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Hoy quise centrarme en una de las promesas de narraciones “telenovelescas” con sello Netflix, que además de parecerme más de lo mismo comete otros pecados en detrimento del talentoso equipo que compone la historia. Y destaco una serie sueca en la misma plataforma que tendrá segunda temporada, tan irreverente como reflexiva sobre la mujer, el sexo y el mundo editorial.

Qué drama…ni un pasito en Ritmo Salvaje

Quiero entender la razón para aprobar este proyecto ¿El éxito de ‘La Reina del Flow’ para armar un multiverso reguetonero? ¿Una historia tipo Nickelodeon pero con estimulantes? Ya se volvió paisaje convertir las historias para jóvenes en un derroche de colores neón que refuerza una hiperrealidad con marcadas diferencias de clase. La vieja confiable de mencionar al ‘perreo’ como del populacho que se friega para comer y las obras clásicas como ‘Romeo y Julieta’ para los niños bien que se narcotizan entre secuencias de videoclip.

Por eso ya no conecto con muchas de las producciones juveniles: quieren verse aún más aspiracionales que antes con el ribete de la inclusión para atraer ingenuos. De acuerdo, no se trata de hacer una ‘Euforia’ (que de hecho a veces cae en el extremo de una garrafal pretenciosidad). Pero no pueden insultar la inteligencia por el afán de crear moda de diez segundos.

Entonces qué veo… Una historia que pasa el chequeo de la plataforma, con protagonistas empoderadas, que manejan los hilos de la trama y toda la diversidad posible en la piel de ‘tiktokers’ venezolanas, argentinos y mexicanos. Antonia (Paulina Dávila, ya, denle el protagónico de la bioserie sobre Shakira, siempre me ha parecido que lo puede hacer), la gomela culta desafiada por un director petulante (Andrés Juan) y “obligada por su cruel madre a estudiar algo que sea de provecho como la abogacía” (léase con voz de bruja).

Lo raro de la historia es esa obsesión por convertir el reguetón en una fuente de iluminación para alguien que necesita inspiración. ¿Es la manera de bailar lo que puede competir contra ‘El Lago de los Cisnes’? ¿A ese nivel llega la influencia del sonido urbano? Ojo que no digo cuál es mejor que el otro, pero la serie es un espectáculo permanente, una promoción disimulada del canal HTV, que no interesa si el calificado director envía a sus alumnos a un club “peligroso” (eso sí lujoso, la locación de Theatron da para un bar de oxígeno como de encuentro de malvivientes ‘cool’) en vez de rastrear la historia en la calle pura y dura, que el director caleño Jorge Navas consiguió retratar en Somos Calentura (2018). Si la historia se hubiera ido por ese lado creo que sería más interesante.

Por su lado, Karina (Greeicy Rendón) es la bailarina abnegada, la heroína polivalente que me resulta un trasunto de Alex de Flashdance (que trabajaba también en una planta como soldadora) y ya me la imaginé en alguna escena mojada sobre una silla. Los conflictos que la rodean son tan vistos (la abuelita enferma, el hermano dealer) que su aparición me resulta más circunstancial, porque hay que meter pobres luchones. Ni les digo de su coreografía “inspiradora”. Bailan más las muchachas de la telenovela “Como en el cine”.

Ritmo Salvaje - Póster de Netflix Latinoamérica

Todo lo anterior puede explicarse si mencionamos que detrás de “Ritmo Salvaje”, producida por Caracol TV, está Simón Brand, reconocido director de videos musicales, que ya se había lanzado al cine con películas como “Paraíso Travel”. Su estética permea el producto y aquí se siente muy artificioso el choque de mundos que prometen no tiene asidero. Tiene más potencial dramático el grupo de bailarinas con nombre de lubricante que el grupito pijo cándido de los sonidos del trap y los movimientos frenéticos de un “twerking”.

Esta serie es el típico caso de un grupo de gente talentosa que le meten la ficha a un producto supremamente comercial y no tienen más remedio que hacer lo que mejor pueden. Como siempre, es posible que funcione, estará una semana o dos en lo más visto y a lo que sigue. Los productores ya deben pensar si es suficiente con aparecer en 90 países una vez o si quieren dejar huella con algo de calidad, que controvierta, que provoque hablar bien de él para sacar pecho, pero no para que se desaparezca tan solo con entrar. Asumo que Netflix no quiere convertirse en un cementerio de historias, así que debe poner de su parte para que lo que compre tenga más sustancia.

‘Amor y Anarquía’: humor negro en estado puro

Sofie, ama de casa, profesional implacable, adicta al porno, esposa amorosa… Esperen, dije adicta a la pornografía. Puede tener un desayuno familiar y antes de salir al trabajo repasa las imágenes de un video erótico con suma urgencia. Está casada, trata de darle rumbo a una editorial decadente y está insatisfecha. Llevará su compulsión lejos y será descubierta por un simpático ingeniero. A partir de ese momento se crea un juego entre los dos con un rumbo incierto.

Eso sí que promete como historia. Me vende un rol moderno con el que muchas mujeres se identificarán. Habla de cosas que poco se mencionan sobre la sexualidad femenina y usa como telón de fondo el mercado editorial, incapaz de sintonizarse con la modernidad. La historia creada por Lisa Langseth te cuenta con un evidente tono de comedia dramática la necesidad de romper esquemas sobre lo que significa crecer, ser padres o el sexo, solo para dar un ejemplo de lo que propone.

Sus ocho episodios se pasan como agua gracias a la química entre los protagonistas, con sus retos cada vez más ocurrentes y los conflictos que se desatan alrededor de sus consecuencias. Está desde el 2020 en Netflix, pero ya anunciaron su segunda temporada, que esperamos mantenga su frescura y atrevimiento temático.

juanchopara@gmail.com

@juanchoparada

www.juanchoparada.com

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Periodista y filósofo. Máster en Dirección de Marketing Digital y Comunicación Web 2.0. Social Media Manager. Escritor cine, cultura, televisión, entretenimiento, sexualidad y tecnología.

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