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diego rivera

Llegué a Ciudad de México con la idea de que era la primera vez que visitaba esa ciudad. Pero respirando con dificultad mientras caminaba por sus calles sentí que estaba regresando a un lugar en donde ya había estado. Tal vez porque llegar a México es llegar a cualquier ciudad de América Latina o quizás a un poco de todas. Tal vez porque por nuestra mente han pasado tantas imágenes de ese país que ya hace parte de nosotros sin saberlo. Podríamos decir que la manera como pulula el comercio completa un empaque urbano similar a Bogotá, que las barriadas en las laderas nos recuerdan a las favelas de Río de Janeiro y que visitar Polanco también es un poco como pasear por La Recoleta en Buenos Aires.

Pero inevitablemente las ciudades imaginarias irrumpen en la experiencia al llegar a un sitio desconocido pero ampliamente conocido por el subconsciente.

Con el ruido ensordecedor de los carros, no pude dejar de pensar en Comala. La ciudad imaginaria que Juan Rulfo ideó tan desolada que solo los muertos quedaron para narrar la historia del aparente protagonista de esa novela, un tal Pedro Páramo. Pues la ciudad más populosa de América Latina también fue o será algún día una ciudad silenciosa en su calidad de hermano mayor de las ciudades de Latinoamérica como el origen y el final de todas las cosas buenas y malas que nos han tocado. Donde hay que destacar que el mayor patrimonio es la cultura y se honra y se le da el sitial que se merece. Donde el mayor activo también es el talante de su gente, alegre y trabajadora, que a pesar de las dificultades siempre encuentra la fuerza para salir adelante y que sueña con un futuro mejor.

Pero encontrar las paredes con desteñidos avisos de campañas políticas, también nos puede dar pistas sobre las frustraciones de ese prominente futuro, mientras nos transportamos a la ciudad imaginaria de Ruben Blades, la ciudad de Pablo Pueblo, cuya canción lleva el mismo nombre.

Asimismo en las amplias avenidas del DF, también encontré que un boulevard puede albergar sueños rotos, como imaginó en la canción que lleva ese nombre Joaquín Sabina. Y con un tequila por cada duda comprendí  como en esa tierra se ha podido amalgamar la tristeza con la alegría.

 las amarguras no son  amargas

cuando las canta Chavela Vargas

y las escribe un tal Jose Alfredo.

Y siguiendo con el picante de encontrar lo bueno en lo malo, con su culto a las pintorescas calaveras, la cultura mexicana ha sido capaz de darle la vuelta al significado de la muerte.  Pues más allá de preservar un encanto especial por las festividades del día de los muertos, es en la música, en la gastronomía y en el arte en donde lo más valioso se inmortaliza.

Cuando Agustín se sienta al piano,

Diego Rivera lápiz en mano,

dibuja a Frida Kahlo desnuda.

Quienes alguna vez leímos a Italo Calvino estamos condenados a buscar al interior de las nuevas ciudades que conocemos otras ciudades imaginarias. En Ciudad de México encontré una ciudad imaginaria que encierra una hermosa paradoja sobre la vida y la muerte. Pero eso es lo fascinante de las ciudades imaginarias, cuyo rasgo primordial es que son invisibles. Pues aparentemente solo existen en la imaginación de cada uno.

Quién pudiera reír,

¡Como llora Chavela!

 

Foto:  Sueño de una tarde dominical en la alameda central, mural de Diego Rivera, tomada de google.

Música: Fragmentos de la canción Por el Boulevard de los sueños rotos, Joaquín Sabina

Twitter: @alfrecarbonell

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