falta de información más detallada".
 
Supongo que lo hizo para limpiar su imagen, mas no por el monto de la sanción, sin duda muy inferior a las ganancias promedio obtenidas en un semestre por las ventas de Poker en cualquier cantina de mediano perfil, sin demasiado esfuerzo. Quitarle 43 millones a Bavaria es como quitarle uno a Pablo Ardila, también multado ex gobernador de Cundinamarca. Habría quienes argumentaran que se trataba de una penalización de tipo moral, aleccionandora y no económica.
 
 
 
 
Es posible que no haya habido mala fe por parte de SABMiller. Pero la falta de información, a la que la firma calificó de ‘discutible’ no lo es, bajo ningún punto de vista. El que nadie, otra vez, se hubiera esmerado jamás en dar a conocer las bases del concurso, aunque sea un hábito de todos los días, y aunque de seguro no sea el primer caso es injustificable.
 
 
 
 
El 28 de febrero de 2007, en el Club El Nogal tuvo lugar la ceremonia de sorteo, entre 32 finalistas, provenientes según el comunicado oficial emitido por SABMiller “de todas las ciudades del país”.
 
 
 
 
El triunfador terminó siendo el mismísmo Luis Alfredo Rodríguez, empleado de 30 años de edad en la generadora de Electricidad de Buenaventura. Declaró, otra vez, que no sabía nada de arte, que al momento de destapar la chela ignoraba la existencia del concurso, y que su propósito era vender el premio para así comprar una vivienda y cubrir los gastos educativos de sus hijos. Para qué cuadro si no había casa. Cuanto menos la obra pareció quedar en manos de alguien pobre y menesteroso, y no de algún ejecutivo medio de DELL.
 
 
 
 
El ‘Hombre fumando’ fue comprado, a través del galerista europeo Fernando Pradilla, por un precio superior al 15% del avalúo. Las mentes cándidas llegaron al frenesí con el asunto. Hubo lágrimas de alborozada conmoción y abrazos de democracia mentirosa cuando Leyva manifestó su alegría, embriagado en el orgullo de quien está convencido de haber adherido un esparadrapo a las bocas de sus detractores por cumplir con “nuestro objetivo de entregar esta obra maestra a un consumidor fiel de Club Colombia, sin importar su procedencia". La empresa, una vez acusada de elitista tendría que someterse a imputaciones por populismo.
 
 
 
 
Fernando Botero había dicho, sensato y conocedor del país en el que no vive, que si el ganador procedía como al final lo hizo de algún lugar marginal alguien iba a tener que ayudarle con su nueva posesión “antes de que se lo quiten, porque ese cuadro se lo roban inmediatamente” o que tenía qué pagar un “seguro muy grande”.
 
Ahora resulta ser que SABMiller anuncia la entrega de ‘Obispo negro’ otro original elaborado por Botero durante 1963 en Nueva York. Está avaluado en 300.000 dólares. En este caso los mecanismos de control serán más complejos e incluirán una suerte de códigos numéricos y el requisito previo de una inscripción vía internet.
 
En principio todo envase de Club Colombia podrá participar. El 17 de abril se escogerán 10 finalistas. El 2 de mayo se sabrá el nombre del gran favorecido. Parece que esta vez prefirieron no ‘sembrar’ la victoria en zonas estratégicas. ¿Se volverá costumbre rifar cuadros de Botero? El 17 de abril se sabrán los nombres de los 10 finalistas. El 2 de mayo el del premiado.
 
 
 
 
El que el acto se repita y la campaña ruidosa que Club Colombia está dando al hecho parecen demostrar que SABMiller está o quiere aparecer muy segura de no haber obrado indelicadamente en el primer episodio.
 
 
 
 
Leyva ha prometido, además, que de ser la intención del ganador, éste podrá revender la obra a Bavaria por el precio de su avalúo comercial para que no se vaya del país. De ser mi caso yo lo haría, sin vacilar.

Quizá soy ingenuo, pero no creo que haya muchos colombianos del promedio en capacidad de lucir en las casas de sus hogares una obra cercana al millón de dólares, por el simple gusto de contemplarla o exhibirla, a contrapelo de la posibilidad de tener al menos 500 millones de pesos en su cuenta de ahorros.

 
 
 
La decisión de la multinacional surafricana parece una jugada corporativa acertada, si de despejar dudas se trataba.
 
 Al menos opaca y contradice la percepción generalizada de que en el primer concurso hubo uno de aquellos amangualamientos tan frecuentes en el concepto expuesto en los párrafos que dieron inicio a esta historia, oculto tras las condiciones del destinatario final del obsequio. Pero eso es algo que nunca sabremos.

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