El arte se aleja cada vez más del público. Hoy se esmera por lograr reconocimiento, usando un lenguaje dirigido al ojo culto que sea capaz de entenderlo. Y los otros, nosotros, nos preguntamos ¿por qué no lo entiendo? ¿la gente que lo entiende en realidad lo entiende?
Este es un país con poco público y mucho artista. Muchas carreras, espacios, becas, estímulos, concursos, ferias, fiestas, estudios, escenas, etcétera. Pero en ese etcétera hace falta crítica: no todo lo que se expone es bueno, no todo lo nuevo es malo, no todo cuadro costoso debería serlo. Se escribe de arte con la necesidad de promoverlo pero olvidando que es necesario analizarlo y también juzgarlo.
Hay que decir que el arte hoy abusa de su subjetividad. Esto suena pretencioso, pero quiere decir sofisticadamente que hay un exceso de “cada quien verá cómo lo entiende”. Arte hecho por y para los que saben de arte. Mientras tanto a los ciudadanos de a pie no nos queda más que ver una obra por lo que es: pintura, pinceladas, lienzos, maderas, brochazos, marcos, colores, texturas, objetos. Y a veces una obra nos llama la atención porque nos hace sentir algo que no sabemos qué es. Y nos sentimos ignorantes. Y si algo nos parece feo, pero está expuesto, debe ser que es bueno ¿no?
Muchas veces no lo entendemos porque no hay nada que entender. Algunas son piezas que surgieron con el afán de ser vendidas como decoración. Otras veces una buena obra nace del inconsciente humano y al tratar de justificarse pierde su valor. A veces nos quieren hacer sentir, nos quieren provocar y nos ponen a pensar.
Criticar es una de las cosas que quiero hacer en este espacio, que está abierto a la discusión. También quiero que miremos la escena, le echemos un vistazo a las tendencias y hablemos de artistas y de sus pinturas, esculturas, dibujos, diseños, bocetos, fracasos, aciertos. Etcétera.
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