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Durante años imaginé, desde la ingenuidad y la esperanza, que las calles de todo el país serían el escenario de una inédita celebración ante el anuncio histórico del final de las Farc como guerrilla. Era apenas lógico, teniendo en cuenta que fue desde esas mismas calles que millones de colombianos reclamaron el fin de ese grupo armado una década atrás.

Pero llegado el momento del esperado final de las Farc como movimiento alzado en armas luego de medio siglo de existencia, la euforia fue tímida y el clamor no trastornó la normalidad de la vida cotidiana. Mientras la comunidad internacional y los medios de comunicación de todo el mundo observaban al país como un ejemplo de superación y perdón, en Colombia triunfó el escepticismo.

La negatividad generalizada en el día a día de los ciudadanos para nadie es una sorpresa, y más si se tiene en cuenta que es una tendencia propia de una nación que se acerca el final de un mandato largo. Sin duda la reforma tributaria y el tímido aumento en el salario mínimo han golpeado los bolsillos y el ánimo de los colombianos, traduciéndose en una baja aprobación del gobierno, que para colmo es percibido como distante de la realidad de los de a pie.

Sin embargo, detrás de la desconfianza y la desaprobación frente a cualquier decisión del gobierno se encuentra una fuerza coordinada y decidida a sembrar el descontento, lejos de ser un sentimiento originado en el corazón de la sociedad civil. El eje opositor liderado por el expresidente Uribe se ha opuesto a cada política del gobierno actual, destacándose más por su dogmatismo y su radicalismo que por la fuerza de sus argumentos. Nadie negaría que en la democracia la competencia por el poder es una carrera en la que todos los partidos corren a su máxima fuerza. El problema es cuando los discursos para alcanzar la ventaja son construidos sobre falsedades que buscan causar miedo y un malestar generalizado.

El uribismo ha tenido claro desde el comienzo del gobierno del presidente Santos que su objetivo, por encima de cualquier otro, es regresar al poder en 2018 sin importar el mecanismo que sea necesario. Para lograrlo se ha decidido por apostarle, en vez de promover un debate inteligente y argumentado, a la vieja estrategia del miedo y la polarización, a generar pánico frente a los logros de un histórico proceso de paz. Y Uribe ha demostrado que antes de ser un opositor al gobierno, su lugar es el de un saboteador incapaz de reconocer un solo resultado positivo a su adversario. Los más autoritarios líderes de la historia han demostrado que entre más radicales son sus discursos, con mayor firmeza se aferran sus partidarios a ellos. Y ese mensaje ha sido recibido con especial atención en el contexto colombiano.

A los sembradores de miedo poco les sirve a estas alturas que la paz sea alcanzada en Colombia si no son ellos los elegidos para firmarla, y seguirán haciendo uso de cualquier mecanismo para opacar los logros ajenos. Si el gobierno alcanza el primer acuerdo final de paz con las Farc, es porque le van a entregar el país a la guerrilla. Si consigue que las Farc reconozcan la culpa histórica por sus crímenes y pidan perdón a la población civil, es porque buscan hacer eco con fines proselitistas. Y si logra que las Farc abandonen sus armas, con verificación del organismo internacional más serio y confiable que existe, se apresuran a estimar que no entregaron la totalidad y que seguramente guardaron unas cuantas. Conocen perfectamente que la repetición sistemática de mentiras no representará consecuencias políticas y por eso las seguirán utilizando como parte del corazón de su estrategia.

En este punto ninguno de los logros alcanzados por el gobierno le servirán al eje liderado por el expresidente Uribe, quien no dudará a la hora de hacer uso de las campañas más oscuras con tal de seguir desmoralizando al país, para luego ofrecer su proyecto como la única salvación. Dentro de las lógicas de la mezquindad, de la incapacidad de celebrar el triunfo ajeno y del afán por volver al poder, los opositores del proceso de paz seguirán buscando mecanismos para reducir el impacto de logros históricos como la dejación de armas por parte de la guerrilla y la firma de un acuerdo final para su transición a la legalidad. Ya conociendo su maquiavelico actuar, depende de cada cual la decisión de si creerles o no.

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