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Desde hace varios años, se venía vaticinando una caída de los precios del petróleo que podría afectar gravemente a Estados que han obtenido provecho de un aumento sostenido desde 2000. La tendencia se apoyaba en la difícil situación geopolítica de Medio Oriente, y en el aumento de condiciones de vida de millones en personas en la India y en China, que demandan bienes y cuya aspiración ha disparado los precios de algunas materias primas. No obstante, en los últimos meses la dinámica ha cambiado drásticamente.

La evolución del precio de los hidrocarburos es cada vez menos dependiente de la situación en Medio Oriente. El conflicto entre Israel y Hamas o Hezbollah ( este último que se recrudecerá en estos días), los ataques constantes del Estados Islámico, e incluso la tensión constante en Siria entre el gobierno de Bachar Al Assad y la oposición, no parecen afectar la caída en picada del crudo. Una oferta sostenida en el tiempo, y unos consumidores que han desarrollado reservas estratégicas para contrarrestar los efectos de posibles cortes en la producción (Estados Unidos tendría 400 millones de barriles para ese propósito), han terminado por alterar el ascenso espectacular del precio del barril de petróleo.

Más allá del golpe que dicha dinámica pueda tener en Estados como Venezuela, ejemplo paradigmático de la dependencia extrema, los efectos de un desplome del precio del barril del petróleo afectan la posibilidad de un mundo multipolar, y favorecen  la hegemonía de Estados Unidos.  Al menos tres razones explican los efectos negativos de esta coyuntura sobre el devenir mundial, que perdería un equilibrio surgido a comienzos de siglo, y que podría comenzar a tambalear.

En primer lugar, Rusia perdería un margen de maniobra en el escenario internacional y con ello se provocaría un desequilibro en el sistema internacional. Hasta ahora, Rusia ha sido clave en evitar una acción militar contra Damasco. Es prudente recordar que si Washington hubiese impuesto su estrategia de intervenir militarmente en Siria, el Estado Islámico encontraría hoy poca resistencia para avanzar en ese país. A su vez, la participación de Rusia en temas como el dossier nuclear iraní ha favorecido una salida negociada y ha evitado que Estados Unidos imponga su voluntad.

En segundo lugar, ante la caída de los precios del petróleo los más afectados tienden a ser Estados productores de renta media como Colombia, Ecuador o Venezuela, mientras otros exportadores como Estados Unidos o Arabia Saudí, se pueden dar el lujo de observar el descenso aun sacando provecho del mismo. Washington se quita de encima la presión internacional de terceros como Venezuela y Rusia, y Riad prefiere seguir exportando siempre y cuando eso implique un debilitamiento de cualquier rival en la zona, en este caso de Irán.

En tercer lugar, con un precio del barril que se mantenga bajo existen menos incentivos para el desarrollo de combustibles que no tengan origen fósil. El alto precio que habían alcanzado los hidrocarburos motivaba la búsqueda constante por el desarrollo de energías verdes. Si bien el desarrollo de los biocarburantes fue un fracaso, por los efectos nefastos sobre la seguridad alimentaria (pues se destinan cultivos a la producción de carburantes y no a alimentos), es urgente que el mundo halle otras formas de producir energía.

Ahora bien, también existe otra lectura del fenómeno que apunta a que la tendencia favorece a países importadores de crudo como Brasil, Indonesia, Turquía, y Suráfrica. Esto sería positivo pues estas naciones reivindican la idea de una multipolaridad. No obstante, en algunos temas de seguridad internacional, aún carecen del peso de otras potencias remergentes como China o Rusia.  Se trata pues de una tendencia con efectos hasta ahora contrarios a la idea de un mundo más equilibrado.

 

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