Cuando despedimos a personalidades que de una forma u otra han acompañado nuestra vida desde temprana edad no deja de sentirse el dolor del recordatorio de nuestra finitud. Sin ser un apasionado del vallenato, el éxito de uno de los grandes compositores e intérpretes de Mahates (Bolívar) Omar Geles, quien acaba de fallecer y con quien comparto el mismo día de nacimiento, me impulsó a hablar de la huella dejada por «Los Caminos de la Vida», una canción con una letra durísima, comparable en sentimiento a «Nadie es Eterno en el Mundo», conocida en la voz de otro artista popular Darío Gómez.
El sentimiento que une a ambas canciones, una en la orilla del amor por la madre, el deseo por complacerla en un futuro cercano y la otra, más emparentada con nuestra mortalidad, son reflejos de un país que vive sus pasiones con tanta intensidad, incluso en el momento que rendimos cuentas al final de nuestra existencia.
En el caso de Geles, ha exaltado como nunca ese vínculo maternal, anclado en la esperanza de devolverle a esa figura sus cuidados y atenciones con creces. Al leer su historia personal, el espíritu de la canción palpita con más fuerza, pues como él, también viví solo con mi madre. En un mes donde las exaltamos -y paradójicamente convertimos su conmemoración en una orgía de riñas, sangre y muerte-, parece poco menos que insultante dedicar homenajes a ese ser que constantemente endiosamos como alguien lleno de virtudes, capaces de todos los sacrificios, tan influyentes en nuestra manera de ser que en ocasiones anhelamos contar con la fortuna de conocer una persona como ella. Creo sinceramente que canciones como esa o ‘Tarde lo Conocí’, también de su autoría, fueron únicas en su tiempo y prácticamente no he vuelto a ver algo así en la música popular, y estoy hablando de éxitos de la última década del siglo XX, los ya lejanos noventa.
Desde luego, algunos dirán que ese no es precisamente un reflejo de amor filial sano, sino uno que olvida defectos y carencias, o ignora necesidades u oportunidades dejadas por priorizar sus responsabilidades. Nuestras madres son tan humanas como nosotros y si bien les debemos mucho, no podemos perder la perspectiva. Hemos extendido sus virtudes a todas las mujeres como si su misión fuera realizarse de esa manera. No obstante, los tiempos han cambiado. Y parece que a los hombres aún nos cuesta aceptar que jamás replicaremos las bondades de nuestras progenitoras en cualquier mujer, que no todas quieren ser mamás o «como nuestra mamá», sensación que puede engendrar episodios de frustración o llegar a la hostilidad, posiblemente un ingrediente del veneno que ha cobrado víctimas en gran parte de los feminicidios que a diario se registran en los medios de comunicación.
Puede ser que hile demasiado fino en esta reflexión, pero el relato que plasmó Geles en su letra es tan cotidiano y a la vez universal, que fue adaptada en voces internacionales que encontraron en su lastimero testimonio un canto a la realidad, a una forma de ser hombres en Latinoamérica (y más allá), que hacemos del progreso propio solo un medio para conseguir la aprobación de nuestras «viejas», y rodearlas de todo los bienes materiales. Es ya un paisaje en la literatura, las series, telenovelas o películas de nuestra región que un móvil para justificar el camino fácil sea el adquirir estatus, poder y dinero para cumplir ese pacto tácito con nuestros padres de compensar sus esfuerzos con una generosa recompensa expresada en casas, viajes o joyas, obsequios que cubrirán cualquier vacío existente en la relación y que interesa más ocultar. Es un asunto más propio de los pobres: amar a sus madres casi hasta la obsesión, y en nombre de ese sentimiento se valida el crimen, la trampa o el trato con el diablo, «todo sea por mi mamita».
Quizá sea este momento en el que revisemos el lugar que ocupan nuestras madres: si son un simple motor que guardamos en la billetera o cargamos en algún tatuaje o manilla, o si encontramos en ese vínculo un motivo para agradecer el camino que elegimos, aunque no se lo debamos por completo. A todas las madres nortesantandereanas que conmemorarán su día este fin de semana, ojalá tengan ese diálogo con el hijo al que aún no consiguen comprender del todo, o al que solo las llena de mercados o dinero en efectivo. Hijos, ojalá se acerquen a esa mamita a la que solo le saben el primer nombre, a la que le piden que le sirva el almuerzo o le lave la ropa. En ambos casos, espero sea un nuevo comienzo en ese contacto que de pronto no se había podido dar.
Por ahora, Omar Geles y doña Hilda armarán tremenda parranda, pues sus caminos volverán a encontrarse.
Una nueva cita con el golf de alto nivel en Colombia
Del 16 al 19 de mayo se llevó a cabo el International Golf Championship Inter Rapidísimo organizado en el Club El Rincón de Cajicá. Este año el PGA Tour Latinoamérica y el PGA Tour Canadá se unieron para formar el PGA Tour Américas, escenario de varias promesas y jugadores consolidados. En la presentación del evento, que contó con la participación de Iván Ramírez, golfista profesional, Camilo Sánchez, presidente Federación Colombiana de Golf y Sandra Otálora, gerente de proyectos Inter Rapidísimo, se destacó este esfuerzo para potenciar el talento de los locales en diversos circuitos. El triunfo en esta ocasión fue para el neozelandés Harry Hilier Los colombianos destacados en esta edición fueron Ricardo Celia y Juan Pablo Luna. Interesante aporte para destacar los espacios que sigue consolidando este deporte en el país.
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El fallecimiento de Omar Geles y la profunda reflexión Incredibox sobre el vínculo maternal que su música evoca nos recuerda la importancia de valorar y comprender verdaderamente a nuestras madres, más allá de los gestos materiales, mientras celebramos su legado en un contexto cultural que a menudo mezcla devoción y expectativas.
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