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La «Ciudad Estudiantil». La «Ciudad Mitrada». Tantos epítetos para una región con historia y tradición en el Norte Colombiano. En cada cuadra usted encuentra iglesias o algún colegio. Algún atisbo de tranquilidad. Es un vividero perfecto para quien aspira a despreocuparse de los afanes cotidianos y hallar un lugar del pasado en un rincón del presente.

Allí nací. Y hoy observo consternado lo nunca visto acerca del terruñito: la televisión nacional tiene por primera vez sus ojos puestos en los disturbios ocasionados por la tensa situación que se vive en la Universidad de Pamplona. Dirán que es una exageración. Pero si de exageraciones hablamos, ¿por qué una ciudad pierde su identidad y gira en torno a las maniobras empresariales de un claustro académico?

Hace 30 años era impensable el mostruoso crecimiento de una entidad académica fundada por un sacerdote. De formar licenciados en diversas áreas de las humanidades pasó a convertirse en un sonado éxito de gestión en donde carreras como medicina, comunicación social o ingeniería ya eran posibilidades para una población que aún ve a la capital del país como el «Bogotan Dream».

Hacer empresa no es un pecado. Las espinas comienzan cuando se trata de una entidad pública. La UP  ambicionó más de lo que podía y resultó apoderándose de espacios sociales, de sitios emblemáticos, hasta cambiarle la cara a la ciudad, principalmente por venderla como la «ciudad universitaria», derrochando recursos a diestra y siniestra que le alacanzaron para finca, sedes, doctorados en el exterior, edificios, hospital…

Ese «páramo» -como muchos la denominan por su aspecto neblinoso que cubre el valle donde se asienta- ahora es una sucursal permanente de la Costa Caribe. El «boom» de la novedad académica atrajo a todo tipo de jóvenes con consecuencias disímiles: trajo la «prosperidad» al modelo de negocio de una universidad pública, pero modificó el panorama de una ciudad con la introducción de prácticas y costumbres que no calan para nada con una sociedad anquilosada en el conservadurismo más rancio y doblemoralista.

Pamplona no estaba preparada para expanderse de ese modo. Esa Universidad-emporio fue la etiqueta que obnubiló la imagen de la formación humana y social que se promovía con ahínco allá entre las décadas de los setenta y ochenta. Si me leen coterráneos o personas que hayan visitado la región ¿quién podría imaginarse que en tan solo diez años viviría, casi al tiempo, el éxtasis del «progreso» y el temor representado en las imágenes de disturbios nocturnos que le robaron el sueño a los habitantes y los mantiene encerrados en sus casas?

El miedo que se vive ahora es solo comparable con las tomas guerrilleras en poblaciones a merced de la ley del más fuerte. Lo irónico es que este recelo no es provocado (al menos no demostrado directamente) por la influencia de grupos al margen de la ley…¡sino por estudiantes enfrentados a la fuerza pública! Además ¿qué carajos les pasa por la cabeza al llevar la protesta al límite de destruir casas o a lastimarse entre sí?

Súmele a eso la reciente captura del alcalde de turno, el hoy detenido Klaus Faber. Entonces entenderán que la sensación es de deriva total. Las futuras elecciones serán una prueba de fuego para encontrar una cabeza lúcida, encaminada a reorientar el camino de la ciudad. La Universidad y sus directivos tienen el compromiso de encontrar una solución que protega el interés común y los estudiantes, asumir la actitud de velar por los acuerdos de manera pacífica, sin llegar a la violencia.

Ni en mis peores pesadillas vislumbré la ciudad de poetas y religiosos acosada por ESMAD. O acaparando los noticieros por escándalos de los líderes regionales. ¿Cuándo hablaremos de una Pamplona que es, de verdad, una ciudad de paz, tranquilidad y sana convivencia?

¿Será posible encontrar una respuesta por parte del gobierno nacional?

 

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