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Quién lo creyera… hace poco más de diez años, Alpha Condé era un héroe al que se consideraba ejemplo de convicción democrática y reconciliación. En 2010 se convirtió en el primer presidente elegido tras un proceso garantista y una de sus propuestas emblemáticas consistía en la unificación del país, profundamente dividido tras la dictadura de Sékou Touré ocurrida desde la independencia en 1958 hasta mediados de los 80. Después de su elección, se hablaba del caso guineano como un ejemplo para el resto del África, en particular para su vecino Costa de Marfil, pues precisamente ese mismo año, 2010, se daba la disputa entre Laurent Gbabgo y Alassane Ouattara pues los dos consideraban haber ganado la elección. El contraste era llamativo y aleccionador. 

Condé luchó contra la dictadura de Touré lo que le llevó a ser condenado a la pena capital y a un largo exilio, hasta que pudo volver al país tras un tímido intento por la democratización en la década de los 90. En medio de ello se presentó a elecciones donde la ausencia de garantías fue el común denominador. Así en 1998 y luego de la elección fue arrestado y permaneció en prisión cinco años hasta que le fue concedida una amnistía. Por ello, su victoria en 2010 también fue percibida como una muestra de perseverancia, incluso, que el propio Condé una vez elegido se proclamara como el «Mandela de Guinea», en alusión a la necesidad de una reconciliación luego de una turbulencia política marcada por la persecución a opositores. Como presidente recortó poderes y presupuesto a los militares y construyó la hidroeléctrica de Kaleta que pareció materializar el potencial de Guinea conocida como «la torre de agua» pues allí nacen los tres principales ríos de la subregión, Gambia, Níger y Senegal.

Ahora bien y como si fuese una enfermedad contagiosa, Alpha Condé al igual que otros líderes que se van aferrando a la silla presidencial en la medida en que crece su popularidad, cayó en la tentación de reformar la constitución para un tercer mandato o segunda reelección. En 2020 ganó las elecciones en medio de un clima de polarización y sin que la oposición en cabeza de Cellou Dallein Dialou reconociera el resultado. Luego de un vano intento por involucrar a mujeres y jóvenes y luego de, paradójicamente, fortalecer un cuerpo élite del ejército, este le terminó asestando en un golpe de Estado. Con ello, Guinea se suma a la estela de alzamientos militares recientes en la zona, luego de Mali y Chad, y la presión viva tanto de la Unión Africana como la Comunidad Económica de Estados del África Occidental CEDEAO aparece nuevamente. Ambas instituciones cuentan con cláusulas democráticas para sancionar y aislar a gobiernos surgidos de golpes o interrupciones constitucionales, pero hasta ahora, el esfuerzo no parece haber surtido los efectos esperados. El ascenso y caída de Condé ponen en evidencia un giro autoritario en varias latitudes, especialmente en regímenes presidenciales donde son cada vez más frecuentes las reformas para fortalecer a los ejecutivos en detrimento de los contrapoderes cuya existencia garantiza la democracia y el Estado de derecho. Lejos de robustecerse en el sur global, la democracia parece bajo asedio sin aparente remedio.

twitter:@mauricio181212  

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