Análisis de La Jauría y Los reyes del mundo
Twitter: @jeroriveracine
En 1950 el público mexicano quedó sorprendido por el estreno de una película que generó molestias e incomodidad en un amplio sector del público, pero también una gran admiración entre muchos cinéfilos que vieron allí una nueva posibilidad de abordar las temáticas sociales de forma cruda y sin romantizar la pobreza, como solían hacer las películas de la edad de oro del cine mexicano. Esta película, Los olvidados, dirigida por el gran director Luis Buñuel, representaba sin rodeos ni maquillaje la vida de niños y jóvenes pobres en las barriadas y representaba una fuerte bofetada a una sociedad que se negaba a ver esas realidades en la pantalla. Tuvo que ser un extranjero el que contara la cruda realidad que los locales no querían retratar. Caso similar ocurrió en Colombia con la película Pasado el meridiano (Arzuaga, 1965) dirigida por un cineasta español, que causó gran polémica por su fuerte crítica social en una cinematografía que, en ese entonces, estaba llena de retratos idílicos y casi promocionales del país.
Quienes conocen este blog desde su inicio, hace 10 años, saben que poco escribo aquí sobre películas, pero creo que en este caso bien vale la pena hacerlo. Esta semana, casualmente, tuve la oportunidad de ver dos películas colombianas más premiadas de los últimos tiempos y que pronto estarán en cartelera: La Jauría y Los reyes del mundo. Además de sus ricas propuestas estéticas, acertadas direcciones y bien logradas actuaciones; hay varios puntos temáticos en común que quiero abordar en este texto. Lo primero que salta a la vista es, justamente, la representación que allí se hace de una niñez/adolescencia olvidada y atropellada, que elige la delincuencia como la única manera posible de lidiar con el abandono y el desprecio de la sociedad. Son dos películas con un alto contenido poético que, no obstante, narran con crudeza y sin contemplaciones una de las mayores pruebas de la degradación de la sociedad: el trato que damos a nuestros niños.
La Jauría, dirigida por Andrés Ramírez Pulido, representa el universo distópico y atemporal de una cárcel para menores en medio del campo, en donde los jóvenes delincuentes deben asumir una serie de rituales y rutinas mientras se confrontan con ellos mismos y enfrentan duras realidades del pasado de las que tratan de huir. La película viene precedida del prestigioso premio de la semana de la crítica en el festival de Cannes, en donde además estuvo nominada a la cámara de oro como mejor ópera prima y de la nominación como mejor película en la sección nuevos horizontes de San Sebastián. Es la candidata por Colombia para el premio Goya al cine iberoamericano.
Los reyes del mundo, dirigida por Laura Mora, por su parte, ha ganado el premio más importante de la historia de cine colombiano al ser la primera película nacional en obtener el gran premio de un festival tipo A: San Sebastián. Es, además, la película candidata por Colombia para los premios Oscar. Este largometraje se enfoca en la historia de cinco jóvenes paisas que emprenden un viaje hacia el Bajo Cauca antioqueño para reclamar una propiedad heredada por uno de ellos y, en su recorrido, deben enfrentar una gran cantidad de dificultades.
PELÍCULAS CORALES: El cine coral apunta a desdibujar la noción de protagonista al repartirlo entre varios personajes principales, lo que permite que la historia no se personalice y sea más fácilmente generalizable. Ambas películas tienen un conjunto de personajes protagónicos, aunque en cada una existe claramente un punto de vista: el de Eliú (La Jauría) y Rá (Los reyes del mundo) cuyos rostros representan la cara de ese mundo infantil marginal al que no queremos ver a los ojos y se suman a otros rostros emblemáticos del cine colombiano de jóvenes sin futuro a los que huimos la mirada al que también pertenecen personajes como El zarco (La vendedora de rosas), El alacrán (Rodrigo D no futuro), Rambo (Monos), Alexis (La virgen de los sicarios), Omar (En coma) y Jesús (Matar a Jesús) entre otros.
Sin embargo, en las películas corales el protagonismo siempre es compartido y allí aparecen otros personajes que representan en sí mismos categorías como la amistad, la traición o la culpa. En el caso de La jauría se trata de un crimen del pasado ocasionado por la mezcla entre resentimiento y drogas y en Los reyes del mundo de la supervivencia en un mundo hostil en donde los jóvenes deben arrebatar a otros lo que a ellos les ha sido negado y es allí justamente donde está la parte más problemática de esta mirada, pues hasta cierto punto podría justificarse el delito por las injusticias y privaciones que han padecido estos jóvenes, que pasan de víctimas a victimarios permanentemente. Así como pasa con el emblemático y polémico personaje del Jaibo en Los olvidados (Buñuel, 1950), llegamos a entender las razones de sus crímenes, aunque no dejen de parecernos aberrantes.
