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“Que rutinario sea hoy insulto comprueba nuestra ignorancia en el arte de vivir”
Nicolás Gómez Dávila.

La repetición nos entrega la esencia de las cosas, nos revela lo que es bello y noble y lo que es feo y vil. La repetición nos da perlas que nunca habíamos visto, pero que siempre habían estado allí. Anoche encontré una frase que nunca había visto en un libro que me he leído muchas veces. Hace unos días me percaté de un rasgo del carácter que me conmovió en una persona que conozco hace mucho tiempo.

En ocasiones nos toma leer varias veces un escrito para darnos cuenta de su belleza, hacer repetidamente la misma actividad para darnos cuenta de que nos gusta, observar muchas veces a la misma persona para darnos cuenta de su nobleza. La belleza y la repetición van de la mano, a veces la repetición es la condición para que se nos revele lo bello. Lo malo no son las repeticiones sino algunas repeticiones; en realidad, quizá nos gusten las repeticiones.

Repetimos incluso encuentros con los que queremos, aún luego de que se van; cuando ya no están. Repetimos sus palabras, sus ideas y sus dichos en nuestra mente.

Un amigo casado me mandó hace un tiempo un poema sobre el matrimonio, uno de sus versos decía: “El matrimonio es la exquisita monotonía entre un hombre y una mujer”. Hoy se cree lo contrario, se cree que lo malo es la monotonía. Sea como sea, encuentro muy bello ese verso ¿Y quién no se ha preguntado alguna vez, “existirá una persona dispuesta a compartir mis infinitas monotonías”?

La palabra monotonía suele caer mal, y a veces es sinónimo de aburrido. Pero yo creo que es mejor ver a esa palabra con generosidad, no como sinónimo de aburrido, sino como el conjunto de nuestras dulces repeticiones diarias.

Este texto no es una apología al aburrimiento, sino a la belleza, a la belleza que nos entrega la repetición. Lo que es aburrido es aburrido, pero eso no tiene nada que ver con la repetición o la monotonía. Lo malo no son las repeticiones, sino algunas repeticiones. Encontremos las repeticiones que nos gustan.

“¿No es el acto amoroso la eterna repetición de lo mismo?” Milan Kundera

El hogar es, idealmente, el lugar de lo conocido, de las dulces monotonías. Se levantan cuatro columnas, se levantan paredes, se construye una casa. Dos personas que se aman entran en ella, dispuestas a compartir sus rutinas, sus monotonías. Juntos crearán una nueva historia, compartirán y crearán nostalgias, memorias, dichas y dolores. Del acto del amor nacerá, en ese nido de dulces monotonías un nuevo ser, que recordará su niñez para siempre, que atesorará esos años por mucho tiempo. Somos creadores de monotonías. Si el hogar es dulce y ordenado, el niño cuando crezca buscará reproducir ese mismo orden, esa misma belleza, crear su propio nido de dulces monotonías y, levantará cuatro columnas, levantará paredes, construirá una casa…

La repetición nos entrega el verdadero carácter de las personas: en la universidad tengo dos profesores, llamémoslos Silvestre y Diego. Silvestre es un español de unos cincuenta años, la primera impresión que dio fue la de un poeta atormentado que enseña matemáticas. Aunque es delgado, su porte no es débil o endeble, sino fuerte, pero sus formas son suaves y amenas. Diego, por otro lado, tiene casi mi edad; es muy joven y enseña con mucha pasión. En un principio me dio la impresión de que era intransigente, de la intransigencia de todo principiante; Silvestre ya está terminando su camino, su carrera como profesor, Diego apenas la está empezando, pensé. Silvestre, ya entrado en años, mostraba la dejadez del tendero que está a punto de cerrar su tienda “seguramente es descomplicado al calificar” me dije. Pero el ir repetidamente a sus clases me fue revelando otras verdades. Diego no resultó tan duro, tan intransigente como creía, resultó un poco suave, un poco complaciente (si se podría decir así), misericordioso con nosotros, pobres estudiantes. Silvestre se reveló duro, implacable al momento de calificar y un poco amargado y tosco; un ser rígido y tenaz vestido de expresiones y gestos suaves y delicados.

El tiempo y los repetidos tratos con la gente nos van mostrando una imagen mucho más compleja de ellos. Esta es la base de toda relación profunda.

La repetición también acerca lo lejano; la repetición ofrece cercanía. Un tío compró hace mucho tiempo un pequeño lote campestre a las afueras del pueblo en donde vivo. Al principio sentía ese lugar como en otro continente, en otro país; para llegar a él había que atravesar carreteras dañadas y caminos rodeados de árboles. El recorrido me parecía infinito, aunque en el tiempo a veces sólo pasaban veinte minutos. Me tomó recorrer el mismo camino una y otra vez durante años para sentirlo corto, cercano, familiar. Ese camino, que en un principio me pareció absurdamente largo, ahora lo siento como una caminada a la tienda de la esquina. La repetición acerca lo lejano y ahora que me dio cuenta, en realidad, nunca estuvo lejos.

 

Por: Juan Sebastián Ruiz García

Correo: jucumcartagenablog@gmail.com

Instagram: @colectivohuesosvivos

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