
¿Te consideras una persona buena o mala? Si eres de los que prefiere dar respuestas con matices en lugar de respuestas de blanco y negro, entonces acá te ofrezco la pregunta actualizada: ¿te consideras una persona mala que hace muchas cosas buenas o una persona buena que simplemente hace algunas cosas malas?
La historia de Theodore
Mientras; aprovecho para contarte la historia de Theodore, un joven con un currículo impresionante. Los conocimientos de este joven norteamericano iban desde los idiomas hasta el derecho, aunque para ser veraz debo decir que no se graduó de ninguna de estas carreras; sino de psicología en la Universidad de Washington. En 1973 terminaría la especialización con excelentes calificaciones.
Entre sus logros se encuentra el rescate de un niño de tres años a punto de ahogarse, acto que le convertiría en un héroe sin capa. Razón más que suficiente para que los agentes policiales de Seattle le entregaran una condecoración.
Por su carisma, inteligencia y su irresistible atractivo para las mujeres, Ted era considerado un buen hombre. Sin embargo, solo <<fingió ser un individuo socialmente destacado hasta el día de su juicio>>, que culminó con la pena máxima por el homicidio de 36 mujeres.
De no ser por el testimonio de algunas sobrevivientes, por atacar mujeres hermosas y jóvenes cerca de las universidades y por su adicción sexual que implicaba tener relaciones sexuales con los cadáveres de las jovencitas, Ted Bondy hubiera sido otro Jack el destripador, un asesino misterioso cuyo rostro no hubiéramos conocido, un culpable a quien la justicia no hubiera podido castigar.
Autoexamen
¿Por qué nos sorprendemos cuando escuchamos que uno de nuestros conocidos cometió un delito o sencillamente traicionó a su esposa de toda la vida? ¿Será porque durante años hemos cultivado la espinosa idea de que todos somos buenos, pero por alguna razón hacemos cosas malas? ¿Y si en realidad fuera lo contrario?
Admito que la historia de los asesinos seriales resulta inconveniente para argumentar que el ser humano es malo. No va por ahí la cuestión. La historia de este asesino, y de tantos otros, seriales o no, tiene como objetivo resaltar un hecho: hasta que no se descubre la identidad del criminal, esa persona a los ojos de la sociedad es buena, inocente e incluso ejemplar.
En los tribunales, durante los juicios, se presume la inocencia y no la culpabilidad. De ahí surge la icónica frase en las películas de crímenes y abogados: Fulana es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y en más de una ocasión el acusado, quizás culpable, termina recorriendo las calles de la ciudad a la mañana siguiente por falta de evidencia. Pero que en las cortes de justicia se acepte la inocencia de los acusados, no significa que fuera de los tribunales nosotros hagamos lo mismo. Es más; en la práctica, en el día a día, rechazamos esta visión del Otro como inocente, casi angelical, como bueno.
Independientemente de lo que digamos, vivimos como si estuviéramos rodeados de personas malas, o como mínimo con la capacidad de hacer el mal. A los niños pequeños y a los no tan pequeños se les dice que no hablen con extraños. ¿Por qué? Ponemos cámaras de seguridad en nuestras casas; rejas en nuestras ventanas; llave y seguro en la puerta de nuestros carros y contraseña a nuestros celulares y dispositivos electrónicos. ¿Por qué? Pagamos impuestos al gobierno para que compre armas, contrate un cuerpo policial y mantenga a los oficiales del ejército. ¿Por qué? O, mejor dicho, ¿para qué? Somos más conscientes del mal que del dióxido de carbono que nos rodea. El modo en que vivimos nos delata.
Te habrás percatado que los ejemplos que utilicé en su mayoría fueron ajenos al círculo familiar. Pero nuestras primeras experiencias con la maldad surgen dentro del marco familiar. ¿Dónde y cuándo ocurrió la primera discusión que presenciaste? ¿Dónde recibiste tu primera ofensa, tu primer rechazo? ¿Eres de los que romantiza el divorcio de tus padres, en caso de que hayas vivido esa experiencia, o crees como la mayoría que fue algo traumático y doloroso? ¿Puedes ponerte en pie y gritar con orgullo que tu familia no causó ninguna herida ni física ni emocional en ti, que si en tu vida de adulto has tenido que lidiar con heridas, todas ellas fueron causadas por extraños?
