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Trump perdió las elecciones. No ocupará más la Casa Blanca hasta dentro de unos pocos días. Sin embargo, sus valores y apuestas siguen vigentes. Me explico. Desde el plano electoral los resultados arrojan que el nuevo presidente es el demócrata Joe Biden y que tendrá durante su gobierno una estrecha mayoría en Senado y Cámara. Pero, si entramos a revisar las cifras en detalle, encontramos que no todo es victoria. Por un lado, Trump no solo mantuvo su votación de 2016 (cerca de 63 millones de votos), sino que la aumentó bastante en 2020 (un poco más de 74 millones de votos). A pesar del incremento en el censo electoral, no se puede desechar la premisa de que los republicanos lograron fortalecer su voto y revirtieron a las encuestas y medios de comunicación que daban como ganador absoluto a Biden.

Dividamos el mapa estadounidense por votantes: Trump sería presidente si solo hubieran votado los hombres o las mujeres blancas. Eso sin contar que el republicano obtuvo más voto latino que en 2016. Por ejemplo, en estados como Ohio y Georgia, Biden perdió el apoyo de latinos que había conseguido Clinton. Estados clave como la Florida y Texas se mantuvieron en rojo. Y Pensilvania, Arizona y Wisconsin tuvieron resultados muy estrechos, donde Biden solo ganó en las ciudades grandes y la diferencia es mínima. Sin pandemia, dicen algunos analistas, Trump habría sido reelegido.

Entonces, ¿qué es lo que tiene Trump o lo que representa que sigue cautivando a millones de votantes? En primer lugar, es un error decir que todos los votantes republicanos son iguales. Es una salida fácil generalizar sobre las motivaciones que tienen quienes ratificaron su voto por Trump de 2016 a 2020. Propongo un análisis en matices. Es cierto que hay valores aglutinantes: el rechazo al status quo y la figura del outsider, creencias religiosas que rayan con el fanatismo, la promoción de valores patrióticos exacerbados— Make America great again”—, defensa a la tenencia de armas, propuestas y promesas populistas en la mayoría de los frentes y una “visión empresarial” de lo público. No todos los votantes de Trump comulgan con todas sus facetas o apuestas. Los hay moderados, sobre todo ciudadanos de partido, que votan rojo por disciplina o que defienden valores conservadores, republicanos en su mejor definición.

También hay una amplia mayoría que ve en el magnate una figura que representa su forma de vivir o su estilo de hablar, como los rednecks o cuello rojo, una población rural— o de ciudades como Detroit—, clase trabajadora, que podría agruparse al mismo tiempo en lo que se conoce como la “América profunda”.

No menos importante, existen los fanáticos, neonazis, promotores de teorías de la conspiración y negacionistas de la evidencia científica — como contradecir que la tierra es redonda o que las vacunas son necesarias— y el cambio climático. Estos últimos tienen rostro, algunos de ellos hacen parte de QAnon, un ejército informal de extrema derecha estadounidense que logró hace poco (casi nada) asaltar el Capitolio de forma violenta para impugnar los resultados de las elecciones. ¿Qué tanto afecta a Trump o a sus seguidores que algunos fanáticos hayan cometido el atropello de las últimas horas? Muy poco. Según una encuesta reciente de YouGov, el 45% de los republicanos apoya a los asaltantes del Congreso.

Hay, incluso, jóvenes trumpistas que no reúnen ninguna de las características anteriores. Algunas encuestas citadas en medios norteamericanos arrojan que muchos de ellos están de acuerdo con la política migratoria republicana o con las leyes que promueven el primer empleo, incluso con el discurso de la libertad y el desarrollo norteamericano, desde una perspectiva de potencia mundial.

En definitiva, ninguno de los tipos de votantes de Trump se puede subestimar.

Seguramente al mitómano, megalómano, excéntrico y aborrecible de piel naranja le quedan pocos años de vida. Pero lo que logró unificar alrededor de su política seguirá más vivo que nunca, como una fuerza que se resiste a desaparecer casi como la existencia misma de los seres humanos. Porque eso somos, en alguna medida. Todos tenemos algo de Trump en nuestras democracias, en el sistema, en nuestra forma de ser, aunque no queramos aceptarlo. Lo que perdió Trump, insisto, fueron las elecciones, pero las creencias, valores y posiciones siguen intactas en millones de personas, no solo estadounidenses, sino en el mundo entero, como las decenas de líderes mundiales que emulan ese modelo.

Cuando termino de escribir esta entrada, Twitter decide volver a darle acceso a su cuenta a Trump, quien publica un video donde promete una transición pacífica a Biden y rechaza la violencia —que él mismo promovió— ocurrida en el Capitolio. Termina su corto discurso diciéndole a sus seguidores: “(…) Hicimos un gran trabajo. Este es solo el comienzo”. Yo también lo creo.

Nicolás Rivera Guevara

@soynicolasrg

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