PROPUESTAS ESTÉTICAS Y POÉTICAS A UNA REALIDAD CRUEL: Una cosa es romantizar la pobreza y otra, muy distinta, es encontrar la belleza y la poesía en medio de una cruda realidad. Hace muchos años tuve la oportunidad de trabajar con Víctor Gaviria y siempre recuerdo su frase mientras escribíamos el guion de una película con contenido muy violento: «hermanito, ¿dónde está la poesía?».
En La Jauría asistimos a un sitio en decadencia que es remodelado a la fuerza por los jóvenes reclusos, un espacio que vio tiempos mejores, del que intuimos perteneció a algún mafioso venido a menos y que nos recuerda a la propuesta de Lavaperros (Moreno, 2020), las ruinas de un mundo opulento que ya no existe y que los jóvenes heredaron a la fuerza. Esa prisión en medio de la nada es un sitio de expiación, una especie de purgatorio o limbo en donde jóvenes que no tienen nada que perder y han tocado fondo luchan por sobrevivir en un dilema entre continuar delinquiendo o redimir sus culpas. En esa microsociedad, que algunos han asociado con la propuesta de Monos (Landes, 2019) pero que termina pareciéndose más a un drama carcelario tipo Papillón, los personajes se encuentran en medio de un cruel carcelero y un líder que intenta cambiar su futuro mientras batalla contra su propio horrible pasado. En medio de todo esto, las víctimas de sus crímenes y la indolencia de quienes quieren sacar provecho de su situación.
Los reyes del mundo es una road movie en la que jóvenes desposeídos emprenden un viaje sin ningún tipo de recursos. Armados de cuchillos y machetes y en un par de bicicletas, los jóvenes viajan a su suerte por peligrosas carreteras en donde también ellos representan un peligro. Se sienten los reyes al saber que, por fin, la justicia podría obrar a su favor y alcanzarán a tener un pequeño lugar en el mundo para habitar pero también saben que no será fácil y que la sociedad tarde o temprano los terminará golpeando. Rá posee un papel que lo acredita como dueño de una tierra, pero esto no es garantía de que así sea. De esta forma, los jóvenes avanzan en su camino mientras expresan su rabia y su rencor destruyendo lámparas o asaltando ciudadanos. Son jóvenes que nacieron viejos, batallando por su propia vida y escudándose solo en el apoyo que brindan sus amigos, la única familia que realmente han conocido.
LA JUVENTUD REPRESENTADA: Son realmente pocas las películas colombianas protagonizadas por niños y jóvenes. A las mencionadas, se suman títulos como Los niños invisibles (Duque, 2001), Los colores de la montaña (Arbeláez, 2010) y Pequeñas voces (Carrillo y Andrade, 2010). Nuestras historias infantiles suelen estar, tristemente, emparentadas con los graves problemas que ha atravesado el país, pero esto no es ficción, pues nuestros niños padecen las consecuencias de la violencia que ha irrumpido históricamente en sus territorios. Pasar de niños víctimas a los victimarios es, sin duda, doloroso, e incómodo de ver. Éticamente cuesta juzgar a quienes delinquen después de una vida de privaciones y en Colombia nos acostumbramos también a relativizar la violencia contra los niños que se narra como casos «aislados» o «daños colaterales», o abiertamente llega a justificarse con términos como «máquinas de guerra», como afirmó un infame personaje al que no quiero mencionar.
Frente al mundo adulto, que impone y atropella, que reprime y castiga; los jóvenes delincuentes quieren imponer un nuevo orden en donde puedan ser libres para compartir con sus amigos y divertirse. Es una guerra abierta en la que están dispuestos a matar o morir, pero en la que también pueden ser tiernos y compasivos con quienes les muestran algo de bondad (generalmente, seres marginales como ellos). Como se ha visto en otras narraciones (y en la vida misma) el amor materno es uno de los únicos refugios seguros (aunque puede buscarse en madres sustitutas) y el padre suele ser un castigador que reprime y, no en pocas ocasiones, maltrata y victimiza.
La jauría y Los reyes del mundo representan niños en mundos de adultos o, quizás, adultos en cuerpo de niños; en suma, seres humanos que no han tenido tiempo de desarrollarse, de jugar y ser amados, cuando ya se enfrentan a una dura realidad que los golpea con sevicia y les niega todos los derechos fundamentales. Son esos niños que vemos en la calle y a los que preferimos ignorar porque nos devuelven el espejo de las batallas que perdimos como sociedad. Esos niños que se alejan de la imagen que quisiéramos conservar de la infancia, que nos generan miedo y repulsión: los niños olvidados.
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