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Con justa causa parece un hecho consumado que Donald Trump haya perdido la elección, una de las más dramáticas y vertiginosas en la historia reciente de los Estados Unidos. Los comicios se llevaron a cabo en circunstancias atípicas, pues no se había presenciado un mandatario tan mediático y activo en las redes sociales o medios de comunicación, y porque despojado de su condición de jefe de gobierno y Estado, Trump no encontró reparos en mantener el discurso antiestablecimiento muy a pesar de formar parte de este.

Tanto la derrota de Trump como la victoria ajustada, pero muy representativa, de Joe Biden son relativas. En el caso del aún actual presidente, a pesar de perder las elecciones, es uno de los grandes ganadores de la jornada electoral, pues así como se constató una marea azul para contrarrestar un discurso que contenía valores incompatibles con la democracia liberal, obtuvo 7 millones más de votos que hace cuatro años, comprobando que no se trata de un fenómeno coyuntural y que la decisión de 71 millones de estadounidenses no solo obedece a la lógica del «voto castigo» o «contra todo», sino que se perfila un proyecto político que podría trascender con imprevistas consecuencias sobre la democracia en ese país y en su proyección en el mundo.

La percepción por fuera de los Estados Unidos de Trump, como un político populista, apartado de las lógicas globales que apuntan a la conservación del ambiente, los compromisos multilaterales y las rupturas con líneas de la política exterior estadounidense, generaba un repudio que contrasta con la elección de millones que ven en su figura la encarnación de la incorrección política, el oportunismo por la forma como los grandes partidos descuidaron sectores que se sintieron abandonados mientras el país avanzó en la firma maratónica de acuerdos de libre comercio (tanto demócratas como republicanos), y que derivaron en condiciones lesivas para una clase media huérfana de políticos que la supieran representar. A pesar de las simplificaciones que abundan y señalan que Trump solo conquistó el voto de radicales, racistas, xenófobos e incluso ignorantes, no se debe subestimar el peso de sectores despolitizados y que ven en él una opción consecuente con las necesidades internas. Las escenas de pobreza y miseria cada vez más frecuentes en varios de los Estados, incluso en los más prósperos, de quien conserva aún el puesto como la primera economía del mundo, dan cuenta de una compleja realidad interna y de una polarización sin antecedentes que apenas da sus primeros signos. Por ende, es un craso error menospreciar el poder de convocatoria del actual mandatario. 

El gran perdedor de estas elecciones es el Partido Republicano, que ahora deberá gestionar la derrota del proceso electoral al tiempo que se enfrenta al complejo dilema entre conservar los valores democráticos apartándose de Trump; o más bien consentir ese renovado electorado que el controvertido presidente consiguió en estas elecciones contra todo pronóstico, pues si bien la mayoría de encuestas apuntaban al triunfo de Biden (con excepción de la firma Trafalgar), nadie imaginó semejante apoyo para quien será en pocos meses el mandatario saliente. En este Estados Unidos tan polarizado parece haber más trumpismo que Partido Republicano. Solamente la ajustada victoria conseguida en el Senado, y que será clave en la gobernabilidad futura, amortigua el golpe sufrido.

@mauricio181212

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