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Jessica conoció a un joven cuando se encontraba en su año rural de enfermería. No fue un día cualquiera para ella, fue un día que la marcó para toda su vida.
Llegaron varios jóvenes heridos, uno de ellos tenía la pierna derecha muy herida por una bala. Ella lo atendió y lo remitió al médico general. Al día siguiente, fue a verlo en la habitación del hospital. Él estaba dormido. Jessica lo observaba… Nunca se había fijado en algún paciente, pero este tenía algo en su rostro que le gustaba. Revisó su orden médica y vio que todo estaba bien, tanto, que al parecer le darían salida en cualquier momento.
Unas horas después, él se despertó y la observó a su lado. Jessica lo miró y le preguntó sobre su estado. Él contestó con una pregunta:
─¿Cuándo me puedo ir?
─Cuando el médico le dé la orden, pero ¿usted cómo se llama? Necesitamos llenar algunos datos personales, pues no hemos encontrado algún documento suyo, ni de sus compañeros.
─¿Compañeros? –pregunta él.
─Sí, son cinco muchachos que llegaron heridos de bala; uno murió y cuatro están bien, usted es uno de ellos.
─No sé ─contesta él─, no tengo compañeros, ni amigos, ni familiares. Mi nombre no importa. Les pagaré hasta el último centavo de mi parte, pero no responderé por ellos. Por favor, consígame la cuenta de lo que haya que pagar, debo salir de aquí.
Horas más tarde, el médico autorizó la salida y la orden para pagar. Él hizo unas llamadas y esperó unos minutos.
A las pocas horas llegó un joven menor que él y le entregó un dinero; con eso pagó, dio las gracias y se marchó.
Jessica terminaba su día de trabajo, por lo que se dirigió al lugar donde estaba hospedada mientras realizaba su rural. Todos los días hacía lo mismo: salía al hospital temprano en la mañana, se estaba todo el día con sus pacientes y al terminar su jornada se dirigía a descansar. Algunas veces tenía turno de noche. Su vida no era algo diferente, era una rutina constante.
Una noche cualquiera, como sucedía la mayoría de veces, salió a descansar. Su camino era por un parque, el mismo de todos los días. Envuelta en sus pensamientos, de pronto vio la imagen del hombre que tanto la había sorprendido, quien se encontraba sentado mirando pasar a las personas.
─¡Hola!” ─dijo ella. Él la miró y le contestó el saludo con una sonrisa.
─Me llamo Jessica, soy la enfermera que le atendió la pierna. ¿Cómo sigue?
─Bien, gracias ─dijo él.
Ella se sentó al lado, pero no se dirigieron ninguna palabra. Al rato, ella se levantó y se marchó sin decir nada. Todos los días hacían lo mismo: se saludaban, se sentaban en silencio y posteriormente ella se marchaba.
Hasta que después de varios días, ella le dice: “En un mes me voy, termino mi rural y me marcho a la ciudad. Quisiera saber y conocer de usted”. Sin embargo, el silencio del hombre la impresionó: no dijo nada.
El mes continuó igual hasta que llegó el día. Jessica amaneció con un pensamiento: “¿Quién es ese hombre misterioso que me gusta, pero que no tengo manera de conocerlo?” De pronto, en su pensamiento pasó una idea: “Voy a seguirlo”. Así lo hizo. Lo observó un buen rato, pero él seguía inamovible, sentado solo en una silla del parque, sin enterarse de que ella lo estaba vigilando.
Él se levantaba y caminaba, ella lo seguía. De vez en cuando él miraba para atrás como si supiera que lo estaban siguiendo. Caminaba y ella detrás. La noche era cada vez más oscura. Ella caminaba sin dejarse ver, él seguía caminando hasta que se alejó del pueblo; ella lo seguía.
Después de un largo caminar llegó a una casa pequeña y la mujer se escondió en el jardín para mirar al hombre misterioso. Él abrió la puerta, encendió la luz de la sala y cerró la puerta, pero la dejó sin seguro. Jessica se acercó a la ventana curiosamente.
Sin embargo, es él quien la mira y le dice:
─¿Por qué me sigues?
Ella contesta:
─Tengo curiosidad y no quiero irme sin saber quién eres.
─Siga ─dice él.
Él se sienta y la invita a sentarse en la sala. Se miran y sus ojos parecieran decir: “Nunca fuimos nada, pero sentimos todo”. Sus miradas se prolongan como si entendieran que se aman sin conocerse, pero en silencio. De un momento a otro, se abrazan, se aman y se entregan el uno al otro. Fue entonces cuando ella entendió: “Este hombre es un hombre solitario. Este hombre no me puede dar lo que me merezco. Fue un momento fugaz y nada más”.
Posteriormente se marcha sin decir adiós, porque en el fondo siente que se enamoró del hombre equivocado.
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