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-¿Orinaste hoy?

-Sí, dos veces.

-¿Qué tanto?

-Unas gotas la primera, otras cuantas la segunda.

-Bueno, por lo menos tú pudiste.

Con este diálogo tempranero, Paolo Sorrentino nos deja en situación. Un par de viejos (Fred Ballinger, interpretado por el maestro Michael Caine, y Mick Boyle, en la personificación de Harvey Keitel) viven su retiro en un spa suizo. Allí, sus limitaciones físicas y nostalgias del pasado se contrastan con la observación de la juventud, que encarnan extras y personajes secundarios.

El director italiano, ganador del Oscar a mejor película extranjera (La gran belleza, 2013) teje una obra rica en diálogos, los cuales dan pie a la reflexión sobre el sentido de la vida. A esto se suma una propuesta visual de corte esteta, contemplativa (en la medida de lo posible para no romper con Hollywood) y no carente de poesía: en un momento desfilan jóvenes lozanos y ancianos arrugados por la misma pasarela del hotel alpino, en paños menores, sugiriendo que al final de cuentas nuestra esencia siempre es igual, antes y después de los años.

Bellinger es un director de orquesta retirado, acechado por un enviado de la corona británica que le pide una y otra vez dirigir las ‘Canciones simples’, composiciones a las que el protagonista se resiste a afrontar (veremos una dramática explicación a esta negativa, que viene del pasado). En simultánea, Boyle trabaja en lo que llama su legado, su último gran guión para largometraje, en asocio con unos muchachos tan desparpajados como él.

Con el paso de los minutos y de sutiles chistes (como el asunto de la orinada) también se nos revelan los conflictos de los personajes secundarios (la treintañera hija del músico que fue abandonada por su esposo; un extravagante y disminuido Diego Maradona que en su gordura y cincuentena anhela la magia que lo hizo campeón; el treintañero actor que prepara su actuación más solemne, insatisfecho por el reconocimiento que le dio un papel comercial y taquillero). Así, todos tejen un coro que habla de la imperfección, del inconformismo con lo vivido.

Una aséptica desnudez se usa en el relato a guisa de leitmotiv o repetición, para que el espectador no olvide que es un film de lo joven y lo viejo, de lo vivido y de lo que queda por vivir. De tal forma que los ancianos protagónicos casi se babean cuando la miss universo de turno desfila en cueros y en sus narices, antes de sumergirse en el agua termal.

En dos horas y cuatro minutos de película, queda tiempo para que cada quién se haga las preguntas que le corresponden. A su vez, la interacción padre- hija, amigo-amigo, anciano-joven, joven-niña, revela cómo es que se piensa el hombre en cada etapa del camino. Deja claro que, a veces, la sabiduría puede estar en una señorita de 13 años y que la vejez también adolece de estupidez, no siempre es la encarnación de la sabiduría.

No hay perfección en la vida humana. Nos constituye una sarta de ensayos y errores. Esto lo refuerza Boyle cuando sentencia que “Todos somos extras”, después de aceptar que lo trascendente tal vez no sea lo más importante. Esta voz se convierte en el punto de referencia para que cada nudo de la narración se desate, con las torpezas y aciertos de quienes deben desenmarañarlos.

Con un desenlace inesperado para uno de los personajes principales, la obra advierte que no hay que pasarse el tiempo en la búsqueda del reconocimiento que nos den los otros, si no se hace un autorreconocimiento primero. A pesar de los escenarios impecables y las postales cinematográficas, Youth es una invitación a buscar lo simple.

La conducción magistral que Torrentino hace de Caine y Boyle es suficiente excusa para pagar la boleta, comprar el DVD pirata o descargar el filme de la web. Es que en ella se puede gozar al ver a dos prostáticos autocuestionarse el pasado hasta entender que a veces somos demasiado solemnes y que por momentos simplemente deberíamos apostar por la sencillez.

Título: Youth.

Género: drama-comedia.

País: Estados Unidos.

Dirección: Paolo Sorrentino.

Reparto: Michael Caine, Rachel Weisz, Harvey Keitel, Madalina Ghenea, Jane Fonda, Paul Dano.

Duración: 124 minutos.

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