El domingo 2 de octubre, Brasil asiste a las urnas para elegir Congreso y presidente. La constante en los sondeos realizados desde hace varios meses ha sido que Luis Inacio Lula da Silva, tiene una ventaja considerable sobre el actual presidente, Jair Bolsonaro . Como ha ocurrido en otros comicios en la región, el centro parece con poquísimos chances, pero como arbitro tendrá un papel fundamental, sobre todo si se llega a una segunda vuelta, el escenario más probable.
Aunque las encuestas le han otorgado a Lula una ventaja significativa, en ningún momento las proyecciones han dado para pensar que pueda imponerse en primera vuelta, escenario que lo ha obligado a buscar apoyos de sectores que no fueron siempre cercanos a su movimiento, el Partido de los Trabajadores. Se trata del voto evangélico que hace cuatro años fue determinante en la victoria de Bolsonaro, pero entre cuyos votantes persiste la sensación de que la gestión del actual mandatario ha sido deplorable. De igual forma, el candidato del PT ha buscado el apoyo de sectores de centro de allí la designación de Geraldo Alckmin, un centrista cercano al expresidente Fernando Henrique Cardoso y quien tiene por objeto conseguir el mayor numero de votos del centro o convencer a quienes todavía tienen algún tipo de reticencia con la izquierda; en especial en Sao Pablo, corazón económico del Brasil y donde Bolsonaro puede perder terreno por la mala gestión económica y porque el recuerdo de los años de Lula es positivo, incluso entre los empresarios.
Bolsonaro, por su parte, parece tener todo en contra. La pésima gestión del covid, en la que fue evidente el desprecio por la vida y por los gobiernos locales (en un país que además es federal), afectó gravemente su popularidad, pues en buena medida por cuenta del discurso negacionista murieron más de 680 mil personas.
Todavía se recuerda como en plena emergencia sanitaria consideró a la letal enfermedad como una «gripita». Ahora, el actual mandatario recurre el discurso anti corrupción para recortarle camino a Lula y ha optado por revivir buena parte de los escándalos de la clase política en la que miembros del PT se han visto envueltos. Dicho de otro modo, Bolsonaro «morirá con la suya», es decir, con una narrativa en contra del establecimiento para que, tal como hace cuatro años, pueda más el voto castigo a la clase tradicional que cualquier otra consideración.
Incluso ha evocado la posibilidad de fraude, con la irresponsable afirmación que de no haber irregularidades él debería resultar relegido en primer vuelta, juego peligroso en una democracia debilitada. En respuesta, Lula recurre no solo al recuerdo por su gestión, sino a la idea de que se debe rescatar la democracia, un discurso que busca, a la vez de ser influyente, contrarrestar los avances de Bolsonaro en los últimos meses.
No será fácil para quien gane gobernar, pues se prevé, tal como ha sucedido en los últimos tiempos, un Congreso dividido; por ende será necesario recurrir a las alianzas para mantener niveles mínimos de gobernabilidad. Si Bolsonaro pierde la contienda, se convertirá en el primer presidente de la era democrática en no salir relegido. Sería un castigo que parece poco en proporción al daño infligido a la democracia en estos años y a los cientos de miles que murieron por negligencia en la pandemia.
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