Una semana después de que se propagó de forma viral en redes, radio y televisión el triste video de Nicolás Gaviria, en el que amenaza a unos policías en la zona rosa de Bogotá con la frase “Usted no sabe quién soy yo”, los empuja, les pega en el casco y les dice que los va a hacer mandar al chocó, al pretender ser el sobrino apócrifo del ex presidente César Gaviria, se pueden recoger conclusiones interesantes y hacer propuestas hacia el futuro, de forma que el incidente —muy caracterizador de una cultura—, no quede como un anécdota sino que sirva para ir erradicando rezagos que aún subsisten de la forma en que antiguamente se manejaban las casas de colonias en toda Latinoamérica. (Para ver el video haga clic aquí: https://www.youtube.com/watch?v=5H_7mGD1P6E).

En primera instancia la situación plantea que en Colombia aún hay gente que camina las calles como dueños de hacienda con esclavos. Es muy demostrativa de que tenemos un país poco democrático y muy servil, en el que algunas personas ven a las de menos recursos como peones en un tablero de ajedrez puestos en lugares de trabajo para su servicio. Es una continuación de la mentalidad que tenían los españoles a los que enviaba La Corona a Las Indias para hacer soberanía. Al ser terratenientes, es decir, tener grandes extensiones de tierra y esclavos o sirvientes a su servicio, desdeñaban a aquellos que trabajaban, aborrecían a los pobres, los pisoteaban física o moralmente para demostrar que ellos estaban arriba y los demás eran una suerte de parias que debían besar sus pies.

Lo anterior ocurría hace siglos. La conducta puesta a la fecha, sábado 28 de febrero de 2015, muestra que los comportamientos arraigados se transfieren de una generación a otra a pesar del paso del tiempo y el cambio de épocas. Revela una grieta social muy profunda. El comportamiento de Nicolás Gaviria es adquirido. Lo vio a través del ejemplo de sus parientes o demás personas a su alrededor. Lo imitó así como lo seguirán imitando otros si no se repudia. Por eso él intentó desestimar la gravedad de su acto en Blu radio, al culpar como agente causal del incidente al taxista que le cobró una tarifa excesiva en la carrera desde Chía, y acusar a los policías —que entre otras cosas lo estaban defendiendo—, de haberlo tomado demasiado fuerte de las manos. Es decir, según él, es inocente.

Intentó restarle importancia a su actuar al decir que los medios de comunicación deberían enfocarse en asuntos más importantes. Otras personas piensan lo mismo. Un forista en mi propio Facebook dijo: “Por qué le dan tanta importancia a este cretino. El crimen que cometió es el que cometen todos los que beben. (…) ¿Por qué en vez de este desgaste de medios y redes sociales no le ponen cuidado a los que están matando gente, robando desde el gobierno, violando y abusando niños? A esos es a los que deben darles importancia e invertirles tiempo y plata, ¿o no?”. Mi respuesta: A esos también hay que denunciarlos para ver si vamos construyendo algo mejor para los que vienen. Pero no pasemos por alto o excusemos gestos culturales que nos empobrecen y ya no se pueden tolerar.

Que Nicolás Gaviria diga que los policías pierden el tiempo con él en vez de ir tras los maleantes, es recordarle a la fuerza pública que está a su servicio y disposición. El mensaje que se trasmite es: Ustedes están para protegernos a mí y a los míos. No soy el malo. Soy el bueno… Su discurso está construido desde una perspectiva elevada que mira hacia abajo. Él se sitúa arriba, el otro abajo. El policía es un subordinado, un sirviente, el peón, el esclavo al que puede castigar si se vuelve en su contra, así como lo son todos los demás empleados de rangos medios y bajos que osen enfrentarlo.

