Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Las imágenes con miles de personas accediendo por la fuerza a las instalaciones de los poderes públicos en Brasil produjo desconcierto no solo por la marcada violencia, sino por el parecido con la tentativa de toma por la fuerza del Capitolio en Estados Unidos a comienzos de 2021. Al igual que en este último caso, los seguidores del derrotado en las urnas, Jair Bolsonaro, decidieron recurrir a la violencia para desconocer la legitimidad de Luis Inacio Lula da Silva como presidente y exigir una intervención militar, lo que diferencia claramente uno de otro escenario. ¿Qué viene para Brasil? ¿quién sale fortalecido? y ¿cómo queda la gobernabilidad?

Las manifestaciones más que poner de manifiesto una similitud entre trumpismo y bolsonarismo, evidencian un retorno al pasado cuando se pedía y esperaba de los militares intervinieran cuando un gobierno de izquierda -que se presumía como comunista- se consideraba como amenaza a la democracia, las libertades y la economía de mercado. La infundada presunción estuvo presente a lo largo de la Guerra Fría en toda América Latina y fue clave para gestar los golpes de Estado contra gobiernos que se veían arbitrariamente como una amenaza. Brasil lo vivió en el golpe contra Joao Goulart en 1964 que dio origen a la Junta Militar que permaneció hasta 1985. Esto mismo había sucedido con Jacobo Árbenz en Guatemala, Juan Bosch en República Dominicana o Salvador Allende en Chile. El común denominador fue la intervención militar para interrumpir procesos que según los códigos actuales podrían considerarse como progresistas.

Las reivindicaciones de los manifestantes bolsonaristas más que evocar el escenario del Capitolio en 2021, recuerdan la doctrina de contención al comunismo en la que militares actuaban para prevenir el ascenso de gobiernos de izquierda, incluso cuando habían ganado en las urnas de manera legítima. A quienes comparan la situación brasileña con los estallidos sociales en Colombia o Chile, basta recordar que se trató de manifestaciones espontáneas que, en ningún caso buscaban derrocar a gobiernos democrática y legítimamente electos. El paralelo presente en políticos del Centro Democrático, no se sostiene y sugiere una mala lectura de la situación actual regional, hábito de la derecha colombiana.

¿Cómo queda el gobierno de Lula? El actual mandatario queda bien acomodado tras la crisis, no solo porque la tentativa golpista no tuvo ningún eco interno o regional, sino por la mesura con la que manejó la situación el gobierno brasileño. Cabe recordar que en EE. UU., el ataque dejó 5 muertos y en Brasil de no ser por la mesurada intervención de la Fuerza Publica hoy se estaría hablando de una tragedia de grandes proporciones.

Tras el fallido golpe queda claro que es muy poco probable que en América Latina un golpe prospere y parece haber un consenso definitivo en que las interrupciones al orden constitucional merecen reprobación. Tanto los gobiernos de izquierda como los conservadores emitieron comunicados de respaldo a Lula que dejan entrever una defensa al unísono de la democracia a escala regional. Una buena noticia si se compara con las reacciones más tímidas en las que la región titubeó para condenar atentados democráticos como en el autogolpe de Alberto Fujimori en abril de 1992 o contra Hugo Chávez en 2002. Valga recordar no fue expresamente condenado por Colombia, El Salvador ni los Estados Unidos.

Paradójicamente, Lula sale fortalecido pues incluso el Partido Liberal -cercano a Bolsonaro- que tiene mayoría en el Congreso condenó enérgicamente la toma violenta. Esto no significa un apoyo legislativo para el actual gobierno ni que los desencuentros ideológicos hayan desparecido, pero debilita y desacredita al bolsonarismo que, de todos modos, sigue siendo una fuerza relevante, pues se debe recordar que perdió por menos de un punto y por una distancia de 2 millones de votos.

Aunque no quede despejado el panorama de la gobernabilidad, queda claro que Lula dispone de mayor margen para ir superando la polarización y hacer un llamado a la unidad nacional, incluyendo como resulta obvio, a quienes no votaron por el Partido de los Trabajadores. Quedan interrogantes y retos hacia el futuro. ¿Quién organizó los desplazamientos para que personas pudiesen llegar hasta la sede de los poderes públicos? ¿Qué responsabilidad le cabe a Bolsonaro y hasta qué punto, habiendo comprobado su eventual participación directa o indirecta, Washington estaría dispuesto a entregarlo a las autoridades brasileñas? ¿Por qué Ibaneis Rocha, gobernador de Brasilia y bolsonarista, tardó tanto en reaccionar? Interrogantes que se irán despejando con el curso de los meses y que serán definitivos para establecer responsabilidades. Por ahora se sabe a ciencia cierta que la democracia brasileña sale fortalecida.

twitter @mauricio181212

Compartir post