Durante una sesión de consejería para niños con traumas escuché la historia de una chica a la que su madre ponía a prostituirse para ganar dinero. La madre utilizaba el dinero en cosas inútiles y por eso nunca tenían dinero para comprar comida, razón por la cual los encuentros sexuales aumentaron de una vez por semana a uno diario. La chica, con sus recién cumplidos 13 años, era incapaz de ver cómo podía ser malo lo que su mamá hacía. De hecho; pensaba que era buena con ella por comprarle ropa y maquillaje, y además se sentía feliz de ayudar a su mamá. Cuando la policía descubrió la red de prostitución de la que era parte, animó a la chica a denunciar a su mamá por corrupción de menores; pero ella se negó diciendo que su madre no había hecho nada malo. De mayor todavía le cuesta trabajo admitir que su mamá la expuso a un estilo de vida inmoral y peligroso.
En ocasiones, resulta difícil identificar las heridas que nuestros padres causaron; pero eso en ningún modo significa que no las hayan producido. De la misma manera solemos comúnmente pensar en las buenas intenciones que hay detrás y delante de cada de uno de nuestros actos, y resulta igual de difícil o más, admitir las heridas que ocasionamos. Por el bien de este ejercicio necesitamos plantearnos esta pregunta: ¿qué tan consciente soy de las heridas que provoco en otros y, por qué no, también en mí?
La ley natural para el comportamiento humano según C. S. Lewis
¿Existe algún estándar que podamos usar para distinguir entre el bien y el mal? Porque si no existe, este autoexamen tiene menos valor que el polvo. De hecho, si no existe, el único perjudicado no será este autoexamen; sino cualquier demanda ética con la que nos encontremos al levantar la cabeza del celular. Es decir; que la policía colombiana capture a un delincuente no tiene en sí nada de bueno, ni tiene nada de malo que un delincuente acabe con la vida de un policía. Ambas cuestiones quedan reducidas a simples preferencias. Así ha sucedido en el campo de la sexualidad: no hay nada bueno en tener una sola mujer, ni nada malo en tener diez como un jeque petrolero de Arabia Saudita; aunque de esas diez, cuatro sean menores de trece años.
El pensador y escritor irlandés C. S. Lewis creía que sí existe un estándar absoluto para el bien y argumentaba en La abolición del hombre que todas las civilizaciones son conscientes de él.
En otro lugar lo explicaría de un modo profundo pero coloquial: <<Todos hemos oído discutir a los demás>>[1]. Ya sea que trate de comerse la naranja de otra persona, tomar su asiento o incumplir una promesa, en todos estos conflictos, una persona suele apelar <<a un cierto modelo de comportamiento que se espera que el otro hombre conozca>>[2]. Mientras la otra, como defensa, trata de demostrar que <<lo que ha estado haciendo no va realmente contra ese modelo, o que si lo hace hay una excusa especial para ello>>[3]. A veces solo discutimos por el placer de tener la razón. Pero casi siempre discutimos pensando en que la otra persona debe comportarse de una manera y no de otra. Discutimos para reclamarle a otros que nos traten como les gustaría ser tratados. Esto sigue siendo tan cierto hoy como lo fue en tiempos de Sócrates.
Aun así, hay quien insiste en negar la ley de la naturaleza humana, quien no cree en lo que está bien o lo que está mal; y por esa razón C. S. Lewis nos advierte pocos párrafos después que <<este hombre se desdice casi inmediatamente>>.[4] Si quieres comprobarlo solo tienes que preguntarle si está mal lanzar un ladrillo sobre el pie de una persona, y si su respuesta te parece ambigua, déjale caer el ladrillo y corre antes de que seas tú quien vea la maldad personificada. Detrás de esta exageración se oculta una realidad: cuando somos víctimas de las más pequeñas de las injusticias empezamos a creer en el mal.
Con la ley natural C. S. Lewis nos recuerda algo vital para nuestro autoexamen: <<el hecho es que este año, o este mes, o, más probablemente este mismo día hemos dejado de practicar la clase de comportamiento que esperamos de los demás>>.[5] Esperamos que nos agradezcan cada acción que hacemos por otros; pero no somos capaces de agradecer cada acción que hacen por nosotros. La palabra gracias aparece en nuestros labios con la misma frecuencia que una estrella fugaz, cuando en realidad debería ser más visible que La Osa Mayor y más constante que una luna llena. Y este es solo un ejemplo de las expectativas que tenemos a la hora de ser tratados. De esta manera, la ley de la naturaleza nos golpea con la fuerza de un martillo.
