El anuncio de un tribunal ruso de suspender la pena contra el líder opositor Alexei Navalny, revigoriza a la oposición y muestra que a pesar del carácter autoritario del que se acusa constantemente a Vladimir Putin, aún subsisten garantías mínimas para algunos sectores disidentes. Juzgar la situación de derechos humanos en Rusia, es una de las tareas más complejas, sobre todo tomando en consideración el pasado reciente soviético en el que se cometieron todo tipo de abusos, justificados en ese entonces en la lógica comunista en la que el colectivo prevalecía hasta tal punto, que borraba al individuo.
La década de los noventa vio la llegada de Boris Yeltsin y la debacle rusa. En medio de semejantes humillaciones, Vladimir Putin supo capitalizar el descontento y le devolvió a la Federación Rusa el prestigio internacional del que había carecido en el mandato de su antecesor, el errático e inestable Yeltsin. Desde ese entonces, Moscú ha desafiado a la comunidad internacional por sus posiciones internas frente al homosexualismo, los derechos de la oposición, la proscripción de la adopción para estadounidenses, y la libertad de expresión, entre otros. En cuanto a la política exterior, los desafíos han sido también mayores en temas como el de Libia (a pesar de no haber vetado la declaratoria de una zona de exclusión aérea), Siria o Kosovo.
Así como esta Rusia de Putin, debió enfrentar los desafíos de las denominadas revoluciones de colores en Georgia y Ucrania en 2003 y 2004 respectivamente, los retos de ahora se enmarcan en el plano interno. Primero fue el asunto de las Pussy Riot, internacionalmente difundido, pero sin que ello haya hecho mella en la convicción rusa para punir a quienes habrían insultado su identidad religiosa ortodoxa, durante perseguida durante el régimen soviético.
Recientemente, el tema de Alexei Navalny como cabeza visible de la oposición, ha hecho pensar en cambios en la sociedad rusa respecto de la política. Un 27% de los votos obtenidos para la alcaldía de Moscú revelan un capital político suficiente para pensar en una figura pública con posibilidades reales en el mediano y por qué no en el corto. Con la decisión del tribunal de Kirov de suspender la pena de 5 años impuesta por el desvío de fondos públicos, Navalny obtiene oxígeno para seguir en la contienda.
Ahora bien, no se debe menospreciar el margen de maniobra de Putin a quien la popularidad sigue favoreciendo. Más allá de dichos niveles de aprobación, resulta indudable que Rusia está cambiando, y por ende, es vital observar la forma como evoluciona su política interna aunque lo más llamativo resulte ser su política exterior.
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