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Cada ciudad en el mundo tiene su propio lenguaje, y no me refiero al idioma al que se habla en sus calles, sino en la manera en que nos habla, en que nos trata. A veces después de unas cuantas horas de saborear una ciudad somos capaces de descifrarlo, así como podemos tardar años para comprenderlo.

Con Londres he tenido la ventaja de disfrutar de la ciudad sin los afanes turísticos que te impone una fecha de regreso. Pues no existe mejor manera de entender una ciudad que deambulando por sus calles sin rumbo ni horario.

Hoy existen múltiples herramientas tecnológicas para moverse dentro de una ciudad que facilitan esta tarea, que si bien para algunos cercena la mística de la improvisación, para las mariposas en el estómago del extravío pueden ser un salvavidas infalible. Además con el auge de la cultura colaborativa en la web, se encuentran todo tipo de blogs y aplicaciones con recomendaciones que condensan pildoritas de sabiduría popular.

Pero a pesar de todo esto, ¿Cómo no sentirse abrumado en una ciudad en donde su estilo y su clase nos indica que puede haber más de una capital en el mundo? ¿Por dónde comenzar? La estación de Kings Cross puede ser un buen punto de partida, como lo es cualquier lugar adonde se cruzan todos los caminos. Solo hay que tener cuidado de no tomar el tren a Hogwarts, aunque si eso es una posibilidad, también podríamos de una vez buscar la ruta al lugar de nuestros sueños.

Al andar por Bloomsbury puedes pasar de golpe por la casa adonde vivía Charles Dickens, sentarte en un parque adonde escribía Virgina Woolf o en una banca en donde estudiaba Ghandi. El rincón que menos crees te puede transportar al pasado así como al doblar la esquina la más moderna arquitectura puede darte la bienvenida al futuro.

El toque hípster se puede encontrar en el barrio Shoreditch en donde las edificaciones son el lienzo ideal para el arte callejero. Al cruzar por el pasaje de la calle Redchurch no se puede evitar entrar a sus trendys cafés y a sus tiendas vintage. ¿O cómo perderse el mercadillo de Portobello por Notting Hill y sus casas en tonos pasteles y porcelana?

Movilizarse en el segundo piso de los tradicionales buses te permite descubrir las más particulares sensaciones de la ciudad: una rueda de bicicleta gigante a la orilla del río que no quiere partir, una abuela cargando un hogar en sus bolsas de mercado, un estudiante que amablemente indica el camino, un restaurante hindú que sirve el arroz de tu casa, un pub que cabe en una enorme cerveza, un ejecutivo que siempre tiene que llegar a algún lado y un invierno que acecha pero no tiene prisa.

Y en los tabloides que abandonan en los asientos encuentras una oferta cultural tan extensa que nuevamente no sabes por dónde comenzar. Pues siempre habrá un evento que asistir, un museo que visitar y un parque que recorrer. Ya sea en el día o en la noche, las calles de Londres siempre traen algo nuevo para hacer.

Twitter: @alfrecarbonell

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