La crisis profunda que atraviesa Haití pone de manifiesto la necesidad de contar con una Organización de Estados Americanos (OEA) que defienda de forma genuina y consistente las democracias en la región y abandone de manera definitiva el doble rasero que tanto daño le ha hecho históricamente a su legitimidad. La coyuntura crítica que ha alcanzado niveles preocupantes de violencia muestra las dificultades del primer país en la Américas en alcanzar su independencia, pero incapaz de hallar una ruta democrática trascedente.
El bloqueo político actual tiene su origen en las elecciones llevadas a cabo en 2015 en medio de una ardua disputa entre Jude Celestin y Jovenel Moïse, actual mandatario. Dichos comicios se llevaron a cabo en medio de una crisis política con las denuncias de manipulación de resultados como común denominador. Con una participación muy baja, se anunció sorpresivamente que Moïse había ganado la elección, lo que generó fuertes disturbios y protestas. La crisis se superó transitoriamente con la conformación de un gobierno interino hasta nuevas elecciones que se realizaron en noviembre de 2016 y donde, de forma sorpresiva, se impuso Moise en la primera vuelta y la alta abstención fue protagonista. Allí reside el origen del trauma actual, pues para la oposición el mandato del actual jefe de Estado habría comenzado en 2016 por lo que su periodo habría terminado en febrero de este año. Por su parte, el actual mandatario cuenta como fecha de partida el 7 de febrero de 2017 cuando después del gobierno transitorio juramentó. De acuerdo con esto, su mandato expiraría en febrero de 2022 cuando se completen 5 años según la constitución.
El mandato de Moïse ha estado marcado por las protestas y el descontento, que van desde el origen de su mandato hasta el desvió de fondos de dineros provenientes de Petrocaribe. En 2019, cuando Colombia, Chile, Ecuador y Perú ardían por manifestaciones violentas y los medios se ocupaban de cada uno con grandes despliegues, Haití vivía un escenario similar sin el registro mediático. En el caso haitiano, el giro autoritario fue evidente cuando el presidente cesó al parlamento y, desde entonces, ha gobernado por decreto ante la mirada indiferente de la OEA que lo sigue respaldando. Su secretario general, Luis Almagro, se ha limitado a pronunciamientos que expresan preocupación por la violencia, pero sin condenar enérgicamente una amenaza contra el Estado de derecho y la independencia de poderes.
En medio del rechazo al mandato que se considera expirado, la oposición haitiana procedió, con al apoyo de la rama judicial, a nombrar a un presidente interino, Joseph Mécène Jean-Louis, proveniente de dicho poder y quien ha reivindicado ser líder del proceso transitorio, aunque sin ningún reconocimiento internacional. La OEA sigue apoyando a Moïse a pesar de las múltiples acusaciones en su contra por el ejercicio desmedido de la violencia contra la oposición, entre las que aparecen señalamientos por utilizar las mafias y pandillas para intimidar a quienes protestan. Mientras la agenda de la Secretaría General de la OEA es particularmente activa en Nicaragua y Venezuela, Haití parece un escenario de poco interés a pesar de la evidencia contundente de una degradación democrática.
@mauricio181212
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