Releyendo nuevamente a José Ortega y Gasset en su libro titulado, “Estudios sobre el amor”, no pude dejar de hacer analogías, ni un solo instante, en esta oportunidad, entre las distintas definiciones que allí se proponen, acerca de este tema en particular, y la situación que llevamos viviendo en Bogotá desde hace doce años.
Pero, debo decir, que a pesar de haber hallado sumamente interesantes, como siempre, las aproximaciones teóricas elaboradas por escritores como Stendhal y Chateaubriand, fueron finalmente las ideas propuestas por San Agustín y Santo Tomás las que, esta vez, me dejaron pensando, en un primer momento.
¿Por qué?
Fundamentalmente, porque ambos autores coinciden en afirmar que el amor es el deseo de algo bueno en cuanto a bueno (Santo Tomás), cuyo movimiento afectivo, por lo tanto, nos lleva a gravitar hacia lo amado (San Agustín).
En este sentido, me parece que tal definición nos vendría como anillo al dedo, en la medida en que están dadas las condiciones para que los bogotanos canalicemos ese alto grado de insatisfacción popular que hay, en la actualidad, con la administración distrital, en pro de recuperar algo de aquella calidad de vida, tan anhelada, hoy en día, que nos habían ayudado a conquistar alcaldías tan eficaces y eficientes como la de Enrique Peñalosa.
No en vano, fue gracias a la priorización de recursos que se diera para obras de inversión social durante su administración (legalización de 400 barrios; 1.000 redes de alcantarillado para 650.000 habitantes de estratos 2 y 3; 78.000 nuevas viviendas; 200 jardines reconstruidos; 19 mega-jardines construidos; 23 nuevos colegios; peatonalización del eje ambiental; rehabilitación de más de 2.000 habitantes de la calle; 1.200 parques; y 290 kilómetros de ciclorutas, entre otras), que los ciudadanos reconocían seguir altamente satisfechos con las mismas, tres años después de que hubiera terminado su labor como Alcalde de la ciudad, tal como lo mostraban los resultados de la Encuesta de Calidad de Vida, elaborada por el DANE, en el año 2003.
Ni punto de comparación con los 0 de los 100 colegios; los 3 de los 600 jardines infantiles; los 25 de los 108 kilómetros de ciclorutas; y el 1% del 35% de la pavimentación de la malla vial, por no seguir enumerando el extenso listado de promesas incumplidas que nos deja Gustavo Petro, pese a contar con un año más de gobierno que sus antecesores a finales de la década de los años noventa.
No quisiera imaginarme cómo habrán de ser recordados él y sus amigos, en un futuro, si tan sólo un 30% de la población bogotana siente que las cosas en la ciudad van por buen camino actualmente, según la más reciente Encuesta de Percepción Ciudadana, elaborada por Bogotá Cómo Vamos, en el año 2014.
No cabe duda que Bogotá necesita de nuestra ayuda más que nunca.
El estado de abandono y descuido absoluto en que han dejado a nuestra amada ciudad ha sido producto de una estrategia demagógica y populista, muy hábil, hay que reconocerlo, que ha hecho ver la eficiencia en la administración pública como un temido leviatán neoliberal que, según la izquierda trasnochada de este país, no contribuye en nada al bienestar de los más necesitados.
¡Nada más alejado de la realidad!
Volviendo finalmente al análisis de mi lectura de José Ortega y Gasset quisiera concluir con las siguiente frase que me quedó dando vueltas en la cabeza, en un segundo momento: “El amor es ante todo un imperativo vital que se traduce, a su vez, en un imperativo de selección y excelencia.”
Si el amor que siente por su ciudad le pide que deje la indiferencia, que se mueva, que haga algo, que actúe, diríjase entonces hacia el lado del espectro dónde la excelencia está más que comprobada.
Haga equipo por Bogotá desde ya. No espere hasta al final para elegir o para que otros lo hagan por Usted. El momento es ahora.
@AJARAMORENO
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