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Entramos por una pesada puerta de vidrio que nos llevó a un enorme salón repleto de máquinas tragamonedas, en las que aparecían los números 777, cerezas, manzanas, racimos de uvas, patillas cortadas por la mitad y otras figuras coloridas que giraban en las innumerables pantallas. Cientos de personas jugaban frente a ellas.

 

Caminamos por el elegante tapete morado con visos rojos, siguiendo un corredor que bordeaba el salón, en donde un hombre golpeaba desesperado un botón con la mano, un joven doblaba su dedo índice sobre el anular, una mujer con sombrero alimentaba de forma sistemática la máquina y otra apoyaba su cabeza sobre la pantalla enchapada en bronce.

 

– No me gustan los casinos –  dijo Ivonne.

 

– A mi tampoco. El sólo ambiente es deprimente. Fíjate en la cara de la gente y dime quién la está pasando bien.

 

– Nadie.

 

– Están enfermos. Deben pasar horas enteras esperando a que tres figuras se alineen para ganarse unas moneditas -, concluí al ver a hombres y mujeres a la espera de un golpe de suerte.

 

Caminamos por un espacioso corredor cubierto por un alto techo, pasando al lado de un restaurante elegante de comida China, en cuya entrada aparecía un vistoso tejado de madera pintado de verde. Finos bordes dorados se prolongaban por sus extremos inferiores, hasta unas puntas de madera curvadas hacia arriba, al estilo de la arquitectura oriental. Cuatro gruesas columnas enchapadas en mármol rojo bajaban frente a la pared en la que había dibujos elaborados de soles, dragones y leones. Un piso de madera brillante se extendía hacia el interior, donde elegantes mesas y sillas de madera oscura, aparecían dispuestas de forma ordenada, dentro de un salón de muros rojos. Del otro lado del corredor, unos cocineros vestidos de blanco enrollaban sushi y preparaban tepanyaki en planchas hirvientes que formaban un círculo, bordeado en su exterior por una larga barra de madera clara, frente a la cual diversas personas disfrutaban de los humeantes alimentos.

 

Seguimos adelante hasta llegar a un punto en el que un gran cartel de Juanes aparecía iluminando la entrada del concierto. Una niña de trenzas de unos trece años, sostenía con orgullo una bandera de Colombia, junto a otras personas que presentaban sus boletas.

 

– Me siento rara entrando a un concierto así. No sabía si traer o no una chaqueta bien abrigada, porque me lo imaginaba en un estadio.

 

– Yo también me lo imaginaba al aire libre. Tipo el Campín de Bogotá. Es curioso como todo el mundo ve las cosas de acuerdo a su propia experiencia – respondí.

 

Presentamos nuestras boletas y entramos a un enorme y alto recinto en el que aparecía la tarima delante de cientos de puestos ordenados en dos grupos separados por un corredor central. Caminamos frente a una tribuna de cómodos asientos de tela roja y brazos acolchados como los de un teatro. En ambos lados del enorme lugar se levantaban otras dos tribunas iguales. Nos dirigimos a la que daba contra la parte derecha de la tarima, guiados por una señora con pantalón y blazer negro, que sostenía una linterna delgada en su mano. Un micrófono oscuro se ajustaba sobre su oído derecho. Subimos por una escalera cubierta por un tapete rizado de color negro hasta la fila J, en donde fuimos ubicados por otro empleado que nos indicó nuestros puestos.

 

– En éste lugar cualquiera puede ver a Juanes de cerca – dijo Ivonne, mirando la tarima sobre la cual pendían unas gruesas estructuras curvas y metálicas de lado y lado, frente a unas amplias pantallas laterales de unos cuatro metros de alto y de ancho. En toda la mitad del entablado negro aparecía una batería poderosa, un teclado corrido hacia la izquierda, unos micrófonos encajados en sus soportes de aluminio y un ecualizador de sonidos con infinidad de botones que se apreciaba de nuestro lado.

 

Saqué el periódico Al Día y busque la entrevista que Ivonne y otro periodista llamado Alfonso Gaytán, le hicieron a Juanes.

 

– Bonito el título “El rostro social de Juanes” -, le dije al verlo sobre una foto azulosa que ocupaba media página, en la que salía el cantante con una camiseta blanca  y una guitarra en las manos cantando en pleno concierto. Un tatuaje de gruesos trazos se asomaba en su brazo.

 

– Léete también “La cronología de una ruptura anunciada”, en donde se hace un recuento detallado de la crisis diplomática entre Colombia y Venezuela, y también la editorial en la que cito al ex Ministro de defensa venezolano Raúl Baduel, quien dijo que el envío de las tropas a la frontera colombiana evidencia una estrategia política de Chávez para recuperar el apoyo popular.

 

– No sabía que la revista Time consideró a Juanes una de las cien personas más influyentes del mundo – le comenté a Ivonne al verlo en la entrevista.

 

– Él lleva ocho años vinculado al tema de las minas antipersonales en Colombia; eso ha subido su popularidad.

 

– Dice que el beneficio más grande que puede sacar de la música es el trabajo social en favor de la comunidad; aunque estoy leyendo que el avance ha sido mínimo, ya que son bombas hechizas… ¡Wooow! No sabía que vale dos Dólares poner una y desactivarla vale dos mil.

