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Hacer política en Colombia es tan difícil como hacer un buen arroz con habichuela. No lo dice el gran combo, lo digo yo, ahora que aspiro al Concejo de Bogotá por el Partido Liberal.

La canción empieza así: Esto no es lo que tú piensas ♪ 

Si hay algo de lo que estoy seguro, es que la política no es como la pintan, es peor. Por más que los políticos tradicionales se adornen de frases sacadas de un álbum de Arjona, políticos se quedan. Son camaleones,  se abanderan de causas nobles ante la tarima, pero en el escritorio conspiran contra el interés general. Como esto que acabo de decir es lo que hay y lo que pasa, se deduce que la política es corrupta y por ende imposible de cambiar. Error.

El primer reto es aceptar que no necesariamente la situación tiene que seguir siendo así. Tenemos una lucha ética por librar. No es una batalla por separar a los decentes de los indecentes, o repartir certificados de buena conducta, es más bien una reflexión en la que estamos en la capacidad de reconocer que sí puede haber candidatos honestos y serios. Es también ganarle la lucha a la ‘fracasomanía’, un sentimiento de derrota permanente sobre la representación política. 

Y el gran combo sigue así: esto no es ensaladita Light

De la reflexión sincera, aquella en la que somos capaces de revelarnos contra la ‘fracasomanía’, damos espacio como sociedad civil a que candidatos nuevos hagan sus propuestas, las cuales deben gozar de rigurosidad en forma y contenido. ¿Pero a qué tipo de rigurosidad me refiero? a aquella propuesta política que logra consolidar el apoyo en las urnas sin la necesidad de comprar conciencias, acompañado de una visión de la sociedad clara y concisa.

La potencia de estas dos variables o logran volcar el descontento nacional de las redes sociales en acciones concretas, o fracasan.  El gran salto cualitativo del país no se logra con pequeñas acciones o activismo mediocre, y es por ello que se requiere de tiempo y paciencia, pero sobre todo, de políticos que lideren estos procesos con la mayor solvencia intelectual posible. Algo que resume magistralmente Joaquín Leguina así:

‘La solvencia intelectual que le es exigible a un político no es la del erudito o la del sabelotodo, sino la de la mente capaz de elaborar síntesis. Comprender y expresar los problemas y las propuestas de solución. Una visión de la realidad crítica y radical. Ideas, pero no ocurrencias. Promesas, pero no milagros. Críticas, pero no demagogia. Reclamarse de  la palabra y no de la imagen ni de los titulares de prensa. En fin, negarse a ser engullido por la trivialidad y el oropel mediáticos.’

Ya se va complicando el baile: esto tiene su truquito (la política) ♪ 

Lograr que la política funcione depende, en primera instancia, de las condiciones en las cuales el político asume el reto de representar a su electorado para llegar a ejercer dicha representación. Si lo hace bajo las condiciones que hacen parte de la política tradicional, el cambio es imposible. Es un sofisma justificar el comprar votos, el ofrecer puestos, el usar la miseria moral o material de los ciudadanos para ejercer una representación digna y eficaz. El fin no justifica los medios.

En segunda medida, está el cuerpo de ideas que le dan forma y fondo al proyecto político. La democracia de verdad, esto es, la que cumple con lo expuesto con el primer punto, es decir, rechazar los métodos de la política tradicional y proponer nuevos, puede llevar al poder también a un dictador o a un cretino. De manera que el cambio no llega única y exclusivamente con la forma de hacer política. Se requiere de un cuerpo de ideas, no dogmático, sino abierto al diálogo y al error, pero con principios claros, como el que ofrece estupendamente el liberalismo con sus más connotados autores: Hayek, Bastiat, Mises, etc.

Acaba así la canción: esto no es llegué y pegué

Ganar elecciones es importante, pero no es el primer objetivo del proyecto político. Son las ideas quienes hacen de pilares y las que en últimas llevan a que una propuesta política alcance el poder. Hayek denunció a los socialistas de todos los partidos como los enemigos de la libertad, yo me dirijo a los liberales de todas las corrientes, como defensores de la libertad. La invitación es a construir juntos una agenda liberal a la cual podamos acudir para defender, sin importar quién la abandere. 

 

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