Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Hace poco más de cuatro años, cuando Lenín Moreno se imponía en la segunda vuelta sobre Guillermo Lasso, pocos podían vaticinar cómo en estos cuatro años la política en Ecuador cambiaría por completo. El domingo pasado el país acudió a las urnas y, para sorpresa, no se presentaron niveles de abstención como los esperados por la pandemia y, por el contrario, la asistencia masiva fue el común denominador. Los comicios presidenciales y legislativos dejan en el campo del exmandatario Rafael Correa la sensación de un alivio que no es total, pero que demuestra que el correísmo -o como quiera se llame dicha fuerza-, sigue siendo el principal movimiento político, pues no solo obtuvo la mayor votación en las presidenciales sino para la Asamblea Nacional (congreso).

Ahora bien, en caso de ganar la elección, Arauz deberá gobernar en coalición lo que supone un panorama muy distinto de aquel que tuvo Correa en el pasado. La candidatura de Arauz y Carlos Rabascall, su fórmula, tuvo que superar todo tipo de trabas desde la apropiación del partido Alianza PAIS, por parte del actual presidente enemigo declarado del proyecto de su antecesor, hasta absurdas maniobras jurídicas que pretendían anular la postulación de Arauz por razones tan insignificantes como un supuesto error en la cédula al momento de hacer la inscripción.

De cara a la segunda vuelta del 11 de abril, Arauz enfrenta el reto de desmarcarse de su rival, Yaku Pérez, del partido indigenista Pachakutik, quien, entre todos los candidatos, es el que tiene mayor capacidad para ponerlo en aprietos. 

En 2006, Rafael Correa se metió en la segunda vuelta contra todo pronóstico y en un escenario inmejorable enfrentó a Álvaro Noboa, magnate del banano y representante de un sector empresarial y financiero resistido por buena parte de los ecuatorianos, que aún no olvidan la forma cómo los segmentos más ricos salieron ilesos de la crisis de 1999, la peor en la historia de la nación andina, mientras el precio lo pagaron las clases medias y población más vulnerable.

Por eso, esta segunda vuelta pone en una situación difícil a Arauz, ya que Pérez también se considera un candidato antiestablecimiento y reivindica una lucha contra los partidos políticos tradicionales. En los cálculos del candidato apoyado por Correa un duelo con Guillermo Lasso, empresario de la derecha, tres veces candidato y torpe en su verbo, aparecía como el escenario ideal para recuperar la originalidad que llevó hace 15 años a su mentor al poder y le permitió durante una década de Revolución Ciudadana construir el proyecto de izquierda más relevante en la historia de Ecuador.

Ser el protegido del exmandatario no supone una ventaja absoluta para Arauz, pues deberá mostrar que, a pesar de su juventud (36 años), está en capacidad de gobernar y recuperar los indicadores inéditos en materia económica (crecimiento, redistribución y atractivo internacional) conseguidos por Correa, luego de la desastrosa gestión de Lenín Moreno, quien entregó un país en bancarrota y con una crisis sanitaria resultado, entre otros, de una de las peores gestiones en la región. Al igual que Alberto Fernández en Argentina y Luis Arce en Bolivia, Arauz deberá comprobar que no habrá un poder detrás de su investidura. El caso argentino y boliviano comprueba que la renovación dentro del progresismo es posible.

Yaku Pérez, por su parte, se convierte no solo en la sorpresa sino en ganador de la jornada. Su partido Pachakutik se impone como la segunda fuerza en la Asamblea Nacional y se convierte en el primer indígena que tiene la posibilidad real de llegar a la presidencia. El partido creado a mediados de los noventa como brazo político de la poderosa Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) gozó de una capacidad de convocatoria que llevó a la salida de Abdalá Bucaram en 1997 y de Jamil Mahuad en 2000, así como al proceso refundacional con la Constitución de 1998. No obstante, jamás pudo traducir dicho margen en una capacidad electoral y las divisiones debilitaron el movimiento, hasta que en 2019, tras la crisis de legitimidad de Moreno, evidenció de nuevo su capacidad política. 

Nada está definido en Ecuador salvo que el próximo mandato será complejo en términos de gobernabilidad, pues ninguna fuerza tiene mayoría absoluta en el legislativo y la polarización venidera podría revivir las peores épocas de la inestabilidad. Para la región esta elección es determinante, pues tendrá incidencia definitiva en el retorno paulatino de un progresismo renovado que ha entendido las lecciones del pasado reciente.

@mauricio181212

Compartir post