Volvamos a sus palabras recurrentes no solo en el incidente de la zona rosa, sino en el de seis meses atrás, dado a conocer por la misma policía, en el que aparte de inventar que es un espía de la CIA y tiene fuero diplomático, les saca relucir la frase “Ustedes no sabe quién soy yo” a unos agentes del CAI del parque El Virrey, y amenaza a otro con: “Le voy a decir una cosa, no se meta conmigo porque usted termina en el Chocó…”, que es de una violencia máxima por las implicaciones que tiene. Es casi como decirle: Voy a destruir su vida y la de su familia al hacer que lo trasladen allá. Yo tengo el poder de hacerlo, soy pariente de alguien poderoso y los puedo pisar así como mis ancestros han venido pisando a los suyos. (Entre otras cosas es un exabrupto calificar al Chocó como un lugar abominable. Cualquiera que haya ido sabe lo hermoso que es en su naturaleza, paisajes y personas).

Un absurdo como el anterior solo se puede presentar en una sociedad basada en prebendas, palancas y favoritismos, en donde la mentalidad de ciertos privilegiados da para cualquier tipo de atropellos. Como lo dijo Alejandra Corredor Melo en su artículo “Atajos mentales, el desvío de Nicolás Gaviria”, publicado en el portal “Finanzas Personales” el 9 de marzo, Gaviria quería salirse con la suya usando el concepto sicológico de la heurística de representatividad que los investigadores Daniel Kahneman, ganador del premio Nobel de economía en 2002 y su pupilo, Amos Tversky, estudiaron. “Las heurísticas o sesgos cognitivos, son atajos mentales que el cerebro humano ha desarrollado para ayudarle a procesar las enormes cantidades de información que recibe cada segundo. Estos atajos le permiten optimizar la energía que consume y agilizar los procesos mentales”, que si bien pueden ser útiles también pueden ser usados de forma maquiavélica como lo hizo Nicolás Gaviria. Según Alejandra: “El adagio popular que dice que, “si parece un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces es un pato”, explica fácilmente por qué éste personaje se apalancó en su apellido y en los contactos de su celular, para presionar a quienes pretendían meterlo en cintura”. (Para leer el artículo completo de Alejandra Corredor Melo haga clic aquí: http://www.finanzaspersonales.com.co/columnistas/articulo/analisis-del-caso-nicolas-gaviria/55673).

El problema de fondo es que las normas jurídicas y la justicia entran en una zona gris. Pareciera que no deben ser tenidas en cuenta al ser utilizadas en los parientes y amigos cercanos a los legisladores, magistrados y políticos encargados de hacerlas. El escritor Sergio Ocampo Madrid en su artículo “Nicolás Gaviria y este país güepajé”, publicado el miércoles 11 de marzo en eltiempo.com, expone muy bien el tema: “La primera razón que saca a la luz el caso Gaviria es si existe un concepto real y efectivo de autoridad entre nos. Y lo expongo así porque, aunque nadie lo diga en voz alta o sea una cuestión inconsciente, la ley y las normas son algo bien relativo en este país, y el mejor reflejo es la escasa convicción de la Policía sobre sus atribuciones, sobre su autoridad, sobre el uso de la fuerza legítima. En naciones civilizadas una violación a las reglas es la ruptura de un pacto social y debe ser subsanada de alguna manera. En eso no se admiten peros”. (Para leer el artículo completo de Sergio Ocampo Madrid haga clic aquí: http://blogs.eltiempo.com/silencio-escandaloso/2015/03/05/nicolas-gaviria-y-este-pais-guepaje/#cxrecs_s).

En el artículo “El país detrás del ´Usted no sabe quién soy yo´”, publicado el domingo 8 de marzo en El Tiempo, la periodista Irene Larraz asegura: “Si Colombia fuera un país más democrático e igualitario, el ‘usted no sabe quién soy yo’ de Nicolás Gaviria jamás se habría producido”. Además cita unos atropellos recientes en los que políticos o hijos de políticos han amedrentado a otros policías, como el del hijo del magistrado Luis Gabriel Miranda, en aquel entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, quien llegó al lugar de los hechos a decirle a los policías que eran unos animales insignificantes que no sabían lo que se les venía encima al haber forcejeado con su hijo luego de que lo pillaron al parecer, “protagonizando actos indecorosos con su novia a bordo de un carro oficial en la vía pública”, o el del senador Eduardo Merlano, quien conducía en estado de embriaguez e increpó a los policías que lo detuvieron. Se negó a que le hicieran el examen de alcoholemia con estas palabras: “¿Cómo me va a tratar usted así? (…) Yo soy Senador de la República. ¿50 mil personas votaron por mí y ustedes me van a faltar al respeto?”.

