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A raíz del secuestro de Gloria Cecilia Narváez, religiosa de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada, se ha suscitado un interés por la situación en Malí, país situado en la zona del Sahel en el África Subsahariana, una de las más vulnerables al terrorismo afincado en el extremismo religioso. Desde hace varios años, Malí enfrenta una crisis profunda que no comenzó necesariamente con el fundamentalismo islámico sunita, como el que sufre hoy, sino por cuenta del movimiento touareg que pedía la independencia. Allí empezó el calvario para el país africano, en cuyo escenario se encuentra privada de la libertad, la religiosa colombiana.

Esta crisis encuentra su origen más inmediato en 2012, cuando ocurrió el levantamiento de los touareg (pueblo berebe nómada que habita en el Sahara) con una marcada paradoja, pues el moviendo es mucho más fuerte en Nigeria, donde se ha temido históricamente por una insurrección, en contraste con Malí donde se encuentran más divididos. Por eso todo apunta que la causa principal del revolcón en el norte de Malí en 2012, estuvo ligado a la debilidad del Estado. El entonces gobierno de Amadou Toumani Touré era incapaz de controlar el norte del país, motivo por el cual un grupo de oficiales en cabeza del Capitán General Amadou Haya Sanogo decidió derrocarlo. Toumani Touré se encontraba en el poder desde 1991, y se preparaba para una nueva reelección, pero la debilidad para mantener la cohesión, afectaron seriamente su credibilidad, y produjeron el golpe en marzo de 2012.

El avance de los rebeldes touareg se había sintetizado en la declaración de independencia de Azawad , territorio en el norte de Malí que reivindicaba desde la década de los 60, cuando se fundó el Movimiento para la Liberación Nacional de Azawad (MNLA). Mientras el MNLA pedía la independencia que combatía ferozmente el régimen militar, grupos ligados a la red Al Qaeda, fueron aprovechando la situación de caos para tomar el control de zonas que había conquistado la insurrección touareg. El primer grupo que llegó pisando fuerte fue Al Qaeda en el Magreb Islámico -AQMI- (quien tendría resentida a la religiosa colombiana), una de las filiales más poderosas y que viene aprovechando la debilidad de algunos Estados en el norte de África. A esto se sumaron otros como Ansar ad Dine, el Movimiento por la Unicidad de la Yihad en el África Occidental (Muyao), y el temido Boko Haram.

Ante la gravedad de la situación en 2013, el gobierno de Francia con el apoyo de Malí y otros Estados de la zona como Senegal, Togo, Nigeria, Nigeria y Benin, decidió intervenir en el marco de una operación multinacional (Serval) que contó con el aval del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Un año más tarde y con el ánimo de consolidar el avance que se había logrado, la misión mutó y se convirtió en Barkhane, un esquema que buscaba mayor transcendencia y perdurabilidad en la alianza entre Francia y el llamado G5 del Sahel (Burkina Faso, Chad, Niger,  Malí, y Mauritania). El pasado 2 de julio, Emannuel Macron estuvo en Bamako (capital maliense) reunido con sus homólogos del G5, y anunció una inversión de 100 millones de euros, de los cuales la mitad provendría de la Unión Europea.

La zona del Sahel en el África Subsahariana se perfila como uno de los territorios más sensibles en la guerra contra el fundamentalismo religioso. A diferencia del Medio Oriente, donde al menos las estructuras estatales son poderosas y se cuenta con regímenes que disponen de recursos para combatir, en el norte de África la situación es mucho más crítica. De allí la importancia de entender ese peligroso desplazamiento del terrorismo  desde el Medio Oriente cada vez  más repelido con éxito, hacia el norte de África, donde encuentra un camino despejado con consecuencias desastrosas para la humanidad. 

@mauricio181212

 

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