 

– Para que veas el problema que tiene Colombia.

 

– Y quien sabe cuando se acabe. Yo digo que la culebra está golpeada pero sigue viva. Las FARC estarán acabadas cuando no viva uno sólo de los jefes de su cúpula, antes no.

 

– Es cierto. Justo cuando las tenemos contra las cuerdas se les aparecen un par de amigos inesperados que las abrazan y resguardan.

 

– Mira, esto es bien interesante – le dije señalando las letras con la punta de mi dedo. – Juanes les dijo que si bien se entiende que hubo una violación del espacio ecuatoriano, debería existir un poco más de apoyo al tratarse de una lucha contra el terrorismo – continué, levantando mis ojos del periódico. – Precisamente eso es lo que nadie entiende. Bueno, aunque todo lo que ha pasado sirvió para desenmascarar por qué es así. Algo que ya se intuía pero ahora se comprobó.

 

– Siempre se supo la intensión expansionista del proyecto Bolivariano de Chávez. El mismo Uribe lo dijo cuando lo destituyo como mediador en la negociación para liberar a los secuestrados – dijo Ivonne.

 

– Oye, que irónico; dice aquí que Simón Bolívar es el líder personal de Juanes. Supongo que Chávez y él comparten ídolo pero no ideología. También dice que Juanes considera a Uribe necesario para éste momento que vive Colombia, y que el país no podría estar en mejores manos.

 

– A él le gusta Uribe – dijo Ivonne mirando hacia la tarima en la que se apreciaba algún movimiento. – Ya van a ser las ocho – indicó.

 

– Esto está bueno: Juanes dice que es de extremo centro. Interpreta eso como quieras.

 

– Allá viene mi jefe – dijo Ivonne señalando a Hernán Guaracáo, quien caminaba hacia nuestra tribuna en compañía de una señora y una niña. Lucía un saco amarillo de lana y una gorra azul oscura. Lo seguí con la mirada pensando en la gente valiosa y productiva que el país ha perdido por causa del conflicto interno. Hernán era tan sólo un ejemplo de los millones de cerebros fugados que podrían estar en el país consolidando una nación pujante y emprendedora. Los vimos subir las escaleras y aproximarse a nosotros.

 

– ¿Y Yesid no ha llegado? – preguntó luego de acomodarse.

 

– Acabo de hablar con él por celular y me dijo que está parqueando – le respondió Ivonne.

 

La hija de Hernán daba pequeños saltos sujetando sus manos cruzadas a la altura de su boca.

 

– Las tribunas ya están casi llenas. Cuántas personas crees que haya – preguntó Ivonne.

 

Conté las filas de una tribuna y multipliqué su número por el de las columnas. Lo mismo hice en cada sector. – Unas cuatro mil – le dije.

 

– Mira que también hay muchos gringos – dijo al dar un vistazo a nuestro alrededor.

 

– ¿Hace mucho llegaron? – preguntó Hernán, quien no terminaba de acomodar su ancho cuerpo dentro del asiento.

 

– Hace unos diez minutos – respondí. – Hernán, ¿qué opinas de lo que pasó en nuestro país? – le pregunté, interesado en la opinión del dueño del periódico hispano más importante en éste sector de los Estados Unidos.

 

– Que no es muy distinto a lo que viene pasando desde hace cincuenta años. Sólo que ahora los actores del conflicto son distintos. Pero te voy a decir lo que rescato de todo esto –, dijo mirando al vacío por donde las tribunas abarrotadas se alistaban para la salida de Juanes. – Veo que la juventud de Colombia está sacando la cara por el país. Y esas son buenas noticias. Por lo menos se apunta a un futuro mejor.

 

Las luces del recinto se apagaron y el público se emocionó. Me quedé pensando en esa última frase que se mezcló en mi cabeza con los gritos agudos, aplausos y chiflidos emotivos de la gente. Unas luces focales de color blanco brillante se encendieron en la tarima, alumbrando la batería, el teclado y los micrófonos.

 

Pensé en que la vida siempre esta llena de virajes extraños, dimensiones desconocidas que nos hacen recordar lo frágiles que somos, lo ínfimos que nos vemos en un cosmos infinito en el que existimos como seres microscópicos. Habitamos un pequeño mundo, de una pequeña galaxia, de un pequeño universo, en el que los seres humanos son una colectividad. ¡Diablos! Es tan difícil de entender. ¿Por qué no nos ayudamos en vez de darnos duro? ¿Por qué habrá tanta intolerancia en éste planeta? Da rabia pensar en eso, me dije, pero cuando vi la figura de Juanes con su guitarra en mano y escuché los primeros acordes de la canción “A Dios le pido”, sentí una especie de alivio que llenó mi cuerpo de energía.

 

 

Lea la parte (I) de la crónica Concierto de paz: Juanes Campeón, en www.eltiempo.com/participacion/escarabajomayor

 

Espere en breve la parte III.

 

Vea más fotos en www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com

 

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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3 Comentarios
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  1. escarabajomayor

    Monicape: Las crónicas de Brasil se van a seguir escribiendo, sólo que las iré alternando con algunas otras crónicas que haga en Filadelfia y sus alrededores, en donde estoy viviendo como estudiante.
    ——–

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