La nueva ronda de sanciones en contra de Rusia revive los momentos más críticos del errático gobierno de George W. Bush, una de las peores administraciones de las últimas décadas en Estados Unidos, en lo que respecta a la política exterior. Actualmente, a este conjunto de errores crasos, se suma una Unión Europea dividida con la conciencia sobre la poca viabilidad de este tipo de sanciones, y que seguramente tenderán a empeorar la situación ucraniana.
¿Son efectivas hoy en día las sanciones en contra de regímenes?¿Facilitan de algún modo la negociación?¿Qué evidencia arrojan otros casos al respecto? Preguntas válidas, que permiten apreciar la profundidad de los errores cometidos por Washington y Bruselas, y que llevarán a Europa a una crisis sin antecedentes en lo corrido de siglo. El mundo ha sido testigo de la forma como en la segunda mitad del siglo XX, se sancionó unilateralmente y multilateralmente a Estados como Birmania, Cuba, Irán o Irak, por distintos motivos y en contextos dispares, que no merecen ser analizados para el propósito de este análisis. El caso es que en todos ellos, las sanciones sólo lograron castigar a la ciudadanía que en nada tiene que ver con las disputas políticas.
En América Latina, la política de medio siglo de injustificado aislamiento para Cuba liderada por Colombia en los sesenta, contrastó con la pasividad y anuencia frente a regímenes militares que en el Cono Sur violaban sistemáticamente los Derechos Humanos. Luego de todas estas décadas de sanciones, ¿habrá alguien que todavía apoye el bloqueo económico a La Isla?
En el Sudeste Asiático, por ejemplo, se comprendió la futilidad de este tipo de aislamientos, y de sanciones que en nada conducen a la solución estructural de crisis. Por ende, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ANSEA) decidió el ingreso de Birmania en 1997. Esto ha conducido a grandes avances y a que se forjen cambios en el país y que actualmente lo tienen en el sendero de una transición hacia la democracia. Y en el caso de Irán, la evidencia es aun más contundente. Luego de cuatro series de sanciones contra Teherán, queda en evidencia que la única salida para destrabar el complejo asunto consiste en la negociación directa sin condiciones tan arbitrarias como exigir a Irán la renuncia a un derecho adquirido. Eso llevó al principio de acuerdo de Ginebra que a comienzos de este año señala el camino para una salida al dossier nuclear iraní.
Esta vez, Occidente ha decidido imponer sanciones sobre sectores clave de la economía rusa, y vale recordar que no sólo Europa depende del abastecimiento de gas de su vecino, sino que Rusia también depende del mercado europeo. Modificar esta lógica es sumamente complejo para ambos. Por ende, es fácil suponer que la economía rusa se verá seriamente afectada. Es más, el país podría hacer frente a una recesión, lo que se ve reflejado en una disminución de la calificación de Standard and Poor’s.
Esto a pesar de que el país viene trabajando para reducir la dependencia económica de Occidente. En la unión aduanera con Armenia, Bielorrusia y Kazajstán la moneda de cambio es el rublo, como una medida para que Rusia vaya reemplazando el dólar en tanto que moneda de transacción. Es una apuesta bastante arriesgada, pero que despierta consensos en una Rusia que por estos días vive un fervor nacionalista impulsado por las decisiones de Estados Unidos y de Europa.
Los efectos de estas sanciones no benefician ni a Estados Unidos, ni a la Unión Europea, ni a Ucrania. Por el contrario, significan la posibilidad de una nueva recesión en las grandes economías del globo, alimentada por tensiones políticas avivadas por este conjunto absurdo de sanciones.
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