¿Le suena Desmond Doss? Es probable que no, pero sí la película dirigida por el reconocido director Mel Gibson ‘Hasta el último hombre’[1]. La cual está basada en la vida de Desmond Doss, también conocido como el héroe de Okinawa. Doss nació en Virginia, sus padres Tom y Bertha Doss fueron claves en la formación de su perspectiva acerca de la vida y la fe. Siempre tuvo presente las enseñanzas que su padre, encargado de una iglesia adventista, le había enseñado. La juventud de Doss coincidió con el inicio de la segunda guerra mundial, y a pesar de su anhelo por seguir el camino de su padre Tom, Desmond tuvo que enlistarse en las filas del ejercito y servir a su país. Al principio fue difícil, sin embargo, con el paso del tiempo nació en el corazón del joven Desmond la firme convicción de luchar por su país, pero no través de las armas, no a través de terminar con vidas, sino salvándolas. Desde niño había escuchado a su padre repetir que el Dios al que servían era un Dios de vida, y no de muerte, y que no le era permitido bajo ninguna circunstancia terminar con la vida de otra persona. Inspirado por este entendimiento de la sacralidad de la vida, el soldado se convirtió en “objetor de conciencia”.
¿Qué significó esto?
¡Un logro! Desde ese momento en adelante Doss podía abstenerse de usar armas durante los enfrentamientos, su trabajo se desarrollaría sobre todo en el cuerpo médico de la infantería.
Según datos del mismo batallón Desmond socorrió a 75 soldados, los cuales regresaron con vida a su país de origen, gracias a una operación de rescate de soldados heridos que ejecutó en un combate en Okinawa, Japón. Meses después le fue otorgado la Medalla de Honor de objetor de conciencia como forma de agradecimiento por lo que había hecho.
Ahora bien, ¿qué es la conciencia? ¿por qué para Desmond era elemental hacer lo que le dictaba?
La conciencia es el acto psíquico mediante el cual un ser humano puede conocerse a sí mismo y su entorno. Permite que una persona interactúe e interprete los estímulos que recibe del exterior para después emitir un juicio sobre ellos. Esta interpretación echa mano de las creencias que le fueron inculcadas desde el momento de su concepción y conforma el marco de convicciones morales y filosóficas que cada persona tiene acerca de sí misma, acerca de las cosas o las circunstancias. Desmond había crecido escuchando de la voz de su padre enseñanzas como las de John Wycliffe que aseguraban que la Palabra y la conciencia humana deben ser la máxima autoridad del comportamiento del creyente, por lo que le resultaba imposible concebir la idea de desobedecerlas.
La objeción de conciencia es una manifestación del Derecho de la Libertad de Creencia y Religión reconocido por estándares internacionales como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el pacto de San José, así como las legislaciones locales de Países Americanos, entre ellos Colombia y México. Cuando una persona en el ejercicio de su profesión tiene la posibilidad de negarse a acatar una orden o ley invocando motivos éticos, religiosos, de creencias o convicciones profundas, es cuando estamos frente a un objetor u objeción de conciencia.
Este derecho emergió en los ámbitos militares, y aunque existen posturas filosóficas que aseguran que la objeción de conciencia no es un derecho, sino una libertad, que se contrapone a derechos fundamentales como el derecho a la salud, actualmente la podemos encontrar en diversos ámbitos como son: el de la salud pública, sexual, reproductiva y mental.
Pese a que las legislaciones latinoamericanas siempre acompañan esta figura con mecanismos que permitan ejercerlo, sin tener que vulnerar o limitar los derechos a la salud pública como la obligación de referencia (personal objetor deriva al paciente a personal no objetor para otorgarle un servicio) cada vez son más los críticos de esta figura, los cuales se dividen en tres vertientes: los primeros sugieren que la objeción de conciencia se ha convertido en una importante barrera para el acceso a servicios legales[2] como el aborto, trasfusiones de sangre, gestación subrogada, tratamiento de reorientación de sexo, medidas de soporte vital para pacientes en estado terminal, en el caso de salud mental la atención clínica a personas con atracción al mismo sexo, así como con pacientes con riesgo de suicidio.
El segundo grupo expresa que el hecho de que exista un porcentaje alto de objetores de conciencia es debido a la falta de formación académica adecuada de los prestadores de servicios de salud, esta postura abre la posibilidad de que emerjan cambios en el perfil académico y de valores éticos de todas las disciplinas en materia de salud[3].
Un tercer grupo de críticos advierte que el sector público no debería dar cabida a personal objetor, ya que al ser la salud un bien público, debe prevalecer frente a la libertad de religión y creencia, por lo asegura que la práctica privada es el nicho aceptable donde puedan darse este tipo de escenarios de objeción de conciencia sin poner en riesgo derechos fundamentales[4].
Es comprensible que en las actuales sociedades democráticas en donde existe una amplia diversidad de cosmovisiones, ideologías y religiones exista una fuerte tensión de ponderación de derechos y libertades; sin embargo, es importante que en lugar de pensar que la solución es que el ámbito público sea ocupado única y exclusivamente por personal no objetor, debemos considerar que lo mejor sería que este tipo de leyes cuenten con las medidas necesarias para garantizar el ejercicio de libertades y derechos sin que se vulneren una u otra. Por otro lado, como profesional de la salud mental, medito en la posibilidad de los probables cambios que puedan llegar a darse en la formación académica y ética de mi campo de acción.
Pero mi análisis es mucho más profundo. Es cierto que las leyes vigentes pueden llegar a moldear lo que se considera ético y aceptable en una sociedad, también es cierto que lo que se transmite en las universidades no solo es un cúmulo de procedimientos técnico-pragmáticos sino la comprensión de conceptos filosóficos que los fundamentan como el valor de la vida, la libertad, riqueza nacional, bien común, etc.
¿No es esta una manera en la que el Estado puede moldear el pensamiento colectivo? ¿Es esta una atribución que deba tener? ¿Estamos frente a la posibilidad de que el Estado frene el ingreso y permanencia de personal de salud con convicciones contrarias a las que promueve? ¿En algún momento el Estado laico dejará de velar por salvaguardar las libertades y derechos de personas que promueven una cosmovisión afín con creencias y convicciones confesionales?
Lo mejor sería pensar en medidas legítimas que garanticen un ejercicio real del respeto de la libertad de creencia y conciencia, mecanismos que permitan la comprobación de objeciones genuinas que justifiquen la razón de sus convicciones y puedan ser respetadas, aun cuando sean distintas a las que el Estado laico promueve.
El camino de Desmond a la gloria no fue fácil, antes de convertirse en un emblema de valentía y coraje, enfrentó la crítica y burla de muchos de sus compañeros, lo cual no lo desanimó, en cambio, les repitió muchas veces que, aunque no servía de la misma manera que ellos, se esforzaría por ser un médico solícito y útil que servía a Dios y a su país.
¡Y vaya que lo cumplió! El acto de amor a la vida y amor a su prójimo le valió ser reconocido actualmente como un personaje de fuerte conciencia, un médico de combate y un gran hombre de fe, que siempre se mostró leal a sus convicciones y a la Verdad que conocía.
Por: Catalina Mota Pastrana
[1] Película dramática y bélica estadounidense de 2016, dirigida por Mel Gibson y escrita por Andrew Knight y Robert Schenkkan
[2] Rogelio Rodríguez Garduño, Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México
[3] Dr. María de Jesús Medina Arellano, Doctora en Bioética y Jurisprudencia Medica, IIJU
[4] Dr. Pedro Salazar Ugarte, Observatorio Cotidiano, TVUNAM
Foto: Pixabay
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