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El 12 de agosto de 2019 murió José Luis «el Tata» Brown, uno de los héroes argentinos que alzó la Copa en el Mundial de México 86. En medio de una conmoción generalizada, Diego Maradona envió una sentida carta en la que, como solía hacerlo, inmortalizó una frase tan hermosa como contundente «supiste cuánto pesa la copa del mundo». Todos quieren cargar la Copa y contagiarse del éxito que, en este caso será siempre inédito, extraordinario y para pueblos sufridos como los de América Latina, bálsamo en medio de tantas dificultades. Por eso, los políticos han tratado de contagiarse del optimismo que deja una gesta deportiva de semejantes magnitudes. En la final de Qatar el contraste entre la actitud de Emmanuel Macron y Alberto Fernández no pudo ser mayor. El francés opto por una vieja fórmula, desplazándose hasta Qatar para asistir a la semifinal y a la final (en dos recorridos) mientras que su colega argentino prefirió mantener un perfil bajo. Mientras Fernández ha entendido que la dialéctica fútbol-política no es la misma que hace 30 0 20 años, Macron ha pagado caro su candidez.

La derrota francesa dejó mal parado a su presidente que tomó la mala decisión de realizar un desplazamiento, a todas luces costoso e innecesario, además de rematar descendiendo al vestuario a «consolar» a los jugadores, visiblemente incómodos con su presencia. La relación entre política y fútbol ha cambiado considerablemente, y la presencia de estas figuras es cada vez más disonante y difícil de justificar. El desprestigio de la política ha causado que los jugadores prefieran tomar distancia, e incluso expresen molestia por ser utilizados para fines políticos. Tras el retorno del mundial de Sudáfrica en el que Chile tuvo un desempeño honroso, el entonces presidente Sebastián Piñera invitó al seleccionado a la Moneda, sede de gobierno. El director técnico Marcelo Bielsa, en ese momento seleccionador de la roja y conocido por sus posturas progresistas, le negó el saludo de mano al presidente y optó por hacer un gesto con la cabeza. «Un presidente, cuando invita públicamente, desde mi humilde punto de vista, convierte la invitación en una obligación, u obliga al que recibió la invitación a actuar descortésmente si elige rechazar la invitación», terminó aseverando «el loco» Bielsa, como es conocido.

Fernández, conocedor de los riesgos que entraña el intento por capitalizar una justa deportiva, prefirió tomar una sana distancia a sabiendas que su presencia en Qatar podía resultar justificadamente criticada. Desde que se supo que Argentina jugaría la final, el gobierno descartó el viaje por los costos e, incluso, según expresaron algunos funcionarios, por el temor de que, si la selección perdía, Fernández fuese tildado de «mufa» (portador de mala suerte) como sucedió con el expresidente Mauricio Macri, presente en el primer juego que la albiceleste perdió contra Arabia Saudí. Su presencia fue objeto de varios memes en redes sociales que lo responsabilizaban por la mala suerte.

Sobre Macron llueven críticas no solo por los costos que generaron sus viajes, sino por la difusión del video en el vestuario en el que es evidente su impertinencia en medio de una selección desconsolada que, además de la tristeza, tuvo que soportar un discurso de aliento poco sintonizado con el deporte. El propio Macron había pedido no politizar el fútbol a raíz de las críticas a Qatar por la delicada situación de los derechos humanos. Por eso y en justificada retaliación, muchos le recuerdan al presidente sus palabras haciendo aún más embarazosa su actuación.

El fútbol es cada vez menos capitalizable para fines políticos, salvo en el caso de que sean sus propios protagonistas quienes abanderen esas causas como en los casos de Sócrates, Maradona, Guardiola, Ovelar o Damiano Tommasi. Lo otro, son políticos oportunistas que dejaron de entender la compleja dinámica entre el fútbol y la política.

twitter : @mauricio181212

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