El estándar del bien según Jesucristo
Las palabras de Cristo en su primera enseñanza[6]son más contundentes que una bola metálica para demolición. Y lo son porque no se limitan al comportamiento, van mucho más allá. Podría decirse que representan el verdadero estándar de bondad al cual aspirar y al que difícilmente llegaremos en esta vida. Dado que nos acercamos al final, déjame ir despacio en la siguiente curva.
¿Conoces a alguien malo? ¿Cómo llegaste a esa conclusión? La mayoría de las personas cree que Hitler era una mala persona porque asesinó judíos, provocó una guerra mundial y engañó a los alemanes. Lo mismo se podría decir de cualquier dictador soviético o asiático del siglo pasado. Y en la actualidad también podríamos decirlo del vecino que, si bien no ha matado a nadie, agrede física o verbalmente a su esposa. Basándonos en su comportamiento, asumimos que es malo o hace el mal.
En cambio; el enfoque de Jesús se asemeja al de un especialista en cardiología que al preguntar por los síntomas (lo que se ve), por ejemplo: la arritmia, trata de descubrir lo que no se ve (las causas) Para Jesús, el hombre que mira a una mujer para codiciarla es tan adúltero como el que se acuesta con ella. ¿Por qué? Porque ambos tienen el mismo deseo, solo que uno lo satisface y el otro no. Dicho de otro modo, están en la misma carrera, uno más adelante que el otro.
Lo mismo ocurre con el que comete homicidio y el que enojado ofende a su prójimo. La diferencia no radica (como creeríamos) en la acción o en los 18 años de prisión que le esperan al homicida, sino en el poder que ejerce la ira sobre cada uno. Suena absurdo, pero pensemos por un momento: ¿qué seríamos capaces de hacer si no hubiera consecuencias legales por ello? Durante las manifestaciones de 2021 por la reforma tributaria, fueron muchos los colombianos que, pensando que saldrían impunes, aprovecharon el desorden para saquear tiendas y decorar sus casas con nuevos televisores.
El estándar del bien de Jesucristo está más orientado a lo que nadie ve, lo que abunda en el corazón, y no a lo que hacemos o dejamos de hacer delante de una multitud de ojos. Theodore era uno delante de la gente y otro por detrás; y de ninguna manera llamaríamos bueno a un asesino serial. Como él, también fingimos bondad para que nuestra reputación permanezca intacta como la estatua de Bolívar en la Plaza de Bogotá.
Si es necesario asentir con la cabeza, lo hacemos; y si lo que nos piden es silencio, callamos. Aunque por dentro estamos apuntando con los dedos, gritando, haciendo cualquier cosa que demuestre nuestro desacuerdo incluso en contra de toda la sociedad. Si todavía dudas de tu talento para la actuación en la obra de teatro de tu vida, solo piensa en la última vez que tu pareja preguntó tu opinión sobre cómo iba vestida o si había engordado. Tal vez sea mejor pensar en cuán diferente te comportas delante de tu jefe y colegas del trabajo.
En esta parte del autoexamen la brújula dejó de apuntar al norte para apuntar hacia adentro. Pregúntate: ¿Desde que me levanto hasta que me acuesto, todos mis pensamientos son puros, justos y misericordiosos? ¿Todo mi día está motivado por un fuerte deseo de buscar el máximo bienestar de los que me rodean, sean conocidos o no? ¿Estoy comprometido con aprovechar y propiciar las oportunidades para poner mis manos, mis pies, mis recursos y hasta mi propia vida con tal de cumplir dicha tarea? ¿Son todas mis palabras veraces y llenas de compasión, no verdades a medias o mentiras piadosas; sino la verdad total?
Cuando hice el autoexamen, hace ya par de semanas, descubrí que todas las buenas acciones que pude realizar en el pasado, sumadas a las que pretendo realizar el próximo año están desconectadas (la mayor parte del tiempo, por no decir todo) de las raíces del bien. Tratar a los demás como quiero ser tratado, sembrar pensamientos puros, desear y buscar el máximo bienestar de mi prójimo sin menospreciar el mío; además de hablar con verdad siempre constituyen la excepción, no mi estilo de vida por más que me esfuerce. En pocas palabras, este estándar del bien hace que me vea realmente mal.
Y tú, ¿eres bueno realmente?
[1] La cita aparece en el primero capítulo de la obra <<Mero Cristianismo>>.
[2] Íbidem.
[3] Íbidem.
[4] Íbidem.
[5] Íbidem.
[6] Evangelio de Mateo Capítulo 6.
Por: Lázaro Del Valle
Correo: jucumcartagenablog@gmail.com
Instagram: @colectivohuesosvivos
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