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El inicio del 68vo período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas ha revivido las tensiones internacionales sobre varios temas. El espionaje de Estados Unidos en Brasil y América Latina, el Diálogo de Civilizaciones entre Irán y Occidente, el desarme de Siria y algunos litigios como el de Colombia, Costa Rica y Panamá respecto de Nicaragua, muestran las posibilidades que otorga el escenario de una desprestigiada Asamblea General.

Aunque se ha insistido en que dicha Asamblea es un «órgano herido de muerte» como lo afirmó alguna vez Hugo Chávez, se deben considerar las posibilidades de ésta que se multiplican en el contexto de la globalización, y de una circulación de información inédita en la historia de la humanidad. Esto permite que como nunca antes, millones puedan apreciar de manera directa las posturas de jefes de Estado, y se active el control sobre la actividad diplomática.

Quienes pierden más con este tipo de escenarios son las grandes potencias, porque en algunas de las declaraciones de Estados de la periferia, quedan en evidencia las torpezas cometidas contra el mundo en desarrollo. Las acusaciones de Dilma Rousseff contra el gobierno de Estados Unidos, y el espitiru de apertura de Hassan Rohani (apertura en el contexto del régimen teocrático de Irán) pondrán seguramente en aprietos a Washington, que antes veía con indiferencia ese tipo  o declaraciones, que pasaban sin trascendencia por la poca visibilidad de la Asamblea General.

Por supuesto, no se trata de un escenario de democratización internacional total. Se debe recordar, que este período de sesiones, se celebra en un mal momento para los Estados-nación, ya que les llega en plena crisis del concepto. Al tiempo que miles de pesonas siguen el desarrollo de la Asamblea, millones en el globo disienten de lo que plantean sus gobiernos. Hoy más que nunca, tiene sentido indagar acerca de la sintonía de intereses y convicciones, entre  Estados que en nombre de naciones hablan, y las sociedades de carne y hueso, frecuentemente críticas de la postura oficial estatal.

En Colombia esta sesión es particularmente importante, porque se ha asumido como el inicio de una diplomacia activa que legitime desde afuera el proceso de paz, y le otorgue una inercia a partir de la cual se llegue a un punto de irreversibilidad. Sin duda alguna, es una oportunidad inmejorable para que se entienda la relevancia de contar con el apoyo internacional para el Postconflicto. Esta lógica trae a colación la idea inicial del Plan Colombia durante el gobierno de Andrés Pastrana. En él, se buscaba un Plan Marshall a la colombiana (en palabras del ex presidente) para la reconstrucción del país, luego de décadas de guerra. El deselance… es de público conocimiento.

Aunque se piense que se trata de un escenario sin la relevancia suficiente, por fracasos comprobables de la ONU (Palestina, Sahara Occidental, genocidio en Darfur e intervención en Irak en 2003, entre otros), este período de sesiones de la Asamblea General, tiene una dinámica para pensar en un cambio en la política global. Transformación inspirada por las dinámicas regionales y locales, y que en principio traduce una tímida democratización internacional, que mal harían los Estados en no aprovechar o ignorar. Como cualquier proceso internacional, requiere del tiempo que solo otorga la perspectiva histórica para su posterior evaluación.

 

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