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La gira que efectuará el presidente Barack Obama a algunos estados de la África Subsahariana a finales de este mes, va más allá de lo simbólico y refleja la urgencia por recuperar la imagen que lo convirtió en un ícono global en las elecciones de 2008.

Los últimos años del primer mandato de Obama y los meses transcurridos de éste, dejan entrever un presidente que se alejó de lo que millones esperaban, cuando veían en la figura del primer afrodescendiente, una ruptura con el pasado reciente y la demostración de un avance inédito en la cultura política de Estados Unidos. No obstante, algunas de sus acciones en política exterior han desconcertado, por la muestra de realismo política de la que ha hecho prueba.

Tres temas internacionales parecerían demostrarlo. El apoyo que aún mantiene Israel por parte de Estados Unidos, en todo tipo de acciones, por polémicas que sean. Basta señalar los recientes bombardeos a Siria, enérgicamente defendidos por el Departamento de Estado. Además, de la imposibilidad de relanzar las negociaciones entre Israel y Palestina. Hecho que contrasta con la idea de que Obama sería el único capaz de avanzar tanto o más que Bill Clinton, quien dejó un legado considerable en Medio Oriente por sus aciertos. Éstos lo llevaron muy cerca de la paz entre árabes e israelíes, de no ser por la intransigencia de Tel Aviv. 

Con Irán, ha ocurrido algo similar. Aunque resulte innegable la capacidad de negociación de Barack Obama, ésta ha sido insuficiente para resolver uno de los asuntos más complejos de la agenda global. El presidente de Estados Unidos jamás pudo capitalizar la impopularidad de Ahmadinejad y las divisiones en el seno del poder iraní. Por último, la intervención en Libia confirmó que quienes proclamaban la idea de cambio con Obama, lo hacían desde la más absoluta candidez.  

En consecuencia, la gira que lo llevará a Senegal, Suráfrica y Tanzania llega en un momento ideal. Los fantasmas de Estados Unidos en África, por el desastre de la intervención en Somalia no han sido del todo superados, ni en algunos círculos allegados al poder en Washington, ni en algunas zonas del mal llamado continente negro. A su vez, algunos todavía recuerdan la obstinación del entonces gobierno de Clinton, por no reconocer el flagrante genocidio perpetrado contra la población tutsi en Ruanda. Y de forma más reciente, tampoco se perdona que mientras George W. Bush y Collin Powell admitían formal y públicamente la existencia de un genocidio en Sudán en la zona de Darfur, no hubiesen emprendido ninguna acción concreta para detenerlo.

Por ende, esta visita refleja la urgencia que tiene el actual gobierno por recordar, que Estados Unidos sigue estando comprometido con los ideales que inspiraron su creación. La gira tiene, por supuesto, una altísima carga simbólica por ser el presidente de una nación que ha hecho de la libertad, un derrotero de su política exterior. El hecho de abstenerse de visitar Kenia, donde Obama tiene profundas raíces (su padre era originario de allí), demuestra un desacuerdo frente a la figura del presidente Uhuru Kenyatta y el vicepresidente William Ruto, acusados por la Corte Penal Internacional por la violencia electoral de 2007 en la que habrían participado.

No será fácil, los dos mandatos de Bush y algunos errores inexcusables de Obama en política exterior, complejizan la tarea de esta gira. No obstante, la agenda de los estados africanos sigue cambiando y con ello, las posibilidades para su inserción. A la luz de esa circunstancia, Washington vuelve a África.  

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