En medio del sorteo del mundial y de la muerte de Nelson Mandela, una noticia de la mayor relevancia para África, ha pasado desapercibida en la mayoría de medios, valga decir que con alguna justificación. Por eso, he aquí algunas de las claves más básicas para entender la problemática.
La inestabilidad y el aumento desmesurado de la violencia en la República Centroafricana, han llevado a que Francia prepare una nueva intervención, luego de la de Malí a comienzos de año. La República Centroafricana es uno de las naciones más inestables del continente, que sumida en el golpismo, aún no logra niveles mínimos de cohesión que faciliten o al menos permitan la gobernabilidad. Especialmente en el norte, a la mayoría de los gobiernos les ha sido enormemente difícil el ejercicio de la soberanía. Este año se inauguró un nuevo capítulo de esta tendencia. El presidente François Bozizé fue derrocado por un golpe de Estado, y valga recordar de paso, que él mismo había accedido al poder por esa vía en 2003. En esa imposibilidad de controlar el norte, surgió la Seleka (en sango) que traduce «alianza», y refleja la unión temporal de grupos rebeles compuestos por musulmanes del norte interesados en el derrocamiento de Bozizé. Esto se logró en marzo de este año, y por ese conducto, Michel Djotodia asumió como presidente interino.
No obstante y a pesar del apoyo internacional, el gobierno ha sido incapaz de controlar la Seleka que ha abusado de su poder desde el golpe contra Bozizé. Las violaciones a los Derechos Humanos se han disparado, así como los saqueos y el caos. Es tal la gravedad, que esta semana Le Monde registra que el Departamento de Estado califica la situación de pregenocidio. El 60% de la población es cristiano, mientras aproximadamente un 15% o 20% es de confesión musulmana y se teme por un escalamiento aún mayor de la violencia. Naciones Unidas calcula que de los 4,6 millones de habitantes de esta nación, 2,3 millones se encuentran en situación de asistencia humanitaria, como también lo señala el diario francés. En medio de este contexto, Francia ha decidido intervenir reforzando la misión de Naciones Unidas en la República Centroafricana, con la comunión del Consejo de Seguridad que ha apoyado la intervención en pleno, tal como había sucedido hace unos meses con el caso de Malí.
Francia incursiona de nuevo en una de sus ex colonias en momentos en que las intervenciones se han desprestigiado a propósito del desastre de Kosovo, Afganistán, Irak y Libia, por mencionar algunos. No obstante, esta vez se trata de otro tipo, al menos por tres razones. Primero, antes de la intervención que consiste en el envío de más tropas francesas, existe una resolución del Consejo de Seguridad que la avala con la aprobación de sus 15 miembros (mostrando que China y Rusia pueden estar en disposición de apoyar intervenciones). Segundo, y se desprende de los anterior, la Misión de Naciones Unidas en la República Centroafricana tiene un mandato delimitado, lo que no asegura su éxito, pero legitima la intervención, porque existen menos razones para pensar en un uso desproporcionado de la fuerza por parte de Francia. Claro está, nada garantiza que no vaya a suceder. No obstante, el antecedente de Malí es optimista al respecto (las acusaciones en Malí de ejecuciones extrajudiciales se hicieron contra el ejército de ese país, y no contra tropas francesas). Y tercero, la urgencia de la intervención es innegable, porque peligra la vida de millones.
Es comprensible que se piense que se trata de neocolonialismo. Los errores de Francia en África son tan inexcusables como recurrentes. Sin embargo, esta vez al igual que en Malí se trata de privilegiar lo único que no puede relativizarse según la idiosincrasia de las culturas: la vida. No se trata de una solución ideal, pero mientras no esté regulado el derecho de intervención para cuestiones humanitarias, la realidad global no deja alternativas.
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