En ese mismo artículo, Camilo Herrera, consultor de la firma Raddar, encargada del Estudio Colombiano de Valores asegura que: “A esta gente se le ha educado desde que nace en el hecho de que son personas importantes o poderosas, y que tienen que adoptar una posición de superioridad: ‘hacerse respetar’, ‘no dejarse’”. Carlos Alberto Uribe, antropólogo de la Universidad de los Andes, lo califica de “intrusiones de nuestro pasado señorial y patriarcal en el presente”. Y añade: “Los criollos se autoproclamaban ‘blancos’, ‘españoles’ y, en consecuencia, ‘hidalgos’ (esto es, hijos de alguien importante), y creían que debían recibir respetos y reverencias especiales de mestizos, negros e indios, que componían el resto de la sociedad. Esos hidalgos son los remotos ancestros de nuestros ‘doctores’, generalmente hombres poseedores del conocimiento, en especial de la ley”. El ex senador e investigador social John Sudarsky a su vez dice que: “Las roscas y los grupos de ayuda son mucho más importantes que los méritos, porque reflejan a gente que ‘la ha sabido hacer’. Esos elementos finalmente le ganan a la ley; nos quedamos en el momento precontractual de toda sociedad moderna”. (Para leer el artículo completo de Irene Larraz haga clic aquí: http://www.eltiempo.com/politica/justicia/analisis-del-usted-no-sabe-quien-soy-yo-en-colombia/15358001).

Este tipo de conductas ahondan la brecha social y generan resentimientos en vez de ir tendiendo puentes entre clases. Son recurrentes en toda Latinoamérica. Está el caso de Lady Profeco en México ocurrido en 2013, en el que la hija de un alto funcionario mexicano mandó cerrar un restaurante que se negó a darle una mesa. En palabras del diario “El País” de México: “Andrea Benítez quería una mesa en Máximo Bistrot, un restaurante de moda. El lugar estaba lleno. Se desocupó un sitio y los trabajadores del restaurante sentaron a los que seguían en la lista de espera y no a Benítez. Tremendo error. La chica descargó su furia por redes sociales –“Pésimo servicio”, escribió en su perfil en Twitter– y acudió a la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), el organismo mexicano encargado de defender los derechos de los clientes. Hay un detalle. Benítez era hija de Humberto Benítez, director del organismo”, quien mandó cerrar el restaurante en minutos. (Para leer el artículo completo de “El país” haga clic aquí: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/04/30/actualidad/1367349756_800117.html).

También hay casos de rezagos de feudalismo en otras partes del mundo. En el muy buen artículo “La peor epidemia del ¿Usted no sabe quién soy yo?”, Luis Eduardo Quintero, bloguero de El Tiempo, nos comparte la historia de Cho Hyun-Ah, alta directiva de la aerolínea Korean Airlines, quien el 5 de diciembre 2014 “armó un innecesario escándalo dentro de un avión de la compañía de su padre. El vuelo con la ruta New York – Seul debió regresar porque esta ‘diva’ se molestó cuando un tripulante no le sirvió unas nueces como debía ser. No contenta con detener el tráfico en un aeropuerto internacional, esta reina de la clase divinamente coreana, hizo expulsar del avión al tripulante envuelto en el pequeño error, insultó y agredió físicamente a otros miembros de la tripulación y juró que este ‘gran incidente’ no se iba a quedar así. Todo por unas simples nueces. ¿Cómo se dirá USTED NO SABE QUIÉN SOY YO en coreano?”. Tras el escándalo generado, el papá ofreció disculpas ante toda la nación, reconoció que su hija nunca tuvo una educación apropiada y la echó de todos sus cargos. (Para leer el artículo completo de Luis Eduardo Quintero haga clic aquí: http://blogs.eltiempo.com/que-lejos-estamos/2015/03/03/la-peor-epidemia-del-usted-no-sabe-quien-soy-yo/).

El otro gran ejemplo reciente es el de Andrew Mitchell, ex ministro de Cooperación Internacional del Reino Unido, quien en 2012, llamó “jodidos plebeyos” a los policías que custodiaban el domicilio del Primer Ministro británico, porque estos le pidieron que se bajara de su bicicleta y entrara por la puerta peatonal. Según El Tiempo “La ofensa no solo lo obligó a renunciar, sino que, además, la justicia lo acaba de condenar a pagar 80.000 libras esterlinas (unos trescientos once millones de pesos) a los uniformados ofendidos”.

Muchos han sufrido un caso de estos en carne propia. El propio “Gordo” Santos, un amigo, y yo, en la excursión del colegio en San Andrés, nos enfrentamos a un tipo del San Jorge de Inglaterra que nos amenazó con un “Ustedes no saben quién soy yo”. Resulto ser que era sobrino de “Nacho” Vives, un ex congresista de la época. Lo irónico es que “Nacho” Vives, fue el promotor de uno de los más sonados debates en el Congreso durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), en el llamado escándalo de ‘Fadul y Peñalosa’, en el que acusó al ministro de agricultura, Enrique Peñalosa, de tráfico de influencias ejercidas con el director del IFI, Miguel Fadul, en prolongadas sesiones emitidas por radio, tras las cuales el presidente Lleras amenazó con renunciar. El “Gordo”, quien tenía fama de no aflojarse ante nadie, lo enfrentó con los puños a lo alto y dijo: “¡Me importa un culo quien sea! Venga y pelea como hombrecito”. El hombrecito, al ver que su amenaza no surtió efecto, emprendió la retirada como un perro con la cola enroscada entre las piernas…

Como manifestó un forista en Facebook: “No importa qué tan educado, talentoso o rico seas, lo que en últimas habla por ti es la forma en la que tratas a las demás personas”. Otro amigo del colegio en un correo personal dijo: “Si bien lo que hizo este pelafustán del Gaviria con los policías es asqueroso, no dista de lo que muchos de nuestros conocidos hacen en su día a día, solo que no lo hacen insultando y golpeando a la autoridad, lo hacen untándoles la mano con dinero, contratos, traficando influencias, porque después de todo, son los dueños de la hacienda”.

El presidente Juan Manuel Santos le dijo a los policías luego del caso Gaviria: “Cuando alguien se les enfrente envalentonado y le diga a cualquier patrullero o agente ‘Usted no sabe quién soy yo’ inmediatamente lo llevan a la estación para que averigüen quién es, tienen esas instrucciones”.

No pretendo que esto sea una cacería de brujas en contra de Nicolás Gaviria. La cultura en la que vive lo llevó a actuar de esa forma. El tipo está teniendo su castigo por lo ridículo que fue, y por seguir creyendo que el mundo es ese lugar en el que se puede matonear a la gente por pertenecer a castas privilegiadas. Esperemos que jamás vuelva a utilizar la frase y tanto él como muchos otros cambien de actitud.

Que la denuncia se haya vuelto viral es una maravillosa noticia. Muestra un nuevo aire dentro de una sociedad que rechaza este tipo de comportamientos. Le dice no al manejo que se le da a una justicia que se aplica para unos y no para otros. Aparte pierde el miedo de señalar a los abusivos con el dedo y de poner las cosas en su sitio. En realidad no importa quién sea o qué parientes tenga cada quién. Lo importante es lo que uno hace en su propia vida personal y como, al final del día, se mira a sí mismo al espejo de acuerdo con la forma en que trata a la gente.

Por esta y muchas razones más de hartazgo los invito a que nos movamos de forma más activa a pertenezcamos al grupo “Ni sabemos quién seas ni importa”, que inauguramos desde ya en la siguiente página de Facebook. Bienvenidos todos los que quieran denunciar a un atropellador que camina el mundo como dueño de hacienda con esclavos.

Para pertenecer al grupo “Ni sabemos quién seas ni importa” haga clic en este link: (https://www.facebook.com/pages/Ni-sabemos-qui%C3%A9n-seas-ni-importa/1045567762124156 dele un “like” y empiece a denunciar).


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