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Son los candidatos con discursos más cercanos al populismo quienes han logrado convertirse en los indiscutibles protagonistas de la campaña a la Presidencia de la República, en medio de una marcada polarización política, mientras el debate gira cada vez con más insistencia en torno a sus acciones y programas.

Lo cierto es que, contrario al creciente fanatismo político, pocas veces Colombia ha necesitado con tanta urgencia un gobierno de centro, lejano de las pasiones de los extremos y capaz de acabar con la peligrosa polarización, en gran parte un resultado del insensato enfrentamiento entre Santos y Uribe. El problema es que estas elecciones, como cada vez puede percibirse con mayor claridad, son entendidas por los sectores más radicales como una perfecta oportunidad para revertir la balanza a favor del expresidente Uribe, luego de ocho años ausente del poder: una venganza esperada. (No en vano la reciente propuesta desde el Centro Democrático que plantea la creación de una ‘megacorte’ que amenaza la separación de poderes y que no tiene otro objetivo que el control de toda la rama judicial por parte de ese sector político.)

Es por lo anterior que no deja de preocupar que el proyecto del regreso del uribismo al poder sea ambiguamente encabezado por un joven e inexperto candidato, quien ha sido presentado como una opción de renovación política, todo lo contrario a lo que su partido representa. El candidato Iván Duque ha logrado hábilmente mantenerse al margen de las posturas más radicales y conservadoras de sus jefes políticos, conservando milimétricamente su discurso moderado, que a primera vista puede dar la impresión de un proyecto de renovación.

Pero es imposible hablar de una opción renovadora en la política basándose únicamente en la forma y no en el fondo. En ese sentido el pecado capital de Duque ha sido su alianza con líderes tan radicales y cuestionables como el expresidente Uribe y el exprocurador Alejandro Ordóñez, capaces de lograr reducir la promesa de renovación de Duque a un simple eslogan de campaña. Y aunque ha sido presentado como una revelación de la economía, Duque está lejos de tener la experiencia necesaria para gobernar un país. En la hoja de vida del candidato, disponible en su página web, no hay registro de cargos gerenciales ni experiencia como investigador académico, algo imprescindible para cualquier teórico de la economía. Eso sí, ha sido asesor político del expresidente Uribe, un destacado senador y ha participado en proyectos de organizaciones tan prestigiosas como la ONU y el BID.

Sin la intención de restar méritos a un joven prometedor y hábil como es Iván Duque, votar por un candidato inexperto y hasta hace pocos meses desconocido por la mayoría de la ciudadanía, por el hecho de ser el elegido por el expresidente Uribe para gobernar en cuerpo ajeno, marcaría un nuevo y hasta ahora desconocido capítulo de irresponsabilidad política por parte de los electores colombianos.

A pesar de la irrelevancia mediática a la que parecen haber sido condenadas otras propuestas más responsables y aterrizadas a la realidad del país por cuenta de la incursión de los discursos más cercanos al populismo, la decisión más responsable y acertada será siempre oponerse a las propuestas comprometidas con el radicalismo, aún cuando se disfrazan de renovación y juventud.

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