Después de un ciclo de alternancias entre moderados y conservadores, Irán confirma el retorno a la ortodoxia empujado en buena medida por la aparente falta de resultados del gobierno de Hassan Rohani, líder del discurso pragmático de acercamiento a Occidente y quien puede reivindicar legítimamente haber sido clave en el acuerdo nuclear con los miembros permanente de Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y Alemania. Esto permitió el alivio de las sanciones que, por décadas, sofocaron la economía iraní y una reactivación interrumpida por la llegada de Donald Trump. Estas elecciones que confirman la llegada del ultraconservador Ebrahim Raisi significan cuatro años de conservatismo con la clara influencia de la máxima autoridad espiritual y jefe de Estado Ali Jameini, y seguramente la preparación de la sucesión de dicha autoridad, un evento mayor de la política iraní.
Los gobiernos anteriores de Mohammad Jatamí (1997-2005), Mahmmoud Ahmadinejad (2005-2013) y Hassan Rohani (2013-2021) se caracterizaron porque como jefes de gobierno y, a pesar del poder significativo del líder espiritual, tuvieron abiertas controversias con este a propósito de la política económica, la nuclear y el papel de la religión en la sociedad, entre otros. En contraste, con Raisi se espera una sintonía de intereses que podría significar un retroceso en la apertura tímida que había tenido lugar desde los dos mandatos de Jatami y que se aceleró en estos años del saliente Rohani.
Las elecciones en las que resultó elegido el candidato más cercano al máximo líder estuvieron marcadas por una abstención superior al 50 %, síntoma del escepticismo respecto de la posibilidad de gestar cambios a través de las elecciones e indicador de la falta de sintonía entre los candidatos en disputa y las necesidades de la inmensa mayoría de iraníes. Cabe recordar que el Consejo de Guardianes no autorizó la mayoría de candidaturas de moderados y en el caso de Mohsen Mehralizadeh, uno de los pocos de esta corriente que tenía la posibilidad de llegar hasta el final, terminó retirándose por motivos que aún no se conocen, contribuyendo al pesimismo sobre las chances de tener una carrera verdaderamente plural, incluso dentro los márgenes de la república islámica.
En 2009 y como antesala a la Primavera observada en el Norte de África y Medio Oriente en Túnez, Egipto, Libia y Siria, entre otros, Irán vivió su propio proceso frente a las multitudinarias e inéditas protestas en contra de la reelección de Ahmadinejad. Se pensó que aquel movimiento podía derivar en una transformación de hondo calado de la república islámica y que el opositor reformista Mir-Hussein Musavi podía encabezar una «revolución dentro la revolución», sin embargo, aquel movimiento pareció debilitarse paulatinamente.
Irán encara un nuevo capítulo de su historia en el que deberá aprovechar la llegada de Biden a la Casa Blanca y el consenso internacional acerca de la futilidad de las sanciones, a cambio de no solo de permitir una vigilancia permanente sobre su programa nuclear, sino sobre la introducción de garantías y libertades. Esta compleja negociación pone a prueba, una vez más, la capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias internas y globales del régimen iraní.
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Una ex más, magnífico comentario sobre un tema internacional de primera